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La nao de Machín de Munguía rechazando ataques otomanos. Vicente Urrabieta, 1850

La nao de Machín de Munguía rechazando ataques otomanos. Vicente Urrabieta, 1850

Machín de Munguía, el soldado español que se negó a renunciar a su fe tras combatir contra Barbarroja

Derrotado en Preveza, capturado en Castilnuovo y tentado por Barbarroja con poder y riquezas, el vizcaíno eligió la muerte antes que renunciar a su fe y a la Corona. Su gesta, símbolo del honor de los Tercios, merece ser recordada

Era 28 Septiembre de 1538. Los restos de la gran flota de la primera Liga Santa, con el rabo entre las piernas, han buscado refugio en la fortificada isla de Corfu Habían sido derrotados en Preveza por una flota turca considerablemente inferior, pero dirigida por el genial Barbarroja, antes corsario berberisco, ahora almirante al servicio del sultán.

La Liga se había constituido por las mayores potencias cristianas del Mediterráneo: Venecia, los Estados Pontificios, Genova y España. Venecia había aportado el mayor número de barcos a la flota aliada, pero la mayoría de la financiación y de las tropas embarcadas habían sido proporcionadas por España. Aliados de circunstancia y de conveniencia no podían disimular las disensiones que les enfrentaban.

El gran almirante Andrea Doria había intentado dirigir el abigarrado conjunto con la diplomacia más que con la autoridad, pero había fracasado. La indisciplina y la descoordinación habían lastrado las acciones de la flota con resultados desastrosos: más de cincuenta buques cristianos capturados o reposando en el fondo del mar. Algunos habían afrontado el combate con bravura y decisión. Otros muchos se habían limitado a observar y a poner pies en polvorosa cuando se vieron en problemas.

A la mañana siguiente mientras Doria pasaba revista a sus desmoralizadas fuerzas, se divisó en el horizonte un bajel renqueante y prácticamente desarbolado. Según las crónicas se trataba de una «nave ragusea». Había combatido en solitario durante catorce horas contra todo el poder de la flota otomana, cubriendo la retirada de los barcos cristianos. Al a caer la noche pudo zafarse del combate llevando a bordo 400 cabezas de enemigos.

No se ha conservado su nombre ni el de su bravo capitán, seguramente para evitar represalias otomanas. Pero sí se sabe que estaba guarnecida por soldados españoles de los tercios viejos. Y quien había dirigido tan desigual combate era un arriscado soldado vizcaíno, Machín de Munguía.

Había comenzado su vida militar a los 18 años, alistándose en el ejercito real que se preparaba para reprimir la sublevación de las comunidades de Castilla contra el rey Carlos. El titulo real significaba menos para los vizcaínos que su condición de titular del Señorío de Vizcaya, al que profesaban total devoción.

Su ejecutoria como soldado de la monarquía española continuó durante los siguientes años, participando en las contiendas en las que tan pródigo fue aquel reinado. En 1536 acompañó con distinción al emperador en la «jornada de Túnez», ya como alférez del tercio de Málaga. Los tercios son sobradamente conocidos y valorados. También lo son los famosos generales que los llevaron a la victoria. No sucede lo mismo con los oficiales que los encuadraban.

A pesar de que demostraron, una y otra vez, su bravura, su disciplina y su capacidad de liderazgo sobre hombres, cuyos elevado concepto de sí mismos, y recia acometividad, hacían difícilmente manejables.

Ascendido a capitán, combatió, en Preveza, para después participar en el sitio de Castilnuovo. En esta pequeña ciudad de Albania, el tercio del maestre de campo Francisco de Sarmiento, afrontó en 1539 al gran ejército turco formado por 70.000 hombres. Una reducida unidad de alrededor de 3.000 hombres atrincherada en una fortificación aislada en una costa hostil y decidida a no rendirse a pesar de las generosas condiciones ofrecidas por Barbarroja. Abandonados a su suerte lucharon hasta el final porque así se lo exigía su honor, su fe y su lealtad al rey.

Vista de Castelnuovo y las Bocas de Kotor hacia 1700, por el grabador neerlandés Pieter Mortier

Vista de Castelnuovo y las Bocas de Kotor hacia 1700, por el grabador neerlandés Pieter MortierWikimedia Commons

Un tercio que causó más de 30.000 bajas al ejército turco, lo que concedió un tiempo precioso a los cristianos para recuperarse de las derrotas sufridas. Porque esta fue el arma secreta de los oficiales de los tercios: un modelo de comportamiento basado en el heroísmo y la combatividad. Esta arma secreta demostró, una y otra vez, su importancia estratégica para superar cualquier derrota y volver al interminable combate.

Machín fue uno de los principales protagonistas de aquella prodigiosa hazaña. Siempre en primera línea, dirigiendo salidas y galvanizando el espíritu de sus hombres. Tras la destrucción de las murallas, los españoles continuaron luchando en el interior de la ciudad, incluso espalda contra espalda. Solo doscientos sobrevivieron, agotados, a aquel imposible combate contra la inmensa superioridad de los turcos, Machín entre ellos.

Barbarroja era también un gran conductor de hombres y había admirado el comportamiento del vizcaíno en Preveza y Castilnuovo. Le propuso en dos ocasiones otorgarle mujeres, riquezas y un alto cargo en la flota otomana si abjuraba de su religión. La contestación estuvo a la altura del personaje: «Nunca fui traidor a mi rey, ni olvidé la religión de mis padres, te lo he dicho. Estoy dispuesto a sufrir la suerte que me espera». Fue decapitado en el puente de la galera del almirante berberisco.

Un gran ejemplo. Uno más entre muchos. Entre todos hicieron honor a los hermosos versos que culminan la poesía dedicada por Calderón a la vocación castrense: «en buena o mala fortuna, la milicia no es más que una religión de hombres honrados».

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