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16 de mayo de 2024

Juan Rodríguez Garat
Juan Rodríguez Garat

Los F-16 en la guerra de Ucrania: una nueva esperanza

Como ocurre con todo lo que no se tiene, el polivalente caza norteamericano parece la respuesta a todas las plegarias de los sufridos ciudadanos de Ucrania

Actualizada 04:30

Aviones F-16 junto a A10 Thunderbolt

Aviones F-16 junto a A10 ThunderboltFoto: AFP / Edición: Paula Andrade

A lo largo de la historia, la guerra, como pugna entre dos voluntades sometida a un escenario definido y a unas reglas concretas, se ha comparado a menudo con el ajedrez.
En su justa medida, es –o eso pienso yo– un ejercicio intelectual útil para el análisis. Y a cualquiera que lo intente con la invasión de Ucrania le será difícil evitar la conclusión de que, si nos atenemos exclusivamente a la lógica militar –que, como teorizó Clausewitz, reconoce la defensiva como la forma más robusta de la guerra terrestre– esta partida solo puede terminar en tablas.
Zelenski, el rey negro, está seguro en Kiev. A Putin, el rey blanco, no le quedan muchos sitios fuera de Rusia donde pueda ir; pero en Moscú no tiene otra amenaza que la de sus propias piezas.
Ninguno de los dos tiene razones fundadas para temer un jaque mate; pero tampoco tienen demasiado que celebrar porque, a pesar de las salidas de tono de bufones como Medvedev y de las cuentas de la lechera de los portavoces de unos y otros, ni a Rusia ni a Ucrania les quedan ya piezas decisivas que puedan mover en un tablero en el que, como ha reconocido el propio Putin, no caben las armas nucleares.
Lo que estamos viviendo, al menos desde las retiradas rusas del pasado otoño, no es otra cosa que un estéril forcejeo de peones, casi inapreciable sobre el enorme tablero que es Ucrania.
Un forcejeo que no puede proporcionar ventajas decisivas que conduzcan a un jaque mate, entendiendo como tal una situación militar que obligue a uno u otro bando a capitular. Si eso no va a pasar, y ambos lo saben, ¿por qué se sigue derramando tanta sangre?

Esperanza

La pregunta, desde luego, es retórica. Cualquiera puede dar una doble respuesta: la guerra no es, en realidad, una partida de ajedrez; y la lógica militar no es la única que se aplica a los conflictos armados.
En el mundo real, ni Putin, el agresor, ni Zelenski, el agredido, pueden permitirse el lujo de acordar las tablas.
Serán sus pueblos, el ruso o el ucraniano, los que en algún momento digan basta, poniendo fin al régimen de uno u otro.

Cuando no es posible ofrecerles grandes victorias militares, la esperanza de los pueblos se alimenta de pequeños éxitos

Y en esa carrera, en la que Zelenski parece jugar con ventaja porque lo hace en casa –recuérdese la retirada soviética de Afganistán o la norteamericana de Vietnam, además del fracaso de Napoleón en España, entre otras muchas victorias del David invadido contra el Goliat invasor– es importante transmitir a los pueblos en guerra la munición que más necesitan para seguir combatiendo: la esperanza.
Cuando no es posible ofrecerles grandes victorias militares, la esperanza de los pueblos se alimenta de pequeños éxitos.
Esa es la razón por la que Rusia ha sacrificado las vidas de miles de sus mercenarios para conquistar, manzana a manzana, la ciudad de Bajmut.
Advierta el lector esta inusual unidad de medida, la manzana, empleada durante meses para magnificar los magros éxitos del Ejército ruso.
Esa es, también, la razón por la que Ucrania se desangra para tratar de romper el frente en Zaporiyia y, para disimular lo reducido de sus progresos, mide sus escasos avances en kilómetros cuadrados.
La esperanza, y no la ventaja militar, es también la razón por la que Rusia bombardea ahora silos de grano en los puertos ucranianos del Danubio –algo que, como cualquiera puede comprobar, celebran con pasión los blogueros rusos– y por la que Ucrania, con creciente frecuencia, lanza sus drones suicidas contra blancos lejanos en territorio ruso que casi nunca puede alcanzar.
Cuando ni siquiera hay pequeños éxitos que mostrar a la opinión pública, la esperanza se alimenta de promesas.
Y una de las promesas que más esperanza traen a los ucranianos –casi como la luz de los sables de los guerreros Jedi en la película cuyo título he querido copiar– es la futura llegada de aviones occidentales y, en concreto, del ansiado F-16.

La respuesta a todas las plegarias

Como ocurre con todo lo que no se tiene, el polivalente caza norteamericano parece la respuesta a todas las plegarias de los sufridos ciudadanos de Ucrania.
Por eso y aunque ya he dedicado algún artículo a este tema, merece la pena tratar de actualizar las respuestas a las preguntas que hoy más nos inquietan.
¿Llegarán los F-16 a Ucrania? Creo que se puede tener la certeza de que sí. Hay muchos aviones de este modelo operativos y, al contrario de lo que ocurre con las últimas versiones del Leopard, bastantes de ellos están cerca del final de su vida útil, lo que siempre estimula la generosidad de los donantes.

¿Cuándo podrían empezar a combatir estos aviones? Con toda probabilidad, no antes de un año

Desde la perspectiva política, la hipotética línea roja ya se ha cruzado al haberse autorizado el adiestramiento de los pilotos ucranianos.
En estos días, la prensa de Kiev ha celebrado con alborozo el permiso que los EE.UU. han concedido a Dinamarca y los Países Bajos para la entrega de las primeras unidades.
¿Cuándo podrían empezar a combatir estos aviones? Con toda probabilidad, no antes de un año. La formación del personal de vuelo, tan debatida en estos días, no es más que una parte del problema.
Un avión de combate moderno es solo el componente más visible de un sistema más amplio que incluye radares y centros de control, talleres de mantenimiento, depósitos de armas y, por si eso fuera poco, hangares y aeropuertos bien defendidos de los misiles rusos.
Nada de esto es fácil de improvisar… pero, si no media un inesperado cambio de régimen en Rusia, improbable tras el fracasado intento de Prigozhin, la guerra se alargará el tiempo suficiente para que los F-16 puedan tener un papel en ella.

Cambiar la situación en los cielos

¿Qué van a aportar estos aviones a las fuerzas armadas ucranianas? Como ocurre con los carros de combate, eso dependerá de su número, y no solo de la bondad del modelo.
Ucrania necesita unos centenares de carros modernos y, por el momento, solo se le han entregado unas decenas.
Lo mismo podría ocurrir con los F-16 y, si así fuera, tal cicatería defraudaría las esperanzas de casi todos. Pero, si las entregas fueran suficientes, cambiaría la situación en los cielos de Ucrania, hoy camino abierto para los misiles de Putin.

Si Ucrania fuera capaz de vencer en la batalla aérea, aunque fuera solo localmente y por tiempo limitado, el problema cambiaría de bando

La presencia de los aviones occidentales, superiores a los rusos de su generación y con armamento mucho más sofisticado, no tendría efectos decisivos en la seguridad de sus ciudades, pero daría otro cariz a las operaciones terrestres en próximas contraofensivas.
La aviación rusa no parece tener los medios o el adiestramiento necesario para realizar lo que en occidente se llaman acciones de apoyo aéreo cercano, que tienen lugar cuando las tropas de ambos bandos están en estrecho contacto.
Eso hace que, en el combate de trincheras, su influencia hasta ahora haya sido poco decisiva. Pero las cosas cambian cuando es Ucrania la que pasa a la ofensiva.
Para romper las sólidas defensas rusas, Ucrania necesita concentrar una poderosa fuerza mecanizada en un espacio reducido.
Pero esa misma concentración, que es imprescindible para abrir hueco, hace a sus unidades más vulnerables a los ataques aéreos.
Si Ucrania fuera capaz de vencer en la batalla aérea, aunque fuera solo localmente y por tiempo limitado, el problema cambiaría de bando.
Sería Rusia la que no podría mover sus unidades de reserva para taponar las brechas que se produzcan en el frente.
Como les ocurrió a las divisiones alemanas que se enfrentaron a los aliados en Normandía, su reacción se vería ralentizada por la extrema dificultad de moverse bajo la amenaza de los aviones enemigos.
En el mundo real, los F-16 no serán tan mágicos como los sables de los Jedi. Hay muchas cosas que no podrán hacer.
Expulsar a los rusos, si llegasen a atrincherarse en cualquiera de las capitales del Donbás, es una de ellas.
Otra, como llevar la batalla a los cielos rusos, además de las dificultades militares que implica –la defensa aérea que Rusia heredó de la URSS es bastante eficaz– no estará permitida, por razones políticas.
Pero cada éxito táctico de las fuerzas armadas ucranianas, aunque haya que medirlo en manzanas o en kilómetros cuadrados, cuenta.
Cuenta porque, por mucho que se intente ocultarles la verdad, los pueblos no son tontos. Tarde o temprano, hasta los rusos –que estos días leen en Izvestia esta curiosa versión de los recientes golpes de mano a través del Dniéper: «soldados ucranianos muertos de hambre cruzan el Dniéper para rendirse a las Fuerzas Armadas rusas»– terminarán por darse cuenta de que esta guerra, en la que nada hay en juego excepto el hambre de poder de su presidente, no se puede ganar. Entonces, serán ellos los que pongan fin a la partida tirando su rey.
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