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24 de abril de 2024

«Las 21 rosas»: un soldado ruso confiesa su abanico de torturas a ucranianos y su madre le aplaude

Ucrania intercepta las conversaciones de Konstantin Solovyov y Tatiana SolovyovaMinisterio de Defensa de Ucrania

76 días de guerra en Ucrania

«Las 21 rosas»: un soldado ruso confiesa su abanico de torturas a ucranianos y su madre le aplaude

Ucrania intercepta las conversaciones de Konstantin Solovyov y Tatiana Solovyova donde celebran la variedad de suplicios y asesinatos a prisioneros

En el juicio a las Juntas Militares que gobernaron Argentina (1976-83) se escucharon atrocidades. Del mismo calibre se podían leer torturas en el Informe Rettig sobre la dictadura de Augusto Pinochet en Chile.
Los sobrevivientes narraban el sufrimiento vivido a manos de los torturadores, pero en ningún caso hubo un testimonio de un verdugo que confesara que disfrutaba haciendo daño a los otros y mucho menos, una madre que lo aplaudiera y se identificara con él.
Esto es, exactamente, lo que sucede con las conversaciones interceptadas por la Dirección Principal de Inteligencia del Ministerio de Defensa ucraniano, entre un soldado ruso, Konstantin Solovyov y su madre, Tatiana Solovyova.
Solovyov, el soldado, describe el escenario con la presencia de los «muchachos» del Servicio Federal de Seguridad (SFS), la ex KGB donde se curtió Vladimir Putin, y reconoce: «Yo también participé. Estaban torturando a los prisioneros».
El primer método que describe es el de «Las 21 rosas». El número responde a los dedos que tiene una personas en manos y pies más el pene.
Aplicado a un ser humano, se trata de rebanar por tiras del pulgar al meñique. Dicho con sus palabras y sin atisbo de emoción o arrepentimiento alguno detalla: «En el cuerpo de un hombre se pueden hacer 21 rosas. Veinte dedos y el pene».

Les golpeábamos y les rompíamos las piernas para que no se escaparanKonstantin Solovyov, soldado ruso en Ucrania

La reacción de su madre pasa de asentir con sonidos onomatopéyicos, «Mmm», a intervenir para celebrar la conducta de su hijo. Éste continúa con la narración: «¿Sabes que otros métodos de tortura he visto?» y le cuenta todo.
«Mientras esperábamos a los jefes de las cámaras de tortura, les golpeábamos y les rompíamos las piernas para que no se escaparan», le cuenta.
La madre pregunta si los ucranianos se dan cuenta de lo que está pasando y el hijo les responde: «¿No te das cuenta que esto se acabó? Por supuesto, ellos no entienden nada». Y ella acota: «Debe ser porque están drogados, ¿no?»
El soldado recuerda cómo el jefe de la cámara de tortura le contó que atraparon a un «anciano que se trasladaba en bicicleta con bandera blanca y hacía fotos. Le quitaron el teléfono y encontraron fotos de todas nuestras posiciones». La madre, en tono monocorde, ataja: «¡Qué escoria… Maldita basura¡».

«Mataron al viejo con porras de goma. Golpeado hasta la muerteKonstantin Solovyov, soldado ruso en Ucrania

La historia continúa: «Mataron al viejo con porras de goma. Golpeado hasta la muerte. ¿Te imaginas cuántos golpes, cuánto tiempo tiene que pasar para matar a alguien con un simple bastó de goma?»
La respuesta no llega pero él joven, padre de al menos un pequeño por las fotos suyas que se han publicado en la prensa sacadas de su perfil de FB, explica: «Se llama tranquilizador, se usa en la boca (la porra), si alguien comienza a enloquecer lo golpeas. Tenía todo tipo de heridas internas. Así es como torturan nuestros muchachos del FSB», le cuenta.

Hay otro mecanismo de tortura más. Olvidé como se llama… «barril»Konstantin Solovyov, soldado ruso en Ucrania

Otro método que ha ejecutado llama su atención. «Hay un sistema de tortura más. Olvidé como se llama…, «barril», creo», comenta antes de detallar: «Insertas un tubo en el ano y le pones alambre de púas. Sacas el tubo y el alambre de púas se queda dentro. Luego, lo sacas lentamente. Así es como lo hacemos. Dicen que este método lo usamos desde Chechenia», en alusión a la península ucraniana que Rusia hizo suya hace ocho años.
La pausa se interrumpe por una reflexión exculpatoria. «Sabes -le dice a su madre- cómo torturan los ucranianos a nuestros muchachos? Yo, sí. Por eso, no tengo una pizca de arrepentimiento».
Tras hacer repaso de su estancia en la aldea desde la que habla con su madre y de los suplicios en los que ha participado, el soldado reconoce su entusiasmo con estas prácticas: «En dos palabras, me gusta». La madre le pregunta, como si no hubiera entendido bien: «¿Te gusta?» Y él responde: «Me gusta… No se.»

Si estuviera allí también lo estaría disfrutando. Somos igualesTatiana Solovyova, madre del soldado

Lo sorprendente es la confesión o diálogo de psicópatas que sucede a renglón seguido. La madre admite: «Siempre te dije que, en principio, me estoy conteniendo. Si hubiera acabo allí (en Ucrania), también lo estaría disfrutando. Somos iguales».
El muchacho manifiesta que quizás está perdiendo la razón y ella le tranquiliza: «No, no te estás volviendo loco, estás bien» a lo que él replica ausente de emotividad: «Estoy matando gente, mamá». «Bueno, -le dice ella- ¿estás seguro de que son personas?»
Superado el momento de reflexión, el soldado reconoce: «Después de matar a más de 20 dejé de sentir nada». «Esas -retruca la madre- no son personas»
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