Legión Extremeña. Obra de Augusto Ferrer-Dalmau.
La gesta de la espada de Pizarro y Juan Downie, el bravo escocés que la blandió
Casi tres siglos después de la muerte de Pizarro, la espada volvía a la palestra en un capítulo singular
Famosas espadas de grandes personajes han trascendido en la historia. Algunas, hasta con nombre propio como Tizona, Colada, Andúril, Durandal o Excalibur. La de Pizarro, aunque no lo tuvo, no fue una más. Además de ser de las más legendarias, casi de forma mágica deslumbró en distintos siglos y con diferentes protagonistas. No solo fue un arma de conquista, sino también un símbolo cargado de historia, leyenda y poder.
Esta espada fue la clave de una de las escenas más sobrecogedoras de la Historia de América que narramos en nuestro artículo anterior. En una situación límite, Pizarro, el conquistador del Imperio Inca, desafiaba al destino de sus hombres y trazaba un surco en la arena de la Isla del Gallo para elegir a aquellos que tuvieran agallas para seguirle. Una misión sumida en la incertidumbre y con pocos visos de triunfo que desembocó en los llamados «Trece de la Fama». Fueron inolvidables aquellas palabras con las que los retó espada en mano «Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro al Perú, a ser ricos; escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere». También su espada lo acompañó en momentos gloriosos como la captura de Atahualpa en Cajamarca en 1532 o en la toma de Cuzco en 1533.
La línea de la Gloria. Cuadro de Augusto Ferrer Dalmau
Y en su postrer momento fue a ella a quien dirigió sus últimas palabras cuando fue apuñalado a traición. «Mi espada, ¡fiel compañera de mis trabajos!».
Hoy, Pizarro reposa en una espléndida sepultura en la Catedral de Lima y la casa aristocrática que continuó su linaje, el Marquesado de la Conquista, seria el custodio de la espada durante generaciones. Había sido traída a su villa natal, Trujillo, por su hermano Hernando.
Espada de Pizarro
La espada vuelve a España
Casi tres siglos después de la muerte de Pizarro, la espada volvía a la palestra en un capítulo singular. España vivía su terrible Guerra de la Independencia donde combatirían españoles contra franceses, pero también portugueses, ingleses, italianos y hasta polacos. Y dentro del contingente británico llegó John Downie, nacido en Stirling, Escocia. Era un segundón de orígenes inciertos, aunque contaba que su familia era de abolengo. Como el sistema de primogenitura le excluía de heredar, se lanzó a la aventura, y se marchó joven a la isla de Trinidad en las Indias Occidentales, donde se dedicó al comercio con cierto éxito. Pero perdió su fortuna cuando volvió al Reino Unido y viéndose sin recursos, optó por alistarse en el ejército inglés que estaba haciendo una gran recluta para combatir contra Napoleón en España.
Un escocés llega a la Península
Una vez en nuestro país, dada su experiencia como comerciante, fue nombrado comisario de guerra, a las órdenes de Sir John Moore, y tras morir este en La Coruña, pasaría a depender de Arthur Wellesley aún no Duque de Wellington con el cargo de intendente de los Dragones Ligeros. Un puesto de responsabilidad logística que tenía como misión el conseguir suministros para el ejército, pero con el que también logró hacerse un capital. Su principal sede estaba en Castelo Branco (Portugal), a 160 Km de Badajoz, y Extremadura fue la región que más frecuentaba ya que era su tránsito de distribución y donde trabó importantes amistades, entre ellas con miembros de la Junta Suprema Central.
John Downie, el escocés que empuñó la espada de Pizarro
Un ejército propio y … peculiar
En el año 1809 decidió tener una intervención más directa en la guerra. Se veía con dotes de mando y gestó un plan que visto hoy bascula entre lo deslumbrante, lo pintoresco y lo excéntrico. Se le ocurrió organizar una compañía militar propia formada por voluntarios de caballería e infantería. Al ser dueño y señor de su ejército no tenía que rendir cuentas a nadie, pero sus hombres no eran mercenarios, sino una especie de guerrilla militarizada, soldados regulares de un cuerpo del ejército privado pero reconocido de manera oficial. Sería supervisado por el General Marqués de la Romana, uno de los pocos militares españoles respetado por los ingleses.
Lo más llamativo de esta unidad es que el propio Downie se encargó de elaborar —y pagar— la uniformidad. Pero no era pecata minuta. Eran unos anacrónicos y costosos ropajes confeccionados a imagen y semejanza a los que usaban los Tercios en tiempos de Carlos V, con corazas y yelmos incluidos. Actuarían en Extremadura y estaría compuesto fundamentalmente por extremeños, tanto soldados como oficiales. Pero es más, él mismo quiso ocuparse de darles instrucción militar. El Decreto de fundación data de febrero de 1810 y aparece su nombre traducido, Juan Downie, que por lo visto le gustaba mucho y así le llamaremos.
Se cree que en un encuentro con Lord Wellington conoció a los Marqueses de la Conquista: Jacinto de Orellana Pizarro y Contreras y su mujer Bárbara de la Plata y Quintana Padilla. Por alguna razón, compartió con ellos un tiempo y la pareja quedó subyugada por la pasión y el ímpetu del escocés. Otras fuentes apuntan a que fueron ellos los que quisieron conocerlo conmovidos por el nombre que iba a elegir para su ejército en homenaje a su antepasado. La consecuencia sería la misma: el Marqués le hizo entrega de la valiosa espada original de Francisco Pizarro pronunciando estas palabras: «No estoy en edad de luchar, sírvase usted de esta arma para proporcionar a España nuevos laureles en la guerra más injusta y villana que contra pueblo ninguno se intentó».
Documento de la fundación de la Unidad
Leales de Pizarro
Meses más tarde, blandiendo el arma partió hasta Cádiz, fue nombrado coronel por la Regencia y a su escuadrón lo denominó «Los Leales de Pizarro». El peculiar ejército estaba formado por cuatro batallones de infantería ligera, tres escuadrones de caballería y lanceros, una compañía de artillería a caballo y una compañía de zapadores.
Estos soldados que llegaron a ser 3000 según algunas fuentes iban uniformados a como los Tercios del siglo XVI, con toda la parafernalia e iban dirigidos por un escocés robusto y de casi dos metros que empuñaba la espada de Pizarro. Era un espectáculo su visión por todos los pueblos que pasaban. En Cádiz en 1811 causaron furor entre los Gaditanos.
Cuadro 'Legión Extremeña'. Obra de Augusto Ferrer-Dalmau
Juan Downie siempre batalló con esa espada y se adaptó a las tácticas genuinamente españolas de la guerrilla. Quería ir siempre en vanguardia y se destacó por una valentía y un arrojo que le llevaba casi siempre a la victoria. En 1811 vencía en Arroyomolinos, a pesar de su inferioridad de fuerzas, y logró hacer 200 prisioneros franceses. En abril de 1812 los derrotaba en la batalla de Espartinas y fue ascendido a brigadier. Solicitó entonces ampliar sus huestes, y la nueva unidad fue rebautizada como «Leal Legión Extremeña». Pero le pidieron el cambio de uniformidad, ya que los ropajes y corazas de los tercios eran poco prácticos.
Y al regresar a Cádiz, con el mariscal Juan de la Cruz, tomarían Sanlúcar de Barrameda y se enfrentaron al mariscal Soult en Castilleja de la Cuesta con victoria española.
Sevilla: un capítulo entre la magia y la historia
Pero de todas sus escaramuzas y contiendas hubo una que le consagró para la Historia y en la que la famosa espada de Pizarro tendría un gran protagonismo.
Era Agosto de 1812 en Sevilla. Estaban ante el famoso puente de barcas de Triana. Cruzaba las dos orillas del Guadalquivir y en la Reconquista de la ciudad había tenido un papel estelar al ser fracturado por Payo Gómez Chariño y roto después por Bonifaz, aunque solo este último se llevara la gloria. Pero esta vez los franceses, lo habían semidesmontado. Downie y sus hombres acechaban desde el margen contrario. Pero de repente, Downie atisbó que los galos se disponían a montar dos cañones. Tenía que evitarlo… y entonces, espada en ristre, espoleó a su caballo y raudo y veloz avanzó sobre el puente en misión casi suicida por la inestabilidad de la pasarela. La artillería de la batería francesa logró tirarle del caballo. Recibió varios disparos y uno de ellos impactó a pocos cm de la sien. Pero Juan no podía dejar que la espada de Pizarro cayera en manos enemigas y la lanzó al aire. Todos se sorprendieron porque el arma literalmente voló y pudo ser recogida por sus hombres. ¿Fue la fuerza de Downie o un poder sobrenatural que se le adjudicó a la espada?
Soldado de la Legión Extremeña
En plena vorágine, los españoles atacaron con ímpetu a los franceses que tuvieron que desmontar sus piezas artilleras.
Herido, prisionero y recompensado
Downie, malherido fue hecho prisionero de los franceses que lo ataron a un cañón y lo llevaron a Marchena, a 52 kilómetros de Sevilla. La noticia corrió como la pólvora y conmocionó. El mariscal Soult se enteró del trato inhumano que estaba recibiendo y aceptó canjearlo por 190 soldados franceses. Poco después, un pelotón lo recogió tirado en un camino. Estaba ensangrentado, con el rostro desfigurado y había perdido el ojo derecho. Desde entonces llevaría un parche que dotaba a su figura de un aspecto todavía más peculiar.
Grabado de la Batalla de Sevilla
Downie, liberado agradecido escribió «aunque soy un hombre nacido en Escocia se gloria en ser con todo su corazón el más fiel español». Poco después fue recompensado con el puesto de Teniente de Alcaide del Alcázar de Sevilla, nada menos con residencia en el Patio de Banderas del palacio y fue incluído en las listas de Mariscales de Campo del Ejército Español con antigüedad de 1810. Se le dio la nacionalidad, se convirtió al catolicismo y se enamoró por completo de España.
El final de la guerra: gloria y muerte
Al término de la guerra, El Marqués reclamó la espada de su antepasado, pero Downie siempre evitó devolverla. Recibió honores en Gran Bretaña. Glasgow le concedió la libertad de la ciudad y el futuro Jorge IV le nombró Sir. En España en 1816 fue miembro de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Caballero de la Orden de Carlos III, y la Regencia le hizo Caballero Gran Cruz de la Orden de San Fernando como narra José María García León en su libro En torno a las Cortes de Cádiz.
Downie volvería a usar a espada en 1822 en el Trienio Liberal. Como partidario de Fernando VII, fue detenido y arrestado un tiempo en el castillo de Santa Catalina en Cádiz.
Murió tres años más tarde en Sevilla en 1826. Cuentan que tuvo una vida de excesos que le dejaron en la más absoluta pobreza y Fernando VII tuvo que ordenar que no se le embargaran los bienes a su viuda, Agnes Gibson. Dejó deudas, y ningún otro bien más que su espada: la de Pizarro que fue donada por su hermano a la Real Armería, donde hoy se exhibe junto a la de Cortés.
Estatua de Pizarro en Trujillo
Algunos historiadores argumentan que Downie fue un personaje clave en la lucha por la independencia de España, otros lo ven como un agente de los intereses británicos. Se le ha tildado de pícaro, de advenedizo o un buscavidas que solo buscaba sobrevivir y encumbrarse en la escala social.
Pero lo cierto es que su figura, estrategia militar, sus escritos y sus decisiones políticas, siguen analizándose. Aparece en las memorias de ingleses que participaron en aquella guerra, en las crónicas de la época e incluso en los escritos de Wellington. Y es más, fue alabado por las Cortes de Cádiz, por Baroja y Pérez Galdós.
Se ha escrito que la espada de Pizarro estaba rodeada de un aura sobrenatural que traía la gloria a quien la portara y que fue la que le dio la fuerza para combatir como lo hizo. Aunque hoy nada le recuerda, lo que sí sabemos es que Juan Downie mostró la determinación de escribir su página en la historia defendiendo a España del invasor. Y lo hizo, a su manera, pero con el honor, de portar la espada que blandió uno de los más grandes. Y además murió sintiéndose «el español más fiel».