Fundado en 1910
Retrato de Adelina Patti. Obra de Franz Winterhalter (1862)

Retrato de Adelina Patti. Obra de Franz Winterhalter (1862)

Picotazos de historia

Adelina Patti, la soprano española más célebre del siglo XIX que conquistó Londres y América

La soprano que cantó para reyes, amasó una fortuna y domesticó un loro que gritaba «Cash» (efectivo en inglés)

En el mundo operístico, el término diva –que proviene del latín y significa «divina»– solo se aplica a aquella intérprete que posee una voz y una técnica excepcionales y que, al mismo tiempo, se acompaña de una personalidad que se proyecta a su alrededor. La diva goza de una fama superlativa, lo que le permite imponer condiciones, muchas veces caprichosas, para poder disfrutar del privilegio de sus actuaciones.

A lo largo del siglo XIX, hubo numerosas mujeres que alcanzaron fama internacional en el mundo del bel canto y del espectáculo, pero en la cúspide estaban ellas.

La categoría más exclusiva era la de diva, y se daba exclusivamente en relación con la ópera y el canto; luego, un poco detrás, estaba la prima donna, la protagonista, la mujer que representaba el personaje central en el espectáculo a representar; y, por último, la femme fatale.

Esta última categoría era peligrosísima para la economía de sus admiradores, los cuales tenían tendencia a acabar arruinados y alcoholizados, cuando no se suicidaban. Una diva o una prima donna podían ser femme fatale al mismo tiempo; a la inversa, era mucho más complicado.

Los enfrentamientos y celos entre ellas eran comentados y repetidos con delicia en los salones y tertulias. Los comentarios ingeniosos que intercambiaban –cuanto más vitriólicos, mejor– eran ávidamente recibidos por su público. Famoso fue el enfrentamiento y rivalidad mantenida entre la española María Malibrán y la alemana Henriette Sontag, y que solo concluyó con la muerte de la última.

La pobrecita contrajo el cólera mientras estaba de gira representando Otelo de Rossini en Ciudad de México. Pero yo quería hablarles de una mujer a quien se consideró la diva por antonomasia del siglo XIX. Permítanme que les hable de Adelina Patti.

Adela Juana María Patti (1843–1919) nació en Madrid, en la calle Fuencarral. Sus padres –el tenor Salvatore Patti y la soprano Caterina Barili– eran artistas y, en ese momento, se encontraban en la capital española contratados por el Teatro Real. Tanto Adelina como sus hermanas Amalia y Carlota poseían unas voces maravillosas, que serían instruidas y modeladas por sus padres y, después, por su cuñado, el músico y empresario Maurice Strakosch. Este cuñado, íntimo amigo y agente artístico de los padres de Adela, se dio cuenta de las características excepcionales de la voz de la niña y le consiguió los mejores tutores.

Adelita, según el periodista Emilio Gutiérrez Gamero, tenía una voz pura, suave, dulcísima, con la facultad de hacer juegos inverosímiles en las notas más altas de su escala, sin por ello dar muestra alguna de esfuerzo ni fatiga al ejecutarlos.

Con dieciséis años se estrena como personaje principal en la ópera Lucia di Lammermoor de Donizetti, en 1859. El éxito fue rotundo.

Adelina Patti (National Portrait Gallery)

Adelina Patti (National Portrait Gallery)

Continuó de gira por Canadá y viajó a Londres. Una prueba de su triunfo es que, tras unos pocos meses en la capital del Imperio británico, fue invitada a actuar en la Royal Opera House del barrio de Covent Garden. Una deferencia sin precedentes para una desconocida de diecisiete años. Interpretó La sonnambula de Bellini. Arrasó.

Tal fue la magnitud de su triunfo que decidió establecerse en Inglaterra y hacer de ese país su base de operaciones. Compró una gran mansión en el barrio londinense de Clapham y, desde allí, empezó a organizar sus giras. Todo ello con un enorme sentido práctico, una gran inteligencia comercial y la despiadada firmeza de un condotiero medieval.

Adulada, perseguida por reyes y emperadores –poseía juventud, belleza y un enorme talento–, estuvo siempre en contacto con los grandes dirigentes políticos y económicos del mundo. Adelina se transformó en una brillante empresaria cuyos intereses se fueron diversificando. Por un lado, llegó a cobrar 5.000 dólares en oro y por adelantado por actuación; por el otro, lo invertía con acierto y agudeza. Se decía que tenía un loro en su despacho al que había enseñado una única palabra: cash («efectivo»), que gritaba iracundamente a todo aquel que entrara en el despacho, para deleite de su dueña.

Esta obsesión por el dinero tuvo su origen en su primer matrimonio con el francés Roger de Cahusac, marqués de Caux. El matrimonio fue un desastre y le costó a Adelina la mitad de todo cuanto tenía. Además, el sinvergüenza de monsieur de Cahusac aprovechó para llevarse una exquisita selección de las obras de arte y joyas de su exmujer. Según él, por motivos sentimentales.

Adelina Patti

Adelina Patti

Adelina continuó con sus éxitos. No dejaba nada al azar. Buena parte de sus triunfos se basaban en una meticulosa preparación de todos los detalles del espectáculo. Su aspecto delgado y un poco infantil era perfecto para papeles como Leonora en Il trovatore, Gilda en Rigoletto, Zerlina en Don Giovanni, Rosina en Il barbiere di Siviglia, etc. Se dice que tanto Verdi como Rossini pedían que fuera ella quien estrenara sus obras.

En 1903 realizó su última gira profesional. Resultó un fracaso en todos los aspectos y marcó la decisión de retirarse definitivamente. Había invertido sus enormes ingresos con prudencia y se encontró siendo una mujer independiente y muy rica. En 1899 contrajo matrimonio con el que sería su tercer marido, un joven barón sueco de nombre Rolf Lederström. Este no solo aportaba juventud (era veintisiete años más joven que ella), sino también una devoción total y un control a los desbocados caprichos y gastos de la diva.

Compró el castillo de Craig-y-Nos, en Gales, donde construyó un pequeño teatro. Allí se realizaron las grabaciones gramofónicas que tenemos de ella. Ofreció una última actuación, de carácter benéfico, en 1914, poco antes del estallido de la Primera Guerra Mundial. Falleció en 1919, dejando al sueco como heredero universal de todos sus bienes, a condición de que la enterrasen junto a su padre en el cementerio parisino de Père Lachaise.

La última vez que actuó en Madrid –se conoce esa actuación como «la Gran Noche» del 23 de diciembre de 1880– interpretó a la protagonista de Lucia di Lammermoor y el tenor Julián Gayarre hizo de sir Edgar de Ravenswood.

Para Gayarre fue la primera vez que interpretaba esta ópera y pidió que se realizaran dos ensayos. Adelina respondió que tururú. Tal vez esta respuesta despertó una chispa, y la noche de la actuación el fascinado público presenció cómo se entablaba una competición entre ambas figuras, que crecían y crecían ante el pasmo de todos. Por eso la llamaron «la Gran Noche» y se recuerda con admiración.

comentarios
tracking