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28 de marzo de 2024

Vladimir Putin en su despacho del Kremlin

Vladimir Putin en su despacho del KremlinAFP

Día 44 de guerra en Ucrania

Rusia admite «pérdidas significativas de tropas» y la crisis «más difícil en tres décadas», por las sanciones

Por primera vez el Kremlin reconoce «la enorme tragedia» que suponen las bajas militares en Ucrania

Era evidente para todo el mundo, pero ellos no lo reconocían. Incapaces de admitir el número de muertos y heridos, más difícil parecía que asumieran en público el verdadero daño que le están haciendo a Rusia las sanciones impuestas por Occidente. Pero, como todo cambia, esta situación también. El Kremlin agacha la cabeza y admite: «Tenemos pérdidas significativas de tropas».
Dmitry Peskov, portavoz con no pocos enemigos en Moscú, se despachó en una entrevista en la cadena Sky News con una frase impensable semanas atrás: «Es una enorme tragedia para nosotros». Dicho esto, evito pronunciarse sobre la cifra exacta de bajas militares en las filas que pelean en Ucrania.
El Gobierno de Volodimir Zelenski sí se apresuró a dar números y facilitar imágenes de forma permanente sobre los daños en las tropas de Putin. Según sus estimaciones, no menos de 12.000 soldados rusos han perdido la vida en combate, unos 3.150 sufrieron heridas y 300 son prisioneros de guerra.
Las mismas fuentes indicaron que destruyeron 46 aviones, 68 helicópteros, 290 carros de combate, 454 vehículos genéricos, 3 embarcaciones, 60 cisternas y un sistema de misiles o 999 VCI.
Otras fuentes hablan de más de veinte mil muertos en las filas rusas y estiman que la proporción sería de diez muertos rusos por cada ucraniano.
Las previsiones de Moscú de lograr una invasión rápida y una rendición casi inmediata se encontró con un muro infranqueable de resistencia militar y civil que no tenía en el radar el 24 de febrero.
Tampoco tuvo previsto el Kremlin que la respuesta de Occidente sería tan severa y la unidad se mantendría sin encontrar fisuras gruesas por las que poder evitar la batería de sanciones que le ha aplicado, hasta ahora, en cinco tandas.
El efecto de estas provocó otro hecho inédito, que Mijaíl Mishustin, el primer ministro de Vladimir Putin, reconociera: «Estamos en la situación más difícil en tres décadas».
El Kremlin parece estar en shock por la avalancha de sanciones que, sin prisa pero sin pausa, le sigue aplicando la Unión Europa, Washington y el resto de los países libres y democráticos. Alguna excepción empaña este escenario pero la regla general es esta.
Prueba de ello fue la expulsión, hace menos de 24 horas, de Rusia de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. 93 países votaron a favor de su expulsión mientras 24 lo hicieron por su permanencia y 58 se abstuvieron
«Sin duda, la situación actual podría calificarse como la más difícil en tres décadas para Rusia», admitió el primer ministro en la Duma (Cámara Baja del Parlamento). «Este tipo de sanciones no se utilizaron ni siquiera en los tiempos más oscuros de la Guerra Fría», lamentó.
La masacre de Bucha tuvo una reacción inmediata en la Unión Europea y Estados Unidos. El espanto de las imágenes de esta localidad en la periferia de Kiev tuvo una respuesta automática. En Washington el presidente Joe Biden estrechó el cerco sobre Putin y decidió incluir a sus dos hijas en la listas de represaliados por la guerra de su padre.
En Bruselas se decidió, por primera vez, meter la tijera en el sector energético. Las nuevas medidas del jueves también incluyeron más medidas contra «oligarcas, actores de propaganda rusa, miembros del aparato de seguridad y militar y entidades del sector industrial y tecnológico ligados a la agresión rusa contra Ucrania».
La presidencia francesa de turno del Consejo de la UE detalló las sanciones en su cuenta de Twitter, tras destacar que este «paquete tan sustancial amplía las sanciones contra Rusia a nuevos ámbitos».
La OTAN y Estados Unidos acordaron enviar más armamento a Ucrania. «Armas, armas, armas» es lo que pide en sus intervenciones diarias, más bien nocturnas, Volodimir Zelenski. La misma exigencia suele reiterar en sus apariciones en los diferentes Congresos con los que se conecta. Aumentar las sanciones es la frase que el presidente de Ucrania repite convencido, con razón, de que, como ahora reconoce Moscú, están surtiendo el efecto esperado.
Las sanciones de Occcidente han sumido a Rusia en un aislamiento profundo. Incluso países aliados suyos como China, al menos de palabra, se comprometieron a no facilitarle armamento ni ayudarle a sortear las sanciones. El Gobierno de Xi Jinpinjg se comprometió a ello en la cumbre UE-China que mantuvieron hace unos días pero en las últimas horas ha expresado su malestar por un escenario que considera irregular.
El ministro de Asuntos Exteriores Wang Yi se quejó ante el Gobierno francés de Emmanuel Macron de que «no se puede apoyar las conversaciones de paz en Ucrania y al mismo tiempo, enviar armas» a este país.
China, que sigue sin pronunciar la palabra «invasión» para referirse a la conquista emprendida por Putin en Ucrania y se opone a las sanciones a Rusia, también votó en contra de su expulsión del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas.
Las sanciones han dejado a Rusia fuera del sistema de operaciones internacionales bancarias swift, congelados los fondos del Banco Central, bloqueado cuentas y patrimonio de Putin, de su familia, de la cúpula militar y del gobierno así como una extensa lista de oligarcas enriquecidos gracias a sus vínculos con el Kremlin.
El superávit con el que soñaba Putin antes del 24 de febrero, noche lúgubre en la que dio la orden de invadir Ucrania, hoy forma parte de la utopía de un futuro que se le escapa entre delirios de grandeza y el aislamiento internacional.

Superavit para rearmar su ejército

Los 17.000 millones de dólares, equivalentes más o menos al 1 % del PIB de Rusia, que podía tener de fondo de armario, se desvanece y el primer ministro anunció que los destinará a pertrechar a sus tropas y modernizar los vetustos equipamientos y armamento de sus Fuerzas Armadas. La idea es destinar todo los «beneficios» de la Administración a modernizar su ejército.
La reacción de Rusia ante el ahogo financiero, económico y político fue intentar cobrar el gas que suministra a Europa en rublos tras ver cómo se desplomaba su moneda pero, finalmente, tuvo que transigir con que aquellos países que, como Alemania, dependen todavía de ellos, hagan los desembolsos en euros. La excepción es Hungría donde Viktor Orban mantiene una posición laxa.
Otra de las medidas de revancha de Rusia ha sido el control de capitales para evitar que los inversores extranjeras se desprenden de sus bienes. «Si tienen que irse, la producción debe seguir funcionando ya que proporciona puestos de trabajo. Nuestros ciudadanos trabajan allí» declaró Mishustin mientras advertía de una posible estatización de aquellas empresas que han echado la persiana en territorio ruso mientras dura la guerra.
Tras reconocer la crisis sin precedente del país, como consecuencia de la sanciones, el primer ministro celebró: «nuestro sistema financiero, la savia de toda la economía, ha resistido… El mercado de valores y el rublo se estabilizan». Esa recuperación, celebró, «dudo que otro país pudiera haberla logrado. Nosotros, sí»
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