El Juramento del Juego de Pelota, obra de Jacques-Louis David
Picotazos de historia
El calendario de la Revolución Francesa o cómo convertir la semana en diez días sin domingos
Los sectores más radicales de la Convención querían que se eliminara toda referencia a la monarquía y a la religión. El nuevo calendario debería estar asociado a la democracia revolucionaria y a la razón, y lo más representativo de la lógica y de la razón entonces era el sistema decimal
Año de 1793. En Francia ha habido una revolución que ha terminado con la monarquía. Esta ha sido sustituida por una asamblea legislativa. La historia terminará denominando este periodo como la Convención de la Revolución Francesa. Este mismo año del 93 terminará el periodo de la Convención, sustituido por el llamado Terror. Por cierto, El 93 también será el título elegido por el escritor Victor Hugo para una de sus novelas, por desarrollarse su trama en ese año.
Durante los últimos tiempos de la Convención, esta aprobó un nuevo calendario y el sistema métrico decimal con el fin de unificar el sistema de pesos y medidas para todo el país.
Esta medida nos puede parecer hoy algo lógica y normal, pero tengan en cuenta que entonces cada lugar, región, comarca, etc., tenía su propia y particular escala de medidas y pesos, para sólidos y líquidos. Muchas veces, medidas que se denominaban igual tenían diferente valor en función del lugar donde eran utilizadas. Como comprenderán, estas diferencias generaban abundantes problemas. Pero vamos a centrarnos en el calendario.
En 1792 la Asamblea confirmó que la llamada Era de la Libertad había sido iniciada el año de la revolución (1789), por lo que el nuevo calendario empezaría tomando ese año como año I. Lamentablemente, pocos meses después, en el mes de septiembre, se proclama la República Francesa y la nueva Convención decidió que el año I de la Era de la Libertad se contabilizara a partir de la creación de la nueva república, y el primer día sería el 22 de septiembre de 1792, o primer día del año I.
Calendario republicano de 1794
Los sectores más radicales de la Convención querían que se eliminara toda referencia a la monarquía y a la religión. El nuevo calendario debería estar asociado a la democracia revolucionaria y a la razón, y lo más representativo de la lógica y de la razón entonces era el sistema decimal. Así que lo tomaron como medida de todo.
El antiguo sistema babilónico, que dividía el día en doce unidades (horas) compuestas, a su vez, por sesenta unidades (minutos), que se descomponían en otras sesenta unidades (segundos), se consideró desfasado, además de ser una antigualla. Las mentes revolucionarias postularon la sustitución de ese complejo y farragoso sistema de medición del tiempo por otro lógico, como corresponde con esa nueva era regida por la razón.
El 24 de noviembre de 1793, la Convención decidió que los minutos estarían compuestos por cien segundos, siguiendo el sistema decimal que agrupaba en unidades, decenas y centenas. Estos minutos revolucionarios, formados en unidades de cien, se convertirían en horas. Con este nuevo sistema, cada hora se compondría de diez mil segundos. Siguiendo esta línea de pensamiento, tendremos que un día se compondrá de diez horas formadas por cien minutos de cien segundos.
Esfera del reloj que muestra el tiempo decimal (dentro del círculo) y el tiempo duodecimal (en el borde exterior)
Pero la cosa va progresando. Los días se agruparán en unidades de diez, denominadas «décadas». El décimo día de cada década será festivo y de descanso, sustituyendo al domingo y creando una fiesta laica y racional.
Tras las décadas vinieron los meses. Había que hacer desaparecer cualquier referencia a deidades (marzo-Marte, junio-Juno, etc.) y a dictadores o imperialistas (julio-Julio César, agosto-Augusto). Los nombres de los nuevos meses deberían basarse en las características climáticas predominantes o bien hacer referencia a las actividades agrícolas propias de ese tiempo. Las estaciones, que, en un chispazo de sentido común, mantendrían sus nombres (ya saben: invierno, verano, otoño y primavera), agruparán cada una de ellas tres meses.
La estación de invierno empezaría justo antes de la Nochebuena, coincidiendo con el mes «Nevoso», que duraría hasta el 21 o 22 de enero, que es cuando empezaría el mes de «Pluvioso». Este duraría sus treinta días y daría paso al mes de «Ventoso».
Alegoría del mes Pluvioso, de Louis Lafitte
El 21 o 22 de marzo se inicia el mes de «Germinal», que inaugura la primavera. Le seguirá el mes de «Floreal» (20 o 21 de abril), para terminar con «Pradial» (20 o 21 de mayo). Tras la primavera, el verano. La nueva estación se inaugurará con el mes de «Mesidor», nombre que hace referencia al tiempo de la cosecha y que empieza el 19 o el 20 de junio. Le sigue el mes de «Termidor», nombre que hace referencia al calor (de thermos, calor en griego), y que empezará el 19 o el 20 de julio. Le sigue y cierra la estación «Fructidor», nombre que hace referencia a la maduración de la fruta y que empezará el 18 o 19 de agosto.
La estación última será el otoño, que empezará con el mes de «Vendimiario» (22, 23 o 24 de septiembre). En octubre tendremos «Brumario» y en noviembre «Frimario», que hace referencia a la palabra francesa para escarcha. Claro que no coinciden los días, por lo que se tendrán que añadir días extras, denominados sans-culottes, para encajar racionalmente el calendario revolucionario decimal.
El resultado de toda esta ingeniería fue que el nuevo día revolucionario fue un fracaso absoluto. No gustó a nadie esa especie de monstruo dividido en cien mil partes. Los que más protestaron fueron los relojeros, a quienes se les complicó notablemente su oficio. El descontento fue aumentando hasta que, el 18 de Germinal del año III (7 de abril de 1795), la llamada Convención termidoriana decidió abolir la división de los días según el sistema decimal, volviendo al anticuado y eficiente sistema babilónico de toda la vida.
Los meses revolucionarios se mantendrían en vigor hasta que Napoleón, ya como emperador de los franceses, decidió que estos no pegaban nada con la grandeza de su nuevo imperio. El Gran Corso decidió volver al calendario gregoriano, que tan buen resultado había dado desde el siglo XVI. El decreto imperial se publicó el 1 de enero de 1806.
Atrás quedaron unos pocos objetos relacionados con esta breve etapa de la historia. Los más curiosos, difíciles de encontrar y más buscados son los relojes adaptados a la distribución del día siguiendo el sistema decimal. Estos objetos alcanzan unos precios escandalosos en las subastas, por lo que les recomiendo que rebusquen en los altillos y en los desvanes. Quién sabe.