Fundado en 1910

¿Quiénes fueron los visigodos? ¿Quién, en nuestros días apremiantes y olvidadizos, recuerda su historia? ¿Quién les reconoce algún papel en la formación de la nación que, como ellos, llamamos España?¿Fueron, sin más, un pueblo extranjero instalado en el solar patrio que no aportó nada a la tierra que lo acogía, un cuerpo extraño, capaz, como los ingleses en la India, de imponer su dominio, pero no su cultura, como afirmara Ortega y Gasset?

Es necesario reconocer que el reino visigodo de Spania fue un mito, pues su recuerdo sirvió para reforzar la cohesión del pueblo llano y movilizarlo en pos de un objetivo común. Su identificación con una genuina España cristiana perdida a manos de los musulmanes en el Guadalete sirvió de referente a los reinos y condados que, en las décadas siguientes, fueron cobrando forma en el norte peninsular. Estos rudimentarios estados esculpieron sus instituciones siguiendo su modelo y situaron en la recuperación de su territorio, la Renovatio Hispaniae, el objetivo de su acción política y militar, para la que se consideraban legitimados en tanto herederos suyos.

Pero su importancia va mucho más allá. Es cierto que la peripecia vital de la Spania visigoda transcurrió con no pocas dificultades y no logró nunca una aceptable solidez, como demuestra la facilidad con que se desmoronó, a comienzos del siglo VIII, ante el embate de un pequeño ejército invasor. El poder real, en apariencia impresionante tras los títulos del monarca y los símbolos externos de su poder, fue siempre frágil.

El Ejército, su sostén indispensable, no llegó nunca a articularse como una institución estatal al servicio del soberano, forzado a recurrir a los nobles para nutrir un contingente capaz de afrontar campañas de cierta entidad. La Administración, a pesar de los concilios toledanos y el carácter a un tiempo religioso y político de sus decisiones, nunca pudo resolver del todo la continua pugna, enmascarada bajo la forma de una alianza quebradiza y suspicaz, entre una jerarquía eclesiástica deseosa de imponer la teocracia y unos monarcas que aspiraban a valerse de los prelados como meros auxiliares administrativos.

A la debilidad institucional del Estado se sumaba la fragilidad de sus bases sociales. El abismo abierto entre ricos y pobres en la romanidad tardía no hizo sino ahondarse, dificultando la consolidación entre los humildes de un sentimiento de pertenencia a una unidad superior. El número de campesinos libres que entregaban sus tierras y una parte de sus cosechas a los nobles a cambio de protección no dejaba de aumentar, mientras proseguía el adelgazamiento de las clases medias urbanas y rurales. La unidad religiosa se había logrado al precio de una marginación violenta de los judíos.

La solidez de aquel reino de apariencia impresionante era, pues, un ensueño. Pero hacerlo mal no es lo mismo que no hacerlo. Los visigodos tienen derecho a reclamar un lugar de honor entre los artífices de los cimientos de la España actual. El proceso fue lento y discontinuo, pero real. A diferencia de sus vecinos francos, ostrogodos o lombardos, la Spania visigoda fue conformándose, poco a poco, como un Estado unificado, fruto de un programa político desplegado por sus monarcas a lo largo de un dilatado período de tiempo.

La unificación cultural fue sencilla: el latín se impuso por sí solo. La reconstrucción de la unidad territorial resultó más compleja. Iniciada en el segundo tercio del siglo VI bajo el reinado de Leovigildo, triunfador sobre suevos y vascones, solo quedó completada cuando, entrado ya el siglo VII, Suintila expulsó de Andalucía a los bizantinos. La unificación religiosa no fue tampoco fácil. El mismo Leovigildo intuyó ya su valor como herramienta para afirmar la inviolabilidad del trono frente a las ambiciones de los nobles habituados a ver en el rey un primero entre iguales. Pero, errado el monarca en la religión escogida, fue su hijo Recaredo quien, renunciando al disparatado deseo de imponer el arrianismo a la abrumadora mayoría de cristianos nicenos, suturó la herida del enfrentamiento religioso e hizo de los obispos el mejor sostén de una monarquía empeñada en afirmar su autoridad.

No fue menos elocuente el deseo de derribar las barreras jurídicas establecidas por los primeros monarcas entre ocupantes y ocupados. Fue también Leovigildo quien dio los primeros pasos, derogando la vigencia de los códigos legales segregadores. Pero el proceso solo alcanzó su culminación cuando el Liber Iudiciorum de Recesvinto (654) se erigió en único texto legal para romanos y godos. Desde entonces, unos y otros solo conocieron una lengua, una ley, una fe y un soberano. ¿Acaso sucedió lo mismo en los otros reinos germanos?

Al obrar de este modo, además, los reyes visigodos preservaban la existencia de una identidad, naciente e incompleta, pero innegable, en la tierra que heredaban de Roma. En un tributo elocuente, no se titularon reyes de godos, como sus camaradas francos o burgundios, ostrogodos o lombardos, sino reyes de Spania, y ello a pesar de que la Gens Gothica era la de mayor prestigio y de que fue su reino el primero en consolidarse sobre un espacio bien delimitado. Reyes, en fin, de una tierra que consideraron pronto suya y cuyas glorias cantan las obras de San Isidoro de Sevilla, figura cumbre de una Iglesia que se consideraba hispana, como prueba el apelativo que se daban sus obispos reunidos en los concilios toledanos. El Laus Hispaniae del hispalense, escrito como prefacio a su Historia Gothorum, es, sin duda, el más célebre elogio a la tierra propia que haya recogido la literatura universal.

El honor de la primera fundación de España, como la llamara Vicente Palacio Atard, corresponde a los romanos, pero el de su consolidación en forma de comunidad política y espiritual, compartida siquiera por las élites, tan imperfecta como se quiera, pero no por ello menos real, debe ser reconocido a los visigodos. Denominarla nación resultaría anacrónico, pero negar su existencia supondría, sencillamente, faltar a la verdad histórica. Spania fue mucho más que un mito.

Luis E. Íñigo es historiador e inspector de Educación