Albert Barbouth, superviviente del Holocausto
Entrevista
Albert Barbouth, superviviente del Holocausto: «Había letreros donde ponía: 'Prohibido perros y judíos'»
Con 10 años fue enviado al campo de concentración de Drancy, cerca de París, junto a su madre y sus hermanos. 80 años después de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, ofrece su testimonio sobre la crueldad nazi contra el pueblo judío
Albert Barbouth es un judío sefardí de 91 años que sobrevivió al Holocausto, con orígenes turcos, con 10 años fue enviado al campo de concentración de Drancy, cerca de París, junto a su madre Rebecca y sus hermanos Nissim y Joseph. 80 años después de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, ofrece su testimonio sobre la crueldad nazi contra el pueblo judío durante el Holocausto y explica a este periódico su experiencia de supervivencia.
— En 1939, usted era muy pequeño ¿Recuerda algo de esos momentos iniciales de la persecución nazi contra los judíos?
— El recuerdo que tengo son los primeros decretos sobre la situación de los judíos: no podíamos hacer profesiones liberales. Yo era solo un niño y no podíamos ir al cine, al teatro y en los parques infantiles había letreros donde estaba escrito: «Interdit» (prohibido) perros y judíos.
— ¿Cómo recuerda usted el momento en el que les obligaron a llevar la Estrella de David?
— No sabía que quería decir una estrella amarilla, lo descubrí cuando me fui a la escuela. Dejé de tener amigos, no podía jugar con ellos, me llamaban ‘sucio judío’. La profesora me dijo: «Tú métete al fondo de la clase». En ese momento solo me di cuenta de que pasaba algo anormal, y cuando volví a casa le dije a mi madre que no quería regresar a la escuela. Eso me sucedió con nueve años, en 1942.
Poco después, mi madre conoció a una mujer que le dijo: «Dame a tus dos hijos más grandes y yo los llevo a una familia que los va a cuidar muy bien». Y me fui con mi hermano.
— ¿Cómo fueron esos años en los que vivió junto a su hermano en una familia católica en el campo, pero separados de su madre?
— Formidables. Había de comer todo lo que querías: huevos, gallinas, conejo. Mataban un puerco y cuando no había más mataba otro puerco. La mujer hacía pan una vez a la semana. Pero a finales de 1944 a mi madre y mi hermano pequeño, que se había quedado con ella, los detuvieron y los llevaron al campo de internamiento de Drancy, desde donde salían los trenes hacia los campos de exterminio.
Dejé de tener amigos, me llamaban ‘sucio judío’
— ¿Qué sucedió después con usted y su hermano?
— Vinieron a buscarnos tres policías francesas. Me cogieron de las manos y me pusieron las esposas. La mujer de la casa empezó a gritar a los agentes: «¡No tenéis vergüenza, ¡cómo le ponéis las esposas a un niño de diez años!». Al final consiguió que me las quitasen y mi hermano también. Pero nosotros estábamos contentos porque íbamos a ver a nuestra madre, que no veíamos desde hace más de dos años.
— ¿Cómo era la vida diaria en el campo de Drancy?
— Difícil. Antes —con la familia que nos acogió— había de todo para comer, pero en Drancy no había nada para comer. La sopa era agua, dos pedazos de patata… Mi hermano y yo nos colábamos en las cocinas para ver si encontrábamos algo de comida. Era difícil.
Cuando entré en el campo había una barraca de madera donde te quitaban todo, las botas, las joyas (pendientes, collares, relojes) y te dejaban sin nada. Antes de ver a mi madre, vi salir de la barraca a una chica, de unos seis o siete años, con la cara llena de sangre y llorando. Le habían arrancado los pendientes de las orejas. Han pasado 80 años, pero es una imagen que recuerdo dentro de mi cabeza como si fuese ayer.
Me pusieron las esposas. Tenía 10 años
— ¿En Drancy eran todos judíos? ¿Se aplicó la misma brutalidad que en los de Polonia y Alemania?
— No, no había tal brutalidad. Tocaban un silbato para que volviésemos a nuestros barracones y así lo hacíamos. Nosotros estábamos en un mismo espacio con otros turcos, pero también cubanos, ingleses y judíos casados con cristianos. No deportaban inmediatamente, era una escala temporal hacia los campos. Yo conocí gente después de la guerra que estuvo solo un día en el campo. Nosotros estuvimos solo tres semanas, desde el 28 de marzo al 12 de abril.
— ¿Qué le salvo a usted y a su familia de ir a Auschwitz o a cualquier otro campo de exterminio?
— Mi madre tenía pasaporte turco, eso nos salvó, porque Turquía era neutral en la Guerra. El 12 de abril vino un camión al campo. Nos llevaron a la estación de tren. Éramos unas 30 personas y allí vimos a otros judíos. Subimos a un tren de pasajeros. Salimos de París, pasamos por varios países como Albania, donde se bajó gente, y el tren continuó su camino a Turquía. Después de nueve días de viaje, los 166 judíos sefardíes turcos llegamos a Estambul.
— Y una vez en Estambul. ¿Cómo fue la vida allí, ya estaban a salvo?
— ¡Aaah Estambul! No había guerra y había de comer y de todo. Allí vivían mis abuelos de la parte de mi madre y abuelos de parte de mi padre y tíos. Es allí donde aprendí el español de Cervantes.
Mi abuela no hablaba turco, hablaba español, por eso el español que hablo lo aprendí con ella. Los judíos en Turquía tenían en la cabeza la idea de volver a España algún día, por esto guardaron la lengua española de hace 500 años.
— ¿Qué hicieron cuando terminó la Segunda Guerra Mundial?
— En 1946, como cada hermano estaba viviendo con unos familiares distintos, mi madre dijo: «la guerra ha acabado, para tener a los hijos uno por aquí y otro por allá volvemos a Francia». Cuando llegamos a París, el apartamento donde vivíamos antes de la guerra estaba ocupado, además mi madre estaba enferma y la ingresaron en un hospital. Los tres hermanos acabamos en un orfanato, donde estuve hasta los 18 años, cuando me dejaron irme. Trabajé en muchas cosas para mantenerme. Entonces mi madre escribió a una prima que vivía en Marsella y me mandó a vivir con ella. Marsella es una ciudad magnífica y allí hice mi vida.
— Usted es testimonio vivo de lo que sufrió el pueblo judío durante el Holocausto. ¿Puede repetirse esta historia de totalitarismo —ya vengan de un lado de otro— 80 años después?
—Es pecado, pero es la realidad. En Europa entera y también en América, expulsan a gente porque no son de la misma religión o del mismo país. Es muy grave lo que pasa en el mundo entero. En Israel, el islamismo radical, terrorismo, el antisemitismo y el racismo estaban durmiendo, ahora se han despertado. Yo cuando hablo con jóvenes les digo: «Tú tienes la cara Negra ¿Tú querías esto?», y me dicen: «No. Y tú que eres musulmán, ¿Querías esto?», y me dice: «No. Yo soy judío, ¿qué diferencia hay entre nosotros?». Somos la raza humana nos podemos enriquecer entre unos y otros. Si el 10 % de los jóvenes comprenden y entienden esto ya gané.