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Francisco Pizarro a caballo, óleo de Daniel Hernández Morillo

Francisco Pizarro a caballo, óleo de Daniel Hernández Morillo

Tres datos poco conocidos del final de Francisco Pizarro, el hombre que conquistó el Imperio inca

Francisco Pizarro fue asesinado el 26 de junio de 1541 por seguidores de Almagro. A 484 años de su muerte, repasamos tres aspectos poco conocidos de su trágico final

Francisco Pizarro, natural de Trujillo (Extremadura) e hijo ilegítimo del capitán Gonzalo Pizarro, quien embarcó en 1502 rumbo al Nuevo Mundo para explorar y conquistar nuevos territorios y sus riquezas, murió el 26 de junio de 1541, hoy hace 484 años.

El conquistador del Perú y fundador de la Ciudad de los Reyes, hoy llamada Lima, fue asesinado en su residencia por un grupo de almagristas, seguidores de su antiguo socio y luego rival, Diego de Almagro. Este magnicidio fue la culminación de una serie de tensiones y conflictos entre los conquistadores españoles por el control de los territorios del antiguo Imperio inca.

Su enemistad se agravó tras la ejecución de Almagro en 1538, tras la batalla de Las Salinas. Aquello provocó que los partidarios del natural de Malagón (Castilla La Mancha), conocidos como almagristas, quedasen marginados y empobrecidos. Esto alimentó su resentimiento hacia Pizarro.

Según el historiador José María González Ochoa estos almagristas, liderados por Juan de Rada, planearon el asesinato como una forma de venganza y para restablecer su posición en el poder.

Asesinato de Francisco Pizarro a manos de los almagristas, según un grabado del siglo XIX

Asesinato de Francisco Pizarro a manos de los almagristas, según un grabado del siglo XIX

Los atacantes le abordaron a él en el Palacio de los Gobernadores en Lima. Según las crónicas, recibió múltiples heridas, siendo la estocada mortal la que le atravesó la garganta. Pizarro tenía 63 años. A continuación, recopilamos tres datos poco conocidos del trágico final del hombre que conquistó el Imperio inca.

Trazó una cruz con su sangre

Según advierten diversas crónicas, postrado y sintiendo cerca la muerte, Pizarro mojó sus dedos en la sangre que le brotaba de su cuello y dibujó una cruz en el suelo, la besó, balbuceó el nombre de Cristo y pidió la confesión. Esta escena sería trágica fue recogida por pintores como el argentino Graciano Mendilaharzu o el español Manuel Ramírez.

En respuesta, uno de los almagristas que asaltaron la mora de Pizarro a los gritos de «¡Viva el Rey! ¡Mueran tiranos!» —según recoge su biografía en el portal de la Real Academia de la Historia—, le atestó un fuerte golpe en la cabeza con un cántaro lleno de agua.

La muerte de Francisco Pizarro, óleo de Manuel Ramírez

La muerte de Francisco Pizarro, óleo de Manuel RamírezMuseo del Prado

Identificado erróneamente durante casi un siglo

Según narra la historiadora Carmen Martín Rubio en su obra Francisco Pizarro: el hombre desconocido, el natural de Trujillo dejó por escrito su voluntad de ser enterrado «en la iglesia mayor de esta Ciudad de los Reyes, en la capilla mayor de la dicha iglesia». Pero con el paso de los años, sus restos sufrieron distintos traslados hasta que, en 1623, se decidió su definitivo emplazamiento: en la bóveda sepulcral debajo de la capilla mayor de la catedral de Lima.

Allí permaneció hasta que, en 1881, coincidiendo con el 340 aniversario de su muerte, el cabildo de la ciudad estableció una comisión para exhumar e investigar sus restos. Sin embargo, en aquel mismo lugar encontraron una momia y creyendo que correspondía a los restos de Pizarro la colocaron en un mausoleo ubicado en la parte derecha de la catedral.

La comisión encargada de la exhumación defendió que se trataba del conquistador extremeño pues encontraron marcas de derrames sanguíneos producidos por heridas en la cabeza, cuello y extremidades.

Durante más de noventa años, los restos exhibidos en la Catedral de Lima como pertenecientes a Francisco Pizarro resultaron ser de otra persona. En 1977, durante trabajos de remodelación en la catedral, se descubrió una caja de plomo con una inscripción que indicaba contener la cabeza del marqués Don Francisco Pizarro: «Aquí está la cabeza del señor marqués Don Francisco Pizarro que descubrió y ganó los reinos de Perú y puso en la real Corona de Castilla», rezaba alto y claro la placa.

Tumba de Francisco Pizarro en una capilla ubicada en la nave derecha de la catedral de Lima

Tumba de Francisco Pizarro en una capilla ubicada en la nave derecha de la catedral de Lima

Posteriormente, los análisis forenses confirmaron que los encontrados en 1977 eran los verdaderos restos del conquistador, identificados por las heridas coincidentes con las descritas en las crónicas de su asesinato. Con este hallazgo se corrigió una larga confusión histórica y permitió que los verdaderos restos de Pizarro fueran finalmente ubicados en su capilla en la catedral de Lima como dictaba su testamento.

Uno de sus últimos deseos: reconciliarse con los Almagro

Además de su deseo de ser enterrado en la catedral de la ciudad que fundó, Pizarro incluyó cláusulas que reflejaban su intención de reconciliación con la familia de Diego de Almagro, su antiguo socio y luego rival. Según el comentario que realizó el diplomático e historiador Raúl Porras Barrenechea del testamento del natural de Trujillo, «la sinceridad de su reconciliación con Almagro resplandece, sin mezcla alguna de perfidia o engaño».

En dichas cláusulas demuestra su intención de cumplir con lealtad los compromisos adquiridos con Almagro. Así, solicitó a sus herederos que cumplieran los compromisos establecidos con Almagro y que se mantuviera la paz entre ambas familias.

Retratos de Francisco Pizarro y el teniente Diego de Almagro antes de la expedición a Perú. Obra de Felipe Huaman Poma de Ayala

Retratos de Francisco Pizarro y el teniente Diego de Almagro antes de la expedición a Perú. Obra de Felipe Huaman Poma de Ayala

En coherencia con el pacto firmado en enero de 1535 con Almagro, el conquistador ordenó a sus hijos dividiesen el resto de sus posesiones «como verdaderos hermanos», teniendo uno tanto como el otro. Del mismo modo, si Almagro llegase a reclamar el pago de deudas olvidadas, Pizarro indicó que se le pagase y se le diese lo que él considerara justo y que todo lo que se haya gastado, donado, perdido o utilizado de cualquier forma fuese tenido por gasto común, sin necesidad de acudir a «pleitos o demandas legales».

«¡Cuán distinto aparece aquí el Pizarro auténtico, del codicioso e implacable de Cajamarca y del Cuzco, pintado por historiadores de pacotilla!», advierte el historiador peruano. Y añade que, en cuanto a las acusaciones de traición hacia su compañero, que tantos comentarios pesimistas han provocado entre los intérpretes de crónicas peruanas, basta con leer esta súplica final dirigida a sus hijos y hermanos: «A todos los cuales ruego y encargo que tengan y acatan al dicho adelantado don Diego de Almagro como lo hacían e hicieron a mi persona».

Este gesto ha sido interpretado por algunos historiadores como un intento de mitigar las tensiones y conflictos que marcaron la conquista del Perú. Sin embargo, estas disposiciones no lograron evitar la continuación de las hostilidades, que culminaron con su propio asesinato a manos de los almagristas.

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