Pizarro y Los 13 de la Fama, de Ferrer-Dalmau
Grandes gestas de la historia
La Gesta de Pizarro y La Línea de la Gloria
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Hasta hace no mucho tiempo, cada vez que se nombraba Extremadura, iba asociada a la frase «cuna de héroes». Y lo cierto es que fue la tierra española que porcentualmente aportó al nuevo mundo más héroes, descubridores y excelsos hombres de armas, que cambiarían sin vuelta atrás la historia de la Humanidad. Dos sobre todos ellos, el gran gigante de la Historia, Hernán Cortés, un hombre del Renacimiento en la mejor de sus acepciones y su pariente Francisco Pizarro —aunque tal vez por su destino trágico— no goce de la misma aura. Pizarro también con un número insignificante de fuerzas hizo español un enorme imperio, muy superior y más amplio que el mexica y protagonizó una gesta de dimensiones ingentes: la conquista del Tahuantinsuyo, o lo que es lo mismo el imperio inca….
De hijo ilegítimo a alcalde de Panamá
Francisco nació en Trujillo sobre 1478 y su año de nacimiento no está claro. Pero sí que era hijo ilegítimo de Gonzalo Pizarro Rodríguez, emparentado con Hernán Cortés, cuya madre era Catalina Pizarro.
A los 20 años se alistó como soldado en los tercios, a las órdenes del Gran Capitán, con quien había combatido su padre y luchó en las guerras de Italia contra los franceses. Sin herencia a la vista, decidió cruzar el océano a la búsqueda de honra, riqueza y gloria.
En 1502, participó en la expedición de Alonso de Ojeda que exploró América Central y Colombia (1510), y luego en la de Núñez de Balboa que culminó en el descubrimiento del Mar del Sur (más tarde océano Pacífico). Y con él ya mostró una determinación especial, ya que tiempo después arrestó y llevó a juicio a este, su antiguo capitán, Núñez de Balboa , que acabaría decapitado.
Las expediciones de Alonso de Ojeda obra de Augusto Ferrer-Dalmau
Fue medrando y sus dotes de mando hicieron que en 1519 y 1523, Pizarro ya fuese alcalde de Panamá, entonces un foco radial de exploraciones en el que ya se hablaba de un rico territorio al sur que los nativos llamaban «Birú» que luego sería transformado en «Pirú» por los europeos.
Hasta 1524 no le llegó el momento de acometer su gran aventura. Tenía casi 50 años. Era bastante mayor para aquel tiempo, pero nunca había perdido la esperanza.
La expedición de Pizarro al Levante
El 20 de mayo de 1524, en Panamá junto a Hernando de Luque, Diego de Almagro y Pedrarias Dávila formó la Compañía del Levante, que dispuso que Pizarro encabezara una expedición como «teniente de capitán general» del gobernador de Tierra Firme.
No fue fácil prepararla. Pocos hombres querían participar si las expectativas no eran altas. También era arduo conseguir barcos… pero seis meses después salía con solo un navío Santiago —conocido popularmente como Santiaguillo—,112 españoles y un grupo de indios y cuatro caballos.
Francisco Pizarro en uno de los antiguos billetes de 1000 pesetas
Durante dos expediciones con secuencias y viajes padecieron hambres, tormentas, enfermedades, ataques de indígenas que fueron mermando exponencialmente tanto las fuerzas como el número de hombres.
Llegó un momento que mandos y tripulación se encontraban en situación límite: débiles, hambrientos, con la muerte rondándoles y pasando calamidades sin conseguir ningún resultado. Hasta Pizarro y Almagro sufrieron graves heridas. Pizarro recibió siete lanzadas y Almagro perdió un ojo de un flechazo, del que más tarde diría al rey Carlos: «El negocio de defender los intereses de la Corona me ha costado un ojo de la cara.» Y de ahí viene la expresión actual
Ante la deplorable situación, los hombres de la expedición solicitaron el retorno a Panamá. Hubo incluso una tentativa de rebelión y Almagro y Pizarro se plantearon la continuidad de la empresa. Pero poco antes habían capturado pequeño velero tripulado por unos indios muy civilizados que dijeron ser naturales de Túmbez y súbditos de un gran señor, una valiosa información con la que se abrían suculentas posibilidades.
La solución fue Almagro se trasladaría a Panamá a pedir refuerzos y que Pizarro les esperaría en la isla del Gallo en la Bahía de Tumaco al sur de Colombia . y. pero el malestar de los hombres iba in crescendo y enviaron secretamente cartas al gobernador de Panamá para informarle de lo que les ocurría. Enterado el gobernador, prohibió a Almagro reunir más hombres para Pizarro y mandó un navío para socorrer y recoger al resto de españoles que estaban en la isla del Gallo y pudieran volver.
El navío de socorro y recogida
El navío capitaneado por Juan Tafur llegó en una tesitura aterradora. La tripulación llevaba dos años y medio de viajes hacia el sur con perspectivas nulas y viendo sin descanso morir a compañeros. Muchos literalmente no podían más ni física ni anímicamente: querían regresar. La mayoría corrió a embarcarse en el navío de auxilio, con tal ímpetu, decía un cronista, «como si escaparan de tierra de moros».
Pizarro aceptó la voluntad de sus hombres, pero se manifestó firme en que no los acompañaría, él no iría. Entonces optó por una acción extrema: trazó una raya en la arena de la playa de la isla y retó a sus hombres para que siguiesen o abandonasen la expedición. Ferrer-Dalmau recrea la escena en su espectacular lienzo La línea de la Gloria
Los Trece de la Fama
Hernán Cortés había vivido una tesitura de similares características, y fue cuando quemó las naves en Veracruz y dirigió a sus hombres la famosa frase: «el que quiera ser rico que me siga». Hoy se sabe que no las quemó, que las desguazó y guardó piezas que le servirían para acometer una de las más espectaculares batallas bélicas de la historia: La Conquista de Tenochtitlan.
¿Supo Pizarro lo que había hecho su pariente? Lo desconocemos, pero su gesto en la isla del Gallo tuvo grandes paralelismos. José Antonio del Busto así narró la escena:
Francisco Pizarro
«El trujillano no se dejó ganar por la pasión y, desenvainando su espada, avanzó con ella desnuda hasta sus hombres. Se detuvo frente a ellos, los miró a todos y evitándose una arenga larga se limitó a decir, al tiempo que, trazaba con el arma una raya sobre la arena.
—Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro al Perú, a ser ricos; escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere».
Un silencio de muerte rubricó las palabras del héroe, pero pasados los primeros instantes de la duda, se sintió crujir la arena húmeda bajo los borceguíes y las alpargatas de los valientes, que en número de trece, pasaron la raya. Pizarro, cuando los vio cruzar la línea, «no poco se alegró, dando gracias a Dios por ello, pues había sido servido de ponelles en corazón la quedada». Sus nombres han quedado en la Historia. los «Trece de la Fama», o los «Trece caballeros de la isla del Gallo».
Los 13 de la Isla del Gallo
El camino hacia el Impero Inca
«Los Trece de la Fama» decidieron quedarse junto a Pizarro en la isla del Gallo, donde permanecieron meses también padeciendo «las de Caín». Según Benzoni, Pizarro «se lo agradeció mucho, haciéndoles grandes promesas y suplicándoles que tuviesen paciencia»... Por fin, el navío de Almagro llegó, aunque fueron pocos los refuerzos que había podido reunir y se encontró a Pizarro y los suyos, hambrientos y acosados por los indígenas. Según el Inca Garcilaso, se habían estado alimentado casi exclusivamente de marisco y culebras y «otras sabandijas». Ese mismo día, Pizarro ordenaba zarpar hacia el sur, y pronto, alcanzaron el Perú.
Ya estaba. Pizarro había encontrado lo que siempre había anhelado. Era el momento de regresar para reclutar más hombres y comenzar la conquista de un imperio ignoto .¿Cómo el de su sobrino Hernán? Nunca imaginó que sería más grande y más extenso . Fue recibido en Panamá con honores, pero el gobernador se negó a ayudarle.
A la Corte por los derechos de dominio
Los socios de la Compañía de Levante, que antes de 1524 nadaban en la abundancia estaban en 1529 completamente endeudados por el fracaso de sus expediciones. La única solución era acudir a España y lograr una capitulación. Además el viaje sería útil por otro motivo: querían evitar los obstáculos con los que se encontraron en su momento Colón y Cortés para reclamar sus derechos.
Fue Pizarro quien se trasladó a España para obtener derechos de dominio sobre sobre la zona de Perú que iba desde el Río de Santiago en Colombia, hasta el Cuzco. La capitulación la firmó Isabel de Portugal en Toledo en 1529, en nombre de Carlos I de España. En ella se concedió el título de hidalgos a trece de sus hombres «por lo mucho que han servido en el dicho viaje y descubrimiento». Con cierta lógica se ha pensado que eran los 13 de la fama y ha permitido su identificación
«… pasastes muchos peligros e trabajo, a causa de los cuales os dejó toda la gente que con vos iba en una isla despoblada con solo trece hombres que no vos quisieron dejar, y que con ellos y que con el socorro que de navíos y de gente os hizo el dicho capitán Diego de Almagro, pasastes de la dicha isla e descubristes las tierras e provincias del Pirú e ciudad de Tumbes…»
Cristóbal de Peralta, Pedro de Candía, Francisco de Cuéllar, Domingo de Solaluz, Nicolás de Ribera, Antonio de Carrión, Martín de Paz, García de Jarén, Alonso Briceño, Alonso Molina, Bartolomé Ruiz, Pedro Alcón y Juan de la Torre.
Curiosamente, no había una mayoría de extremeños, sino que procedían de todos los rincones de España y se les concedió a todos la hidalguía. Y a los que ya la poseían, el hermoso rango de Caballeros de la Espuela Dorada.
A la conquista del Imperio
Finalmente, en 1532, Pizarro zarpaba desde Panamá con 180 soldados a la conquista del Imperio Inca. El calor y las enfermedades volvieron a acosarles durante todo el trayecto, pero allí se encontró con que la viruela traída por los europeos había diezmado a la mitad de la población inca, las enfermedades, la hambruna y las luchas internas enfrentaban a dos de sus líderes (Atahualpa y Huáscar) por el poder y jugó sus cartas magistralmente. Con apenas 200 hombres se enfrentó abriéndose paso ante más de 8000 incas en apenas dos horas y media sin registrar una sola baja, y obró el milagro militar. Luego combatiría aliándose con Huáscar en la guerra frente a su hermano Atahualpa, así como con los cañaris, chachapoyas, huancas y otros pueblos que estaban sometidos
Distintas secuencias fueron forjando el descubrimiento y la incorporación del imperio inca a la Corona española. Y en 1539, el rey Carlos le otorgaba el título de Marqués de la Conquista. Los leyendanegristas que tanto insisten en llamarle cuidador de cerdos, no saben que un título cuando se obtiene por los méritos de uno es infinitamente más valioso.
Un destino desigual
La vida posterior de aquellos hombres tuvo desigual destino:
Diego de Almagro exploró la actual Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú, pero acabó enfrentado a Pizarro por la gobernación de Cuzco y se desató una guerra civil entre ambos. Los pizarristas vencieron y Almagro fue ajusticiado en 1538. Cuatro años después, era vengado por su hijo que apuñalaba mortalmente a Pizarro en la garganta
Últimos momentos de Pizarro
Si echamos la vista atrás y repasamos su historia… tras el periplo inicial lleno de calamidades, y su posterior brillante triunfo con glorias y riquezas en el gran imperio que hizo español, siempre destacará el capítulo singular. De esos que trascienden, que se cuentan y se contarán siempre que se hable de su figura: El episodio de la Isla del Gallo. Más conocido como Los Trece de la Fama.
¿Y por qué un episodio aparentemente menor entre tanta epopeya ha sido tan legendario? Pues porque nada hubiera sucedido sin la valiente resolución que tomó Pizarro y sus 13 grandes que, debilitados por las fatigas, hambre, enfermedades y desesperación, sin nada a su favor más que la palabra de su capitán, decidieron permanecer en una isla desierta antes que renunciar.
Un rasgo heroico, en el que demostraron perseverancia, esperanza, lealtad y patriotismo cuando todo parecía perdido. Hoy, el emplazamiento de la isla del Gallo se llama Pizarro y los restos del conquistador reposan en la catedral de la ciudad que fundó, Lima, que llegó a ser la ciudad más opulenta del planeta.
Tumba donde descansan los restos de Pizarro
Ah y en los que serían sus últimos momentos, se defendió y murió como los héroes clásicos, espada en mano. Y tras herir a dos oponentes con la sangre que manaba de su cuello, dibujó una cruz en el suelo, y nombrando a Cristo y pidió confesión. Sus últimas palabras fueron «Mi espada, ¡fiel compañera de mis trabajos!». Una espada grandiosa con una historia maravillosa que contaremos muy muy pronto y que fue la que le hizo trazar La línea de la Gloria.