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El Rogui

El Rogui

Dinastías y poder

El singular pretendiente al trono marroquí que murió devorado por los leones

El Rogui pudo destronar al sultán reinante, pero estimó que el principal problema con el que tenía que enfrentarse era aglutinar en una misma causa a un pueblo que vivía en continuo caos

Se le conocía como «El Rogui»: el pretendiente. De oscuros orígenes, llegó a ser uno de los personajes más poderosos en el Marruecos anterior al protectorado Español. Pudo destronar al sultán reinante, pero estimó que el principal problema con el que tenía que enfrentarse era aglutinar en una misma causa a un pueblo que vivía en continuo caos. El Rogui recorría los territorios tribales a lomos de un asno para arengar a las cabilas. Pero tuvo también aspiraciones de grandeza y quiso rodearse de una pompa imperial similar a la de la dinastía Alahui a la que pretendió derrocar.

En 1894 murió el sultán Muley Hassán, de la dinastía Alauita, instaurada desde mediados del siglo XVII. Por entonces no se podía hablar de la existencia de un estado marroquí, ni siquiera de la formación de un reino embrionario. Hasta esa fecha, los soberanos habían despreciado las injerencias extranjeras pero la realidad era que al terminar el siglo XIX y en pleno periodo imperialista, Marruecos carecía de organización administrativa y política.

El sultán proclamó heredero, un año antes de su muerte, al hijo que había tenido con la última de sus favoritas. Muley Abd-el Azis tenía trece años y un carácter débil. La designación supuso desplazar al mayor de sus hijos, Muley Mohamed, apodado «el Tuerto», así como al resto de sucesores arones. El primogénito adoptó una posición levantisca, por lo que fue encarcelado en Marraquech, una de las cuatro ciudades imperiales.

El joven Muley Abd-el Azis, fue proclamado sultán con intenciones de modernizar y pacificar el territorio. Para ello, en 1901, solicitó orientaciones a Londres: quería conocer qué tipos de reformas políticas, económicas y administrativas podrían hacerse sobre su reino. Además de bicicletas, cámaras fotográficas y mesas de billar, los ingleses recomendaron un sistema tributario ordenado. Una reforma necesaria que precisaba del establecimiento de un censo poblacional general y un catastro de la riqueza. Aquello fue mal visto por muchas de las cabilas nativas que mostraron resistencia a pagar impuestos.

Suponía una merma económica y se interpretó como una afrenta a sus intereses religiosos y una muestra de la falta de celo de quien, como el sultán, era el representante del Profeta.

Es en ese contexto de rebeldía aparece Yilali Ben Dris Zerhoni, el Yusefi, un bereber arabeizado de unos cuarenta años que había recibido formación en la universidad de El Qarawiyin de Fez, donde aprendió derecho islámico, gramática, filosofía, matemáticas y geometría y trabajado como secretario de uno de los hermanos «desheredados» del joven sultán. En esos días, el personaje se vio involucrado en una intriga palaciega, nunca lo suficientemente aclarada, por la que fue encarcelado durante más de un año.

Liberado o huido, Yilali viajó a Argelia y Túnez hasta que regresó a su poblado de origen a lomos de un pequeño asno. Desde entonces recorrió las tribus cercanas con hechicerías hasta alcanzar fama de santidad. Se le llamaba Bu Hamara «el de la burra», por aparecer montado sobre un asno cuando acudía a los zocos. Aclamado por las masas, declaró ser Muley Mohammed ben el-Hassán, el hermano mayor del joven Sultán y se presentó como pretendiente al trono. Desde entonces se le conoció como Rogui, apelativo utilizado en Marruecos para quien pretendía derribar al sultán y crear un nuevo gobierno.

Bu Hamara “el de la burra”

Bu Hamara «el de la burra»

Lleno de ínfulas, comenzó sus ofensivas contra Muley Abd-el Azis, instalado en Fez, verdadera capital del Imperio, aunque ciudad menos «amable» que Rabat. El Rogui reconciliaba a las tribus de la zona occidental y lograba que rechazasen la reforma fiscal. El propio Pio Baroja fue enviado como corresponsal de El Globo para seguir esta rebelión. Tuvo además la osadía de invitar por carta a todas las tribus orientales del imperio a que se le unieran en el movimiento que había comenzado: la mayoría del sultanato se había sublevado contra el poder central a través de una especie de gobierno revolucionario.

El Rogui declaró legítima la «guerra santa» contra Muley Abd-elAziz pues le consideraba culpable de entregar Marruecos a los ingleses. El Rogui se estableció en Zeluán, cerca de Melilla, con la opulencia de una corte imperial. Carmen de Burgos, la periodista almeriense que llegó a Melilla como corresponsal de Heraldo de Madrid, describe en una de sus crónicas, a una de esas moras que formaban parte del harén.

Parece que, para costear su modo de vida, ofreció a inversores españoles, las minas de hierro y plomo de Beni Bu Ifrur, cabila rifeña cercana a Melilla, donde se vieron implicados políticos de la Restauración como Romanones o el marqués de Comillas. También negoció el derecho a la construcción de un ferrocarril de 30 kilómetros, hasta la ciudad de Melilla, lo que con el tiempo sería objeto de tantas injerencias por los nacionalistas.

Pero la belicosa tribu de los Beni Uriaguel se resistió a su poderío. El Rogui, admirador de España y lo español, solicitó de los mandos militares de Melilla envío de municiones para sus armas, que empezaban a escasear. Pero estas peticiones no fueron atendidas por el general Marina, gobernador militar de la Plaza de Melilla. Falto de recursos para enfrentarse a los levantiscos Beni Uriaguel, dejó Zeluán y se dirigió de hacia el sur.

Los triunfos iniciales del Rogui no fueron suficientes para aplacar el mando del sultanato. Pese a ello, Muley Abd-elAziz, abdicaba en su hermano Mulay Hafid, en agosto de 1908. Pocos meses después, el Rogui fue hecho prisionero. Llegó a Fez con un collar de hierro al cuello y enrollado en cadenas como un fardo sobre una mula.

Lo metieron en una jaula de hierro que colocada a lomos de un camello, llegó a la explanada del Mexuar, donde se había levantado una plataforma. Estuvo exhibido hasta que su cuerpo, casi sin vida causa de calor y las vejaciones, fue arrojado a los leones como castigo y escarmiento. Era el final de quien un día se había erigido en pretendiente al trono de una dinastía que jamás fue suya.

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