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Embalaje de obras en el Museo del Prado durante la Guerra Civil

Embalaje de obras en el Museo del Prado durante la Guerra Civil

La odisea del Museo del Prado: cómo sobrevivieron sus obras maestras a la Guerra Civil

Las piezas cruzaron la frontera y fueron almacenadas en los sótanos del Palacio de la Sociedad de Naciones en Ginebra. Allí permanecieron hasta su devolución al Gobierno de Franco el 28 de marzo de 1939

Hoy admiramos en el Museo del Prado obras maestras de Velázquez, Goya o El Greco como si siempre hubieran estado allí, seguras, intocables. Pero durante la Guerra Civil española, esas joyas del patrimonio nacional vivieron su propia odisea: una evacuación precipitada, decisiones políticas cuestionables y un viaje al borde del desastre.

Desde el estallido del conflicto, el Prado se convirtió en un almacén improvisado de miles de piezas procedentes del Palacio Real, El Escorial, la Academia de Bellas Artes de San Fernando y colecciones privadas como la del Palacio de Liria. Se calcula que entre 18.000 y 20.000 objetos —pinturas, esculturas, tapices y documentos— fueron concentrados allí.

En noviembre de 1936, el Gobierno de la República ordenó su evacuación. Apenas unos días después, el museo fue bombardeado. La Junta del Tesoro Artístico, presidida por Timoteo Pérez Rubio, asumió la tarea del traslado. Las obras fueron llevadas primero a Valencia, luego a Barcelona, y finalmente dispersadas por los Pirineos catalanes: el castillo de San Fernando en Figueras, minas de talco en Abajol y el castillo de Perelada, que además fue residencia del presidente de la República, Manuel Azaña. Él mismo dejó constancia de ello en sus diarios personales.

En febrero de 1939, con la guerra prácticamente perdida, el Gobierno republicano accedió a entregar las obras al Comité Internacional para la Salvaguarda del Tesoro Artístico Español. Las piezas cruzaron la frontera y fueron almacenadas en los sótanos del Palacio de la Sociedad de Naciones en Ginebra. Allí permanecieron hasta su devolución al Gobierno de Franco el 28 de marzo de 1939, días antes del fin oficial de la contienda.

Antes de su regreso, se organizó una exposición en Ginebra que atrajo a más de 400.000 visitantes. Fue un gesto propagandístico que rozó la temeridad: al día siguiente de su clausura estalló la Segunda Guerra Mundial, y dos días después Francia entraba en el conflicto. El arte español estuvo, literalmente, a un suspiro del caos.

Embalaje y traslado a Valencia de las obras del prado e imagen de las Meninas en el Colegio del Patriarca

Embalaje y traslado a Valencia de las obras del prado e imagen de las Meninas en el Colegio del PatriarcaMuseo del Prado y Biblioteca Nacional

El regreso fue digno de una novela de espionaje. El convoy, encabezado por el pintor Ignacio Zuloaga, viajó con las luces apagadas por temor a ataques. Algunas obras llegaron dañadas, otras se extraviaron. Incluso hubo que protegerlas de refugiados republicanos que intentaron quemarlas para calentarse.

Y aquí surge la gran pregunta: ¿fue realmente la evacuación la mejor opción? ¿O una huida hacia adelante con tintes ideológicos? ¿No habría sido más sensato protegerlas en un lugar seguro dentro del país, como el Banco de España? La República optó por una solución que, aunque revestida de buenas intenciones, expuso el corazón artístico de España a un riesgo innecesario.

Hoy, esas obras cuelgan de nuevo en las paredes del Prado. Pero su historia no debe olvidarse: no solo sobrevivieron a una guerra, sino también a decisiones humanas que estuvieron a punto de condenarlas al olvido.

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