Las claves tras la ofensiva rebelde en Siria: apoyo turco, una insurgencia fragmentada y un régimen debilitado
La guerra civil siria, aparentemente en una fase de estancamiento tras más de una década de devastación, ha entrado en un nuevo capítulo con una ofensiva que amenaza con cambiar el equilibrio de poder. Esta campaña insurgente no es obra de un único actor, sino de una coalición diversa que combina grupos islamistas, facciones opositoras respaldadas por Turquía y movimientos locales que han encontrado un momento de oportunidad.
El principal motor de esta ofensiva es el Organismo de Liberación del Levante (OLL), conocido por sus raíces en Al Qaeda bajo el nombre Al Nusra. Aunque el grupo renunció públicamente a su asociación con la red terrorista en 2016, sigue siendo considerado una organización extremista por muchos países, incluyendo Estados Unidos y la Unión Europea. Con sede en el noroeste de Siria, el OLL controla amplias zonas de Idlib y Alepo y administra estos territorios bajo un gobierno local conocido como el «Gobierno de Salvación». Este grupo ha logrado forjar alianzas con otras facciones opositoras, muchas de ellas respaldadas directa o indirectamente por Turquía. Entre estas destacan las fuerzas del Ejército Nacional Sirio (ENS), una coalición de milicias que Ankara utiliza como brazo operativo en Siria para contrarrestar tanto al régimen de Asad como a las fuerzas kurdas. Aunque estas facciones tienen diferencias ideológicas, su interés común en debilitar al régimen ha propiciado una coordinación táctica inédita.
En el sur, en Deraa, facciones locales han tomado la iniciativa en áreas de gran simbolismo, pues fue allí donde comenzaron las protestas contra Asad en 2011. Estas facciones, muchas de las cuales habían aceptado acuerdos de «reconciliación» con el régimen en años recientes, parecen haber roto esos pactos, aprovechando la ofensiva para expulsar al Ejército de la región.
¿Por qué ahora?
El momento de esta ofensiva no es accidental. La combinación de factores internos y externos ha creado una ventana estratégica que los insurgentes han decidido aprovechar. Tras años de guerra, el régimen de Bashar al-Asad está debilitado. Su capacidad para mantener el control territorial depende casi por completo del apoyo de aliados extranjeros como Rusia, Irán y las milicias chiitas. Sin embargo, las recientes derrotas en Alepo y Hama, así como la falta de refuerzos en Homs, reflejan un Ejército cada vez más fragmentado y una moral baja entre sus tropas. A esto se suma la distracción de Rusia, que ha redirigido recursos y atención hacia la guerra en Ucrania, dejando a Asad con menos respaldo militar en Siria. Aunque Moscú mantiene una presencia aérea, su enfoque ha pasado de sostener al régimen a proteger sus propios intereses estratégicos, como la base naval de Tartus y la aérea de Hmeymim.
La presión sobre Irán y Hezbolá también ha debilitado al régimen. Israel ha intensificado sus ataques contra posiciones iraníes en Siria y contra Hezbolá en Líbano, lo que ha reducido la capacidad de estas fuerzas para apoyar a Asad en el terreno. Sin su presencia activa, el régimen enfrenta mayores dificultades para sostener sus líneas defensivas. Mientras tanto, Turquía ha visto en esta ofensiva una oportunidad para reforzar su influencia en el norte de Siria. Ankara busca consolidar su zona de amortiguamiento contra las milicias kurdas y aumentar su control indirecto sobre áreas clave a través de sus aliados en el terreno.
La falta de una respuesta coordinada entre los aliados del régimen ha permitido a los insurgentes explotar las fisuras en el frente contrario. Mientras Rusia, Irán y Turquía intentan coordinar sus agendas a través de formatos como las conversaciones de Astaná, los recientes acontecimientos han evidenciado la fragilidad de estos acuerdos. El objetivo inmediato de los rebeldes es capturar Homs, un punto estratégico en el centro de Siria que conecta Damasco con la costa mediterránea. Tomar Homs no solo sería un golpe devastador para el régimen, sino que también aislaría a la capital de sus bastiones logísticos y simbólicos en el oeste del país.
A largo plazo, los insurgentes buscan debilitar al régimen al punto de obligarlo a aceptar concesiones políticas o facilitar su colapso. Sin embargo, las ambiciones varían dentro de la coalición: mientras que el OLL busca establecer un gobierno islamista, las facciones respaldadas por Turquía podrían aceptar un acuerdo que garantice los intereses de Ankara.
Esta ofensiva también tiene implicaciones geopolíticas más amplias. Estados Unidos y sus aliados han condenado la escalada de violencia, pero su influencia en el conflicto es limitada. Mientras tanto, Turquía busca mantener un equilibrio complicado: apoyar a los insurgentes mientras intenta evitar una confrontación directa con las fuerzas kurdas y minimizar el riesgo de un éxodo masivo de refugiados hacia su territorio.
La guerra en Siria, que ya ha dejado más de medio millón de muertos y millones de desplazados, sigue siendo una maraña de intereses locales y globales. Lo que está claro es que la ofensiva actual no solo amenaza al régimen de Asad, sino que podría reconfigurar todo el tablero político del país.