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28 de marzo de 2024

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El presidente de Rusia, Vladimir PutinLu Tolstova

La guerra contra la cultura rusa: el tiro por la culata de Occidente

Cancelar la cultura rusa, además de una barbarie, supone entregar más partidarios al Kremlin, reafirmando la sensación que quiere transmitir de fortaleza sitiada

La guerra tiende a ser total. Las víctimas de ese concepto no son sólo humanas y materiales. La cultura puede ser otra de los mártires.
Cuando Moscú inició la guerra de Ucrania se multiplicaron las agresiones y la autocensura en el mundo de la cultura. Como muestra de la primera está la cancelación de un curso sobre el escritor Fiódor Mijáilovich Dostoyevski en la Universidad de Milano-Bicocca.
En la segunda encontramos al artista ruso Kirill Savchenkov que renunció a representar a su país en la 59ª edición de la Bienal de Venecia.
Allí había también una cuestión familiar, la comisaria económica del pabellón ruso en Venecia era Anastasia Karneieva, hija del actual general del FSB, antes KGB. Karneieva, junto con Ekaterina Vinokurova, hija del ministro de Exteriores ruso, Sergey Lavrov, gestionaba la empresa responsable del pabellón por ocho años.

Artistas rusos contra la guerra

Elena Kovalskaya dimitió como directora del teatro estatal Meyerhold de Moscú, tras acusar a Putin de asesino. Otros artistas firmaron un manifiesto contra la guerra, entre ellos los directores de los teatros Bolshói de Moscú y Alexandrinsky de San Petersburgo, Vladimir Urin y Valery Fokin, junto con otros artistas como el violinista Vladímir Spivakov o el actor Oleg Basilashvili.
Vladimir Urin, en 2014, firmó apoyando la política de Vladimir Putin en Ucrania y Crimea. Otros artistas rusos han condenado abiertamente la invasión como el director de orquesta Vasily Petrenko, el pianista Evgeny Kissin o el rapero Oxxxymiron, que ha cancelado sus actuaciones.
Garage, el museo de arte contemporáneo de Rusia, detuvo sus actividades hasta que «la tragedia política y humana que se está desarrollando en Ucrania termine».

Cancelaciones

Hay casos inversos, como el director de orquesta Valery Gerguiev que se negó a condenar públicamente el ataque. En represalia rescindieron sus actuaciones en el Carnegie Hall, en la Filarmónica de París, en la Scala de Milán y fue despedido como director de la Filarmónica de Múnich.
La soprano Anna Netrebko, que lamentó la guerra pero puntualizó que «obligar a los artistas y a cualquier figura pública a expresar públicamente sus opiniones políticas y condenar a su patria es inaceptable», por lo que la Ópera Estatal de Baviera ha cancelado todos sus compromisos con la cantante, quien, a su vez, renunció a sus actuaciones en la Scala de Milán y la Ópera de Zúrich.
Reino Unido renunció a la gira del Ballet Estatal de Siberia; y la Royal Opera House de Londres anuló la temporada de danza del ballet Bolshói. En contrapartida el Teatro Bolshói suspendió la actuación del español Plácido Domingo en Moscú.
Nadine Dorries, secretaria de Estado de Cultura, Medios y Deporte del Gobierno de Boris Johnson, manifestó que el arte es el «tercer frente en el conflicto de Ucrania».
También una orquesta de Cardiff prohibió la Obertura de 1812 de Pior Ilich Tchaikovsky, músico del siglo XIX. Del mismo autor, en Croacia, la orquesta filarmónica de Zagreb anuló en febrero la interpretación de dos de sus obras. En la ópera de Varsovia, otra interpretación de Modest Musorgski, también de hace dos siglos, fue sacada del programa.
En otros frentes, destacados grupos de música moderna han suspendido sus actuaciones en Rusia, son, entre otros, Green Day, Imagine Dragons, Franz Ferdinand o The Killers.
El festival de Eurovisión ha expulsado al país del concurso este año, proclamando como ganador a un grupo ucraniano mediocre. La compañía Walt Disney no estrenará en territorio ruso sus últimas películas como tampoco lo harán Sony y Warner. El festival de cine de Cannes rechazó a las delegaciones rusas.

Ucrania reclama la guerra cultural

Ucrania reclama el establecimiento de sanciones culturales a Rusia, que eliminen su presencia en la escena internacional, presionando para que sus artistas se manifiesten contra Vladímir Putin.
La Agencia Estatal de Ucrania para las Artes y la Educación Artística difundió un comunicado donde se decía: «Bajo la grandeza de Dostoyevski y Tolstói, Rajmáninov y Glinka, la política cultural rusa tiene como meta justificar las acciones horribles y criminales del gobierno».
Ponía condiciones: «a menos que hagan una declaración pública inmediata, en términos claros e inequívocos, condenando las acciones del gobierno ruso» y corten «todo vínculo con cualquier organización o institución, incluso parcialmente patrocinada por el gobierno ruso».
Proponen eliminar la cobertura de la cultura rusa en los medios de comunicación; prohibir los proyectos que involucren a Rusia o que usen sus fondos en centros culturales o museos y cancelar la participación de representantes rusos en festivales musicales o cinematográficos. Un ejemplo es lo ya ha hecho por Eurovisión, así como en exposiciones, asociaciones y comités internacionales.
El ministro de Cultura ucraniano, Oleksandr Tkachenko, explicó: «Las sanciones culturales y la prohibición mundial del patrimonio artístico ruso privarán al agresor de otra herramienta de propaganda e influencia social, alentando así a todos los artistas influyentes conscientes del país a participar en mítines contra la guerra y detener la política sangrienta de Putin».
Supone censurar la cultura rusa hasta que los artistas de ese país se inmolen en el altar contra la guerra.
No todo es homogéneo en Kiev. El director Sergei Loznitsa fue expulsado de la Academia de Cine de Ucrania por pedir prudencia antes los ataques a artistas rusos.
Cancelar la cultura rusa, además de una barbarie, supone entregar más partidarios al Kremlin, reafirmando la sensación que quiere transmitir de fortaleza sitiada. Si Dostoevsky levantara la cabeza…
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