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¿Quién fue el peor rey de España?

La historia de la turbulenta vida monárquica de la España de la primera mitad del siglo XIX, cuando se sucedieron Carlos IV, Fernando VII e Isabel II

Retrato de Fernando VII, de Francisco de GoyaMuseo del Prado

El peso de la Corona a veces puede ser insoportable y no todas las cabezas coronadas han sabido llevarlo dignamente. En el caso de España, así como hemos contado con grandes monarcas que han dado forma a la nación, ha habido también una larga lista de reyes con los que el juicio de la historia no ha sido benévolo. Sin embargo, señalar al peor rey de España no es tarea fácil, entre otras cosas porque hay varios candidatos.

Incluso los grandes monarcas han tenido sus detractores y muchas veces no fueron valorados en su momento. Carlos I fue acusado frecuentemente de haber arruinado España al arrastrarla a un sinfín de guerras europeas por defender los intereses dinásticos Habsburgo.

Felipe II siempre tuvo el estigma de la Leyenda Negra, que lo presentó como un rey fanático que antepuso su celo religioso a cualquier cálculo político. Los Austrias Menores han pasado a la historia bajo el tópico de la decadencia, como reyes débiles e indolentes, regidos por validos corruptos.

Pero si queremos hablar de reinados verdaderamente catastróficos tenemos que centrarnos en los inicios del siglo XIX, con la sucesión de Carlos IV, Fernando VII e Isabel II. En una época de enorme turbulencia, a caballo entre la crisis del Antiguo Régimen y su sustitución por el sistema liberal, España tuvo la mala fortuna de encadenar tres reinados que estuvieron muy lejos de lo que los tiempos requerían de ellos.

Carlos IV (1788-1808) recibió de su padre Carlos III una monarquía absoluta robusta, con un imperio americano en su máxima extensión territorial y una economía que crecía de forma lenta pero segura gracias a las reformas ilustradas. Sin embargo, el estallido de la Revolución francesa justo un años después de su ascenso al trono desató una tempestad ante la que no supo reaccionar.

Sus cambiantes alianzas con Gran Bretaña o Francia no trajeron más que derrotas, debilitando el prestigio de España hasta convertirla en un estado satélite de Napoleón. La confianza ciega del monarca en Godoy, al que delegó las riendas del gobierno, nunca fue compartida por el pueblo, que odiaba al favorito y consideraba al rey poco menos que una marioneta.

Tan desastroso fue su reinado que terminó abruptamente en 1808, con el Motín de Aranjuez, cuando se vio obligado a abdicar por la presión popular mientras el país era invadido por los franceses. Su último acto fue conspirar con Napoleón para ayudarle a conseguir la Corona de España con tal de que no la tuviese su hijo Fernando, lo que desencadenó la Guerra de Independencia.

Fernando VII (1814-1833) es quizá el rey con peor fama de nuestra historia, y ha sido señalado más que ninguno para encabezar las listas de malos gobernantes. A diferencia de su padre, Fernando podría excusarse en que recibió una monarquía en crisis, arrasada por la invasión napoleónica, con la economía arruinada y dividida ferozmente entre liberales y absolutistas.

España se encontraba en una situación crítica que solo un rey audaz y brillante habría sabido pilotar, pero Fernando VII estuvo muy lejos de serlo. Su dura represión del liberalismo avivó las discordias civiles y su posterior empeñó en que reinase su hija Isabel por delante de su hermano Carlos provocó las sangrientas guerras carlistas. Además, fue incapaz de encontrar solución a la rebelión de los virreinatos americanos, perdiendo todo el imperio.

Su hija Isabel II (1833-1868) llegó al trono con apenas tres años y en plena guerra civil. Una reina niña, carente de experiencia ni formación adecuada, no podía solucionar los problemas que su padre y su abuelo le habían legado. En su reinado se produjo la implantación definitiva de la monarquía constitucional, pero e nuevo sistema no trajo a España ni la paz ni la prosperidad que los liberales esperaban.

Los tímidos intentos de modernización del país fueron obstaculizados por los constantes golpes de Estado de los «espadones» y las divisiones entre los políticos liberales. La reina no supo controlar esta inestabilidad y, de hecho, sus escándalos amorosos y su favoritismo solo empeoró la situación. La reina era tan impopular que en 1868 tuvo que huir a Francia cuando, por primera vez en la historia de España, se produjo una revolución que buscaba abiertamente derrocar a la monarquía.