
Una calle devastada en el centro de la ciudad, 3 de julio de 1945
El macabro final del III Reich: cuando Alemania eligió la muerte a la derrota en 1945
En Berlín, casi 10.000 mujeres se quitaron la vida en las primeras semanas tras la caída del Reich
El 12 de abril de 1945, en un Berlín sitiado y en ruinas, sonó la marcha fúnebre Götterdämmerung de Richard Wagner. El ministro de Armamento, Albert Speer, había ordenado que se restituyera el suministro eléctrico para que la Orquesta Filarmónica de la ciudad pudiera interpretar varias sinfonías, mientras las juventudes hitlerianas repartían píldoras de cianuro entre los asistentes. «Fue un gesto melancólico y patético ante el fin del Reich», reconoció el ministro tras el final de la guerra.
Mientras los aliados avanzaban, la ciudad se había convertido en un caos de muertes, suicidios y desesperación. «Mujeres, hombres y niños acudieron en masa a su cita con la muerte. Entre los muertos había bebés y niños pequeños, escolares y adolescentes, hombres y mujeres jóvenes, matrimonios, personas en la flor de la vida, jubilados y ancianos», escribe el historiador Florian Huber en su libro Prométeme que te pegarás un tiro, en el que recoge testimonios brutales sobre una realidad desconocida que marcó el final de la Segunda Guerra Mundial en Alemania.
Los aliados –soviéticos– acribillaban Berlín con su artillería y las tropas avanzaban calle a calle, los alemanes se preparaban para la derrota total, porque según relató un soldado británico poco después «con pedantería, los alemanes tenían la terrible necesidad de representar su derrota». Si había que perder, sería una derrota total y absoluta, con escenas propias de un Ragnarök, que la cosmovisión nacionalsocialista tanto apreciaba.
El destino de los líderes del régimen marcaría el de muchos otros alemanes. Himmler intentó negociar su supervivencia, pero fue apresado por los soviéticos el 20 de mayo y tres días después se suicidó con cianuro. Otros como Goebbels «mató a sus seis hijos con pastillas de cianuro tras adormecerlos. Luego él y su esposa se suicidaron», explica el historiador Giles Macdonogh en su libro Después del Reich.
Había seguido las órdenes de Hitler, que se mató en su búnker y sus restos calcinados sirvieron a los soviéticos para crear un misterio sobre la muerte del dictador. Si bien es cierto que los nazis más fanáticos se quitaron la vida sin mayor impedimento, la tragedia del «suicidio colectivo» se extendió al resto de alemanes, fuesen o no nazis, de una forma nunca vista. Tanto por su cultura como por su fe católica veían el suicidio como una aberración. ¿Qué sucedió entonces para que tanta gente se quitase la vida?
Un suicidio colectivo
«Una mujer mató a sus tres hijas, todas menores de cinco años, antes de colgarse en el salón», es una de las muchas situaciones macabras que se vivieron en Alemania los últimos días del Tercer Reich, según Giles Macdonogh. «En Berlín, casi 10.000 mujeres se quitaron la vida tras la llegada de los rusos», afirma Florian Huber.
El cianuro, el ahorcamiento, los hornillos de gas y un balazo eran los métodos principales para acabar con la propia vida o con la de familiares y amigos. Más allá de la ideología nazi, varios autores creen que este «suicidio colectivo», del que se desconocen los datos exactos, pero pudría acercarse a las seis cifras, se debió a dos factores.

Oficiales soviéticos observan los cuerpos de tres civiles alemanes que se suicidaron en abril de 1945
El primero eran el terror a los soviéticos, que arrasarían con todo a su paso: asesinatos en masa, violaciones de mujeres, pillaje y robo. Tal era el miedo que muchos alemanes les tenían que un padre le dijo a su hija: «se acabó, hija mía, prométeme que te pegarás un tiro cuando vengan los rusos», según un testimonio recogido por Huber.
Después se demostró que el miedo era real, unos «soldados violaron repetidamente a una joven en un campo de espárragos, una mujer de sesenta y cuatro años fue violada en plena calle, delante de su hija y su nieto», y así multitud de relatos que sirven para entender la realidad que se vivió en 1945. El segundo factor de esa «ola de suicidios» es lo que el sociólogo francés Émile Durkheim denominó «anomia», un termino utilizado para definir a las sociedades que han perdido todo tipo de valores morales y no tienen límites u objetivos comunes identificables, por lo tanto, viven sin sentido.

Margaret Bourke-White retrató los cadáveres del doctor Kurt Lusso, su esposa y su hija, que se envenenaron en su casa
Así, los suicidios se fueron sucediendo en 1945, familias enteras, muertes en grupo y supervivientes que después de matar a su mujer e hijos no consiguieron suicidarse porque la pistola se había quedado sin balas. Una barbarie concentrada en un país y un tiempo muy concreto, que se incrementó según los alemanes fueron conociendo los horrores que habían cometido en nombre de Alemania o que habían permitido realizar a otros compatriotas.
Además, muchos alemanes habían perdido a su familia, su trabajo, su casa y sus principios morales. Habían perdido el sentido de la vida ¿Quiénes eran ahora? Muchos supieron encontrar un propósito, otros no, y esa pregunta forjó el final de la contienda, porque como escribió Viktor Frankl: «Nada en el mundo ayuda a sobrevivir, aun en las peores condiciones, como la conciencia de que la vida esconde un sentido».