El poeta alicantino Miguel Hernández
Los falangistas que evitaron la ejecución de Miguel Hernández pero no pudieron sacarle a tiempo de la cárcel
Condenado a muerte tras la Guerra Civil, fue salvado por influencias falangistas, pero no pudo escapar a la muerte: murió de tuberculosis en prisión en 1942
Miguel Hernández había sido detenido a finales de abril por la Policía de Salazar en Moura, Portugal. Fue trasladado a la prisión provincial de Huelva, desde allí a Sevilla y posteriormente a Madrid, al penal de la calle Torrijos, hoy Conde de Peñalver.
En septiembre lo liberaron y volvió a Orihuela, donde fue detenido de nuevo y traído a Madrid, a la prisión de la plaza del Conde de Toreno. En marzo de 1940 fue condenado a muerte por un tribunal presidido por el comandante Pablo Alfaro.
Rafael Sánchez Mazas recibió la visita de José María de Cossío en el ministerio. Su objetivo era transmitirle la noticia de que Miguel Hernández había sido condenado a muerte. El interés de Rafael era grande, tal como le explicó el poeta a su mujer en una carta escrita desde la cárcel el 3 de junio: «Esta mañana me han dado mejores noticias que otras veces. Hasta me han traído una carta que ha recibido Vergara, en la cual se interesa por mi asunto el ministro Rafael Sánchez Mazas. Tengo bastante confianza en él, ya que es antiguo amigo, y espero que, como amigo, dará solución a esta situación mía».
Rafael Sánchez Mazas
El recuerdo de lo que había sucedido con Federico García Lorca en agosto de 1936 y el valor de Hernández en la cultura española llevaron a Sánchez Mazas, al término del Consejo de Ministros del 17 de junio, a solicitar la gracia a Franco. El falangista Sánchez Mazas interpeló a Franco y le dijo: «Quiero pedir la gracia para un poeta», a lo que Franco respondió: «Si fuera un buen poeta...». Entonces, Sánchez Mazas cerró la conversación con rotundidad: «Es un buen poeta».
Certificado de la jefatura provincial de Valencia de las FET y de las JONS
También la jefatura provincial de FE de las JONS de Valencia, cuyo secretario de Milicias, Juan Bellod Salmerón, certifica oficialmente el sentido patriótico y religioso de Miguel Hernández Gilabert —a quien dice conocer desde la infancia—, lo señala como miembro de la redacción de la revista católica El Gallo Crisis, que dirigía Ramón Sijé, quien llegó al falangismo de la mano de Giménez Caballero. Es el mismo Ramón Sijé, a quien Hernández dedicó su inolvidable elegía. El falangista de la carta oficial afirma: «Garantizo plenamente su fervor patriótico».
Todos estos intentos sirvieron para evitar su ejecución, pero llegaron tarde para su liberación, como pretendían los azules, pues murió de tuberculosis en una cárcel de Alicante, el 28 de marzo de 1942. Ese año murieron por esa enfermedad en España 32.061 personas.
María Teresa León agrede a Miguel Hernández
Como cuenta posteriormente José Luis Losa, «llegaba cada día Miguel Hernández del frente y se encontraba con el ambiente de francachela en la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas que presidía Alberti, en Madrid, en el palacio de los Heredia Spínola, en el primer año de la guerra». Aquel oasis de neoseñoritismo de Mono Azul y alpargatas, en cuyas mesas corría el vino y se tomaban las más peregrinas decisiones sobre suertes ajenas.
Miguel Hernández saliendo del Congreso de Escritores en 1937
Un día, indignado por el contraste entre la situación dantesca que vivían los soldados en el frente y lo que veía en el palacio de los Heredia Spínola —aún con los restos de una buena comida en la mesa—, se acercó al encerado que presidía la sala, todavía con el uniforme empapado en sudor, y escribió: «Aquí hay mucho hijo de puta y mucha puta».
A la vista de que la única mujer presente en la sala era María Teresa León, esta le dio un puñetazo a Miguel Hernández «que lo volteó y le rompió un diente».
Ahora, en Monóvar, Alberti, que se había vuelto más poderoso durante la guerra, intentó congraciarse con el poeta de Orihuela: «Tú ya sabes cómo son las mujeres, Miguel. Pero si tú quieres, te puedes venir con nosotros. Arreglo las cosas para que se te haga un hueco en el avión y te vienes con nosotros a Argelia».
Miguel Hernández contestó secamente: «Yo me vuelvo a mi pueblo».