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06 de mayo de 2024

Alex Fergusson
Alex Fergusson

El Putin-neocastrismo: ¿el nuevo orden mundial?

Estamos ante una macabra y antinatural ideología, custodiada por un cóctel molotov de represión, hambre, vigilancia, desinformación y adoctrinamiento cultural

Actualizada 04:30

El dictador venezolano Nicolas Maduro posa junto con el dictador cubano Miguel Díaz-Canel

El dictador venezolano Nicolas Maduro posa junto con el dictador cubano Miguel Díaz-CanelAFP

Es cada vez más común entre opinadores, sociólogos y filósofos políticos, comentar acerca de la necesidad y hasta del inevitable advenimiento de un nuevo orden internacional que tenga capacidad para enfrentar con probabilidades de éxito la barbarie que está imperando.
Al respecto, solo tengo malas noticias. En mi opinión, el modelo que en realidad ya está operando exitosamente, fue «parido» hace muchos años, ante las narices del mundo occidental y sus organizaciones.
Luego de la caída del Muro de Berlín, la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y sus satélites del bloque comunista del Este, así como del aparente desplome del Castro-comunismo cubano que se pronosticaba entonces, no solo este último se regeneró, sino que con la llegada de Putin se acabaron las pocas esperanzas de cambio que la «perestroika» sembró en un sector de la dirigencia del PCUS y se inició el proceso de invasión a Crimea y luego a Ucrania.
También, aunque parezca que no, se renovó la alianza con la Cuba de los Castro, iniciada en los años años 60 del siglo XX.
Mientras tanto, en Hispanoamérica, la operación de la inteligencia cubana destruía varias democracias que aún controla.
Puso en práctica el socialismo del siglo XXI de la mano de Chávez.
Desnaturalizó la Organización de Estados Americanos (OEA) y posicionó su más solvente proyecto, ahora disponible en el mercado para quien lo quiera comprar: las franquicias del Putin-neocastrismo, renovado, versátil, más astuto, más cruel, menos ético y mejor adaptado a los requerimientos culturales del nuevo siglo.
Durante el primer decenio de los años 20 del presente siglo, y con base en el principio según el cual «el enemigo de mi enemigo, es mi amigo», se asociaron nuevos actores a este modelo: China con su poder económico y su tecnología, Irán con su odio a occidente y sus drones, y algunos gobiernos progres-autoritarios europeos y sudamericanos que hacen la «vista gorda» ante el riesgo que esto supone para el mundo.
Por cierto, la razón del letargo de occidente, se debe en parte a su incapacidad para ver más allá de sus intereses, y a la presencia de los elementos que caracterizan el modelo sociopolítico que la franquicia promueve: el poder ramificado de la inteligencia castrista apoyada por la experiencia de la nueva KGB de Putin; el control social por la vía de la instalación de la «cultura del miedo»; la miopía de quienes están al otro lado de la trinchera de las dictaduras que se han instalado y, finalmente, que el objetivo de sus dictadores no es que a sus sociedades les vaya bien, sino que le vaya bien a la seguridad de los regímenes que encabezan.
Pero además, y muy importante, es que la «franquicia» opera como un negocio criminal trasnacional fabricado, pero conceptualizado, enmascarado y legalizado sociopolítica e ideológicamente, a través de una narrativa populista-progresista.
Según el informe de The Global State of Democracy 2019, el 57 % de los países del mundo vive actualmente bajo regímenes democráticos y están ubicados mayoritariamente en Europa y América.
El 47 % restante, vive bajo dictaduras o en regímenes «híbridos» (cuasi democracias en camino a convertirse en dictaduras), ubicadas principalmente en Asia, Medio Oriente, África, Sudamérica y el Caribe.
Así que su principal conclusión es que, a pesar de sus aparentes avances, la democracia está siendo erosionada en todo el mundo, pues la «franquicia» ya controla casi la mitad de los países.
En Hispanoamérica, el régimen venezolano, el nicaragüense, el colombiano, el brasileño, el chileno y el mexicano y antes, el ecuatoriano, el boliviano y el argentino son o siguen siendo de algún modo, clientes del Putin-neocastrismo, clientes importantes según las características y exigencias de cada cultura.
Algunos como Venezuela y Nicaragua, son clientes militantes, discípulos aventajados de un sistema de crimen organizado, que actúan como lo que son: entidades que se saben dependientes del operador principal cuya sede central está en La Habana, en línea directa con Moscú.
Recordemos también las incursiones de Cuba en Angola, el Congo y Namibia, en 1975, y la situación actual de varios países de África del norte.
Así que no se crean lo que dicen los sociólogos, historiadores y colaboradores diversos de estos regímenes franquiciados, cuando insisten en culpar a occidente, a su capitalismo y a sus oligarcas locales asociados, del desastre humanitario que causan a sus pueblos y de que sus proyectos socialistas no hayan funcionado. Eso estaba planificado de ese modo.
Lo que parece, es que los gobiernos occidentales no terminan de comprender la complejidad de la situación, y en el mejor caso solo han aplicado acciones de contención.
El Putin-neocastrismo ha sabido negociar, embaucar, reinventarse, mutar. Ha sobrevivido porque ese es precisamente su objetivo. Jamás debe subestimarse a un modelo que ha logrado desestabilizar y gobernar tantas naciones.
Estamos ante una macabra y antinatural ideología, custodiada por un cóctel molotov de represión, hambre, vigilancia, desinformación y adoctrinamiento cultural. Es también, una organización transnacional de crimen organizado.
No nos sigamos equivocando, pues de lo contrario, el futuro será de una eterna lucha por defender la democracia, las libertades y los derechos individuales que nos queda. De esta esencial visión, dependerá que continúe expandiéndose, o no, «ese otro fantasma que ahora recorre el mundo. El fantasma de Putin-neocastrismo».
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