Reemplazos para la División Azul. Voluntarios españoles marchan hacia sus destinos
Ni con Hitler ni con los Aliados: el carlismo defendió la neutralidad ante la Segunda Guerra Mundial
«Podrá cada carlista opinar lo que quiera e inclinar su juicio a favor de Alemania o Inglaterra. Los dirigentes, en cambio, han de estar especialmente atentos a la obligación de no comprometer a la Comunión en tal materia», indicó Fal Conde
El 22 de junio de 1941, los ejércitos alemanes invadieron la Unión Soviética. En aquella atmósfera enfervorecida, el régimen franquista supo aprovechar el momento para que el ministro Ramón Serrano Suñer lanzara su mensaje: «Rusia es culpable de nuestra guerra civil, de la muerte de José Antonio y del asesinato de tantos camaradas y soldados». No obstante, no fue un gesto espontáneo a nivel oficial.
El día 23, al saberse la noticia de la invasión de Rusia, Serrano se reunió con Franco en El Pardo, y ese mismo día, en Consejo de Ministros, se acordó el envío de una división al lado de los alemanes, como gesto para distender sus continuas presiones para que España entrara en la guerra.
Al día siguiente, Serrano Suñer pronunció un discurso en Madrid y, de inmediato, surgió una serie de banderines de enganche u oficinas de reclutamiento, que se atestaron de miles de voluntarios. Los efectivos exactos parecen variar según las fuentes, pero se estiman en unos 45.540 los hombres que formaron parte de la llamada División 250 o Spanischen Freiwilligen Blaue Divisionen de la Wehrmacht, con destino al frente ruso.
Soldados de la División Azul Española en un foso
Siguiendo órdenes del líder carlista Manuel Fal Conde, los cuadros de la Comunión Tradicionalista trataron de neutralizar las iniciativas que, con etiqueta carlista, apoyaron públicamente a Alemania y el enrolamiento en la División Española de Voluntarios. La más grave fue la firmada por Daniel Mugurza, Ignacio Vélaz, Antonio de Lizarza y otros diez destacados carlistas, donde —con evidente germanofilia— defendieron un acercamiento al régimen franquista y el abandono de órganos muertos como la regencia. Intentaron conseguir infructuosamente la firma de Ignacio Baleztena y Miguel Ángel Astiz, jefes carlistas en Navarra. Fal Conde les apercibió personalmente y exigió que comunicaran a los requetés navarros que su actitud les había colocado fuera de la disciplina de la causa.
Su iniciativa fue contestada por otro documento, impulsado por Macario San Miguel, capellán del tercio homónimo, rechazando tomar partido por uno de los dos bandos en guerra y reiterando su fidelidad al regente y a su delegado nacional. Este manifiesto fue firmado por 46 capellanes y 35 requetés navarros, donde apoyaban la imparcialidad ante el conflicto mundial.
Esa misma línea neutralista, contraria a identificarse con cualquier bando, afirmando el españolismo de la Comunión, fue apoyada por Fal Conde en carta abierta firmada el 13 de julio de 1941: «Podrá cada carlista opinar lo que quiera e inclinar su juicio a favor de Alemania o Inglaterra. Los dirigentes, en cambio, han de estar especialmente atentos a la obligación de no comprometer a la Comunión en tal materia».
Manuel Fal Conde
A pesar de ello, deslizó la posibilidad de aceptar —no de apoyar— el envío de voluntarios a luchar contra la Unión Soviética, si se hiciera sin matices políticos: ello implicaba no denominarla «División Azul», sino «División Española de Voluntarios», los cuales debían tener ese carácter. Se trataba, en definitiva, de mermar el contenido falangista de la contribución militar al Eje, lo cual fue temido precisamente por aquellos que deseaban proporcionar ese color político.
Aunque no existió una entrada masiva de requetés en la fuerza expedicionaria, resulta evidente que hubo un grupo numeroso que se alistó y decidió participar en la guerra contra el comunismo soviético. Y hubo militares, como el ministro del Ejército, general Varela, que siempre llamaron a esas fuerzas «División Española de Voluntarios», su nombre oficial, para gran disgusto de los falangistas.
De esta manera, la tensión entre carlistas y falangistas desde el comienzo de la guerra continuó y llegó en 1942 a máximos, de tal manera que los segundos dieron consignas interiores para cerrar el paso a los primeros. En Oviedo, en un encuentro entre falangistas asturianos con el director general de Seguridad, se les animó abiertamente a actuar contra ellos.
En febrero, los carlistas repartieron octavillas en las universidades, animando a una nueva cruzada por el Rey y la fe; los choques entre estudiantes de estas dos tendencias obligaron al cierre de la Universidad de Santiago de Compostela y a la dimisión de su rector; peleas con heridos se sucedieron durante meses en Burgos, Tolosa, Pamplona, Barcelona y otras ciudades.
En Sevilla, carlistas y falangistas intentaron incendiar varias de sus sedes; el monárquico juanista general Kindelán —nombrado capitán general de Cataluña— asistió a la concentración carlista del 10 de marzo en el cementerio de Montcada y Reixac, en memoria de fusilados durante la Guerra Civil, por lo que fue cesado al día siguiente.
Durante el desfile de la Victoria de ese año, Franco no pronunció ningún discurso; a ciertas unidades de falangistas se les prohibió marchar en el mismo, mientras, en cambio, lo hacía el batallón del Ministerio del Ejército, creado por el general Varela, casado con la carlista Casilda Ampuero.
El 8 de abril, el ministro del Ejército —decidido neutralista y tradicionalista— despachó con Franco, transmitiéndole abiertamente sus críticas hacia el partido único y hacia los falangistas. Pareció la expresión del descontento de los carlistas incorporados al Movimiento y de muchos militares que consideraban una discriminación su situación respecto a los nuevos funcionarios de FET.
Resulta probable que algunos jerarcas falangistas conocieran esas críticas de Varela y sus propuestas de que se redujera su aparente hegemonía y abusos, todo lo cual derivó en el intento de atentado contra el ministro en Begoña, el 15 de agosto de 1942.