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25 de abril de 2024

Rafael Dávila Álvarez

Navidad: guerra y paz

Hay que destituir al que se empeña en el error y dice una cosa mientras hace la contraria, habla de progreso y es destrucción, habla de solidaridad y es enfrentamiento

Actualizada 11:15

Es Navidad. No lo parece en su profundo origen y sentido. Solo es una cáscara que envuelve un fruto podrido, el de un mundo que se enfrenta, unos contra otros, que sigue con el juego que inauguró sus relaciones y dejó plasmado en el primer documento escrito de su historia: la guerra. Un poema que se inaugura con la palabra cólera. Si lo prefieren «resentimiento».
Donde luces: misiles. Donde misiles: negocio. Después de todo, ambos, son luminosos letreros de muerte. Al fin se vive sin esperanza, única forma de entender que, guerra y paz, depende de nosotros. Estamos en lucha a muerte cuando es Navidad.
La muerte es grande.
Somos los suyos
de riente boca.
Cuando nos creemos en el centro de la vida
se atreve ella a llorar
en nuestro centro.

(Rainer María Rilke)
Ucrania no enciende farolillos. Creemos que Rusia tampoco.
España se divide en dos y todos dicen ser uno desde los iluminados rótulos donde se puede leer: Felicidades. «Estado de grata satisfacción espiritual y física», pura metáfora.
Recuerdo el Gobierno de una nación hecho para mejorar y no para impresionar a los demás y si carecía de razón era corregido. Pero si estás equivocado y nadie te contradice es la ruina de una nación. Hay que destituir al que se empeña en el error y dice una cosa mientras hace la contraria, habla de progreso y es destrucción, habla de solidaridad y es enfrentamiento.
Las cesiones en asuntos tan peligrosos como lo es la guerra son las más perjudiciales. Todo empieza por un mal gobierno, egoísta y carente de honradez. Son los que suelen mirar al cielo sólo para ver la trayectoria del insulto como dardo arrojadizo contra el contrario.
León Tolstói, en la grandeza que nos describe en Guerra y Paz, relata la sensación que media entre la vida y la muerte cuando en la batalla es herido el Príncipe Andrés y la lucidez le alcanza al reflexionar ante las pulsiones: elegir entre el arma o el alma. Así, ya herido, fruto de guerra, ve que nada es tan importante como el pasar por la vida siendo simplemente eso: vida; hasta que se consuma naturalmente. No quitar la vida.
«Abrió luego los ojos para enterarse de cómo había acabado la lucha de los franceses contra el artillero. Quería saber si el artillero rojo había sido muerto o no, si los cañones habían sido salvados o habían caído en manos de los enemigos. Pero no veía nada. Sobre él no se extendía otra cosa que el cielo, el alto cielo, lleno de nubes grises, que pasaban dulcemente. «¡Qué dulzura, qué calma, qué solemnidad! ¡Qué distinto es esto de lo de hace un momento, cuando corría yo, cuando corríamos gritando –pensaba el Príncipe Andrés–, cuando nos batíamos, cuando, con los rostros furiosos, descompuestos, el francés y el artillero se disputaban el escobillón! Entonces no desfilaban de esta forma las nubes por el cielo infinito. ¿Cómo no me he dado cuenta hasta ahora de este cielo? ¡Qué contento estoy ahora! Sí, todo es tontería, engaño, fuera de este cielo infinito. No existe nada sino este cielo. Pero ni este mismo cielo existe. No hay sino la calma y el reposo. ¡Alabado sea Dios!».
El verdadero sentido de la Navidad significa entrega o disposición permanente, incluso a dar la vida. No caprichosamente, ni con desprecio a la existencia, sino con la trascendencia que implica ir más allá de los límites temporales. La vida por los demás; sin importar qué piensan los demás, quienes son o como viven. Eso es Navidad. Más allá de luces y quimeras. Más allá del corto horizonte que se abre entre las balas y las bombas. Abrirse paso en esos escenarios es en ocasiones más fácil que hacerlo entre la mentira y la venganza, entre el sectarismo ideológico, entre la imposición, entre las balas silenciosas y las bombas que estallan en los conductos que se dirigen al corazón del alma. Bien lo saben los soldados. Cuesta vigilar, cuesta la soledad; sufre la mirada que vigila y sufre el incierto paisaje. Pero hay calor de hogar entre compañeros de armas y sentimientos, entre los mismos pensamientos coincidentes en la profunda Navidad. Nunca hay un soldado solo; no sería un soldado; siempre al menos dos, que son binomio, pelotón, compañía en definitiva.
No es solo Ucrania. Es Irak, Afganistán, Líbano, Malí, Somalia, Senegal, el Mediterráneo, Índico, Turquía, República Centroafricana…
¡Feliz Navidad! Servicio y entrega. Sacrificio. Una vocación. El Belén les acompañará. La tradición.
Mirar a retaguardia es peligroso y descorazonador. Estos días navideños quisiéramos sustraernos a esa inquietud permanente. No es fácil. Cualquier debilidad es aprovechada. El centinela no descansa y tiene permanente relevo, veinticuatro horas, un año, toda la vida. Centinela alerta que espera la aurora. ¡Gracias soldados!
Nadie puede estar retirado de la lucha, ni del todo ni de todo, debemos nuestro relevo en la vigía.
Por una España en paz y armonía. Por nuestra misión de apoyo a los que luchan sin descanso. Por España y los españoles.
Nuestro recuerdo a todos los soldados y patriotas que luchan por la paz, tanto en Ucrania como en cualquier otro lugar: vigilantes de la libertad.
¡Feliz Navidad!
  • Rafael Dávila Álvarez es general de División (R.) y escritor
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