Un año después del Gobierno de Milei: de la incógnita al resurgir de Argentina
El mandatario argentino aplicó cirugía mayor en su equipo para hacer entender que no se trataba solo de un cambio de gobierno, sino de un cambio de paradigma
«No hay plata». Esta frase resaltada en cada sílaba por el presidente Javier Milei al asumir fue solo el título. No había fondos, carecía de una base legislativa acorde para poder llevar adelante un plan de gobierno, tampoco sobraban los cuadros técnicos para cubrir toda la grilla de cargos en el Estado y el hombre, a pesar de su popularidad ―construida en los medios y en las redes sociales―, representaba una incógnita en la crucial tarea de gobernar.
No faltaron, por entonces, algunos miembros de «la casta» política, a los que en la campaña les había declarado la guerra, que apostaban públicamente a que no duraría ni tres meses en el poder.
Hoy se cumple un año de aquel momento y la aprobación de Milei en la mayoría de las encuestas no baja del 56 %. Puede mostrar un superávit fiscal en tiempo, prácticamente récord, la inflación se redujo sostenidamente del 211 % del 2023 a una previsión para el cierre de este año del 118 %, y la cotización del dólar bajó a su mínimo desde 2019, después de haber implementado un drástico plan de ajuste que, para sorpresa de muchos, fue respaldado por las capas medias, y resistido estoicamente y con dolor por los sectores más bajos de la sociedad.
Para alcanzar esos números, Milei y su reducido grupo de asesores construyeron un trípode donde sostener lo que pretende ser su gestión. Un drástico recorte de gastos en la esfera estatal, con reducción de ministerios y despidos en las plantas de los que no cerró, recorte de prebendas y esquemas de corrupción, junto a una alianza particular con el PRO del expresidente Mauricio Macri (que por momentos amenaza con hacerse añicos) y una negociación constante con sectores de «la casta» a la que sigue denostando a los gritos, mientras negocia por debajo de la mesa.
Milei aparece como un rara avis que hace del factor sorpresa un culto
Sí, Milei y los suyos pudieron ir desmontando en el Congreso las estrategias de una oposición aturdida; fue, en parte, porque el Gobierno representa lo desconocido para la fauna política. El jefe de Estado aparece como un rara avis que no suele atacar con las armas políticas elementales, sino que hace del factor sorpresa un culto. Y mientras regala insultos a diestra y siniestra, a cada paso, en los ratos de silencio negocia.
Con ese esquema logró aprobar la denominada Ley Bases, luego de que la oposición se la hubiera bloqueado, con la que pretende llevar adelante las reformas, y fue contando con el apoyo de diversos «arrepentidos» del kirchnerismo y de otros partidos.
En este lapso, buena parte de la energía de la Administración Milei estuvo derivada en controlar la inflación y administrar la carencia de fondos. No dudó en reducir al máximo la obra pública y los gastos superfluos y tuvo que aplicar cirugía mayor en su equipo, para hacer entender que no se trataba solo de un cambio de gobierno, sino de un cambio de paradigma. Despidió a 94 funcionarios, entre ministros, secretarios y subsecretarios, por distintos motivos: o bien por irregularidades o porque no se avenían a seguir el camino trazado. Un dato más que llamativo en la historia democrática del país.
De paso, fue demostrando una fobia mayúscula por la diplomacia y su virtual ajedrez. Prefirió, desde el arranque, definir a sus aliados sin tapujos, con Estados Unidos, y en particular apostando todo a Donald Trump y a Israel, lo que no despeja ciertos temores de múltiples observadores, ante la eventualidad de nuevos atentados como el de la Embajada de Israel (1992) o la mutual israelita de la AMIA (1994), en Buenos Aires.
Sin embargo, se fue acercando a China y a su líder Xi Jinping luego de jurar públicamente que no haría «negocios con comunistas». Tuvo que andar un poco por los despachos oficiales para darse cuenta de que, además de comunista de origen, China representa en la actualidad una suerte de «turbo-capitalismo» del que no es conveniente prescindir.
De un diciembre a otro
En el plano netamente interno, la herencia que recibía Milei hace un año era poco menos que estrepitosa. El kirchnerismo cerraba el diciembre de 2023 con un 25,5 % de inflación mensual. La previsión más optimista para este diciembre es del 2,7 %. Una de las primeras medidas entonces fue la de comenzar a sincerar la cotización del dólar (oficial) que pasó de 366 a 800 pesos por unidad. Mientras que en la calle llegaba a cotizarse a casi 1.500 pesos.
De inmediato, el ajuste comenzó a repercutir en la actividad económica. La carencia de reservas en el Banco Central y la nula posibilidad de acceder al crédito en el extranjero obligaron al gobierno a postergar muchas de las promesas realizadas en campaña, como por ejemplo levantar el cepo que pesa sobre el dólar y normalizar el pago de importaciones.
No obstante, al reducirse la brecha cambiaria (entre la cotización oficial y el precio de la divisa en la calle) el índice del riesgo-país realizado por el JP Morgan pasó de los 1.923 puntos básicos, hace un año, a los 760 actuales, generando así mayor confianza para los inversores internacionales.
En lo que a la balanza comercial respecta, Milei la había recibido con un déficit de 6.872 millones de dólares. Solo en los primeros 10 meses de gestión, esta sumó 21.000 millones de dólares de superávit.
En ese contexto, los planes sociales se mantuvieron al día y con incrementos del valor real de un 105,5 % con respecto a un año antes. Esto es en un país donde cerca del 50 % de la población malvive en la pobreza. En ese tópico, lo que se reestructuró fue la forma de llegar a los beneficiarios. Ya no pasarían por intermediarios en la estructura clientelar montada durante el kirchnerismo en connivencia con las denominadas organizaciones sociales.
Una medida que fue en sintonía con el control irrestricto de las protestas y manifestaciones, lo que se habían convertido en una «industria» de coacción. La política adoptada por la siempre conflictiva ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, terminó por normalizar la vida cotidiana en los grandes centros urbanos.
Datos y números que muestran al presidente y su ejército de influencers —una verdadera guardia pretoriana comunicacional que milita desde las redes sociales— exultantes. Cifras que a la vez contrastan con otros datos de la realidad, que esperan respuesta en el corto plazo. Esto es en un 2025 que se presenta crucial para el futuro político de las huestes libertarias.
Los niveles de pobreza, los que no paraban de crecer desde el 2022, llegaron a las manos de la Administración Milei en un 41,7 %. Solo en el primer semestre de este año, de acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), había llegado al 52,9 %, unos 12,8 puntos comparados con el mismo período del 2023 (40,1 %). Si se toma en cuenta, un reciente informe del Observatorio de Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (ODSA-UCA), ya en el segundo trimestre de este año se observa una tendencia a la baja, hasta ubicarse en el 51 %.
Toda política de ajuste provoca dolor. Y, como es habitual, donde más duele entre los asalariados y pensionados. En materia salarial, después de una retracción durante los primeros meses del gobierno, comenzó una lenta recuperación a partir de marzo último aunque, de acuerdo a datos de la Secretaría de Trabajo, los haberes de los trabajadores se hallan un 31 % de su valor real por debajo de lo que percibían en noviembre de 2023. Algo similar a lo que ocurre con las jubilaciones, que perciben un 6,6 % menos que un año antes.
Todo esto derivó en una caída del consumo que hasta septiembre ascendía al 10 % por debajo de lo registrado en noviembre de 2021. Un dato que a Milei le hace repetir en privado que «la sociedad acompaña porque, como se puede observar, por primera vez en la historia el ajuste fiscal es popular en el país…».
Este es el panorama económico que por estos días muestra a un presidente de buen humor y tratando de lidiar con la escasez de recursos y la debilidad política, con recetas para nada ortodoxas. Con habilidad y colaboración de varios miembros de «la casta», como ser la del jefe de gabinete, Guillermo Francos, supo romper los tres tercios en los que se dividen las bancas parlamentarias en su favor. Se las arregló para mantener la atención y el favor de la opinión pública (la que le importa más que los mercados), con medidas efectistas o anuncios rimbombantes, como la de arancelar la Universidad a los extranjeros o destapar pequeñas, pero emblemáticas, cajas de corrupción en distintas áreas.
De paso, se convirtió en una suerte de pop star, en los círculos políticos y económicos a nivel internacional, gracias a su estilo y a su vocación de jugar siempre al límite, al menos en el discurso, en medio de una situación por demás compleja.
La casta puede esperar
Hacíamos mención de la inestimable ayuda que «la casta» a la que el presidente jura y perjura deplorar le prestó al gobierno. Con Francos hay varias figuras dentro del gabinete que pertenecen a la más rancia estirpe de los políticos que llevaron al país a una de las peores crisis de su historia y, por ende, a los brazos de un outsider como «el león de las Pampas». Allí, en la Secretaría de Turismo, anida la figura de Daniel Scioli, exvicepresidente (de Néstor Kirchner) y exgobernador de Buenos Aires, entre otras figuras de menor raigambre.
La detención hace unos días del senador kirchnerista Edgardo Kueider, en la frontera con Paraguay, acompañado de su joven secretaria y poco más de 200.000 dólares de los que no puedo demostrar su origen, fue la primera alerta para un gobierno que asegura quiere cambiar la filosofía de hacer política.
Kueider, quien venía siendo investigado por presuntos casos de corrupción, había tomado distancia del kirchnerismo para apoyar los proyectos libertarios en el Senado.
Este fue el primer caso que explotó, pero lo que empañan ante la opinión pública los «logros» presidenciales es su empeño en llevar a la Corte Suprema de Justicia a un personaje cuestionado por donde se lo mire, como es el juez federal Ariel Lijo.
Milei insiste con su nominación, amenaza con nombrarlo por decreto si no consigue la mayoría en el Senado, pero por lo bajo ya acordó con la condenada expresidenta Cristina Fernández viuda de Kirchner su designación por la vía parlamentaria. Una jugada que es cuestionada hasta por sus propios acólitos en las redes sociales.
En este caso, las cuentas que hacen Milei y sus principales espadas —su hermana (y pitonisa oficial) Karina Milei y Santiago Caputo— es que el mejor escenario posible para consolidar su poder en las elecciones legislativas de 2025 sería el que Cristina encabece la lista de candidatos por el kirchnerismo. «Me encantaría meterle el último clavo al cajón de Cristina…», llegó a declarar el jefe de Estado hace algunas semanas.
No son pocos los observadores que advierten que, en su momento, algo similar llegó a pensar Macri y así terminó.
Lo cierto es que, en ese sentido, el propio Milei obstaculizó todo lo posible el tratamiento en el Congreso del proyecto de «ficha limpia», hasta hacerlo caer. De haber sido aprobado, ni la viuda ni ningún otro político con deudas ante la Justicia podría haber sido candidato.
Esto en un país con los antecedentes de Argentina equivale a andar jugando con fuego. Y ese parece ser el deporte preferido de Milei. Sin importarle en lo más mínimo el juego diplomático, abusando del insulto y de las descalificaciones (su punto más flaco en todas las encuestas), pero acordando con su «enemiga íntima», Cristina, hasta ver si puede obtener en las urnas una fortaleza política que le permita liberarse de las ataduras y cumplir con muchas de sus promesas que aún esperan en el tintero.
Para saber si lo logrará, solo habrá que esperar unos meses. Hasta aquí, supo romper con los pronósticos más agoreros y rescatar una macroeconomía que ya estaba con un pie en el abismo. Un milagro para unos, un hito para otros, si se tiene en cuenta que aún retumba el eco de sus primeras palabras como presidente. «No hay plata».