Ucrania: entre la esperanza y la frustración
Ahora la pelota está en el tejado de Rusia. Lo ha dicho Marco Rubio y, como si fuera una consigna, lo ha repetido todo el mundo

Una mujer camina por Kiev
Las negociaciones entre Ucrania y los EE.UU. en Yeda parecen haber dado fruto. La presión de Trump ha convertido la propuesta de Zelenski, limitada a un alto el fuego en el aire y en la mar, en algo mucho más ambicioso: que callen las armas durante todo un mes.
Solo falta, claro, el acuerdo de Putin… pero de eso hablaremos luego. Por lo pronto, permita el lector que exprese mi alegría porque se vea cumplido el pronóstico —ciertamente ventajista y carente de mérito— con el que finalicé un artículo publicado por El Debate hace ya casi un mes: nunca llovió que no escampara. Las aguas, entre Kiev y Washington, parecen volver a su cauce, y esa es ya una buena noticia para todos.
Ahora la pelota está en el tejado de Rusia. Lo ha dicho Marco Rubio y, como si fuera una consigna, lo ha repetido todo el mundo. ¿Y qué dice el Kremlin? Nada. El bombardeo nocturno sobre diversos objetivos en Ucrania que ha matado a 14 civiles, incluidos cuatro marineros sirios en un buque mercante atracado en Odesa, no es una respuesta a lo que acaba de ocurrir en Arabia Saudí. Solo es más de lo mismo.
Mientras el Kremlin calla —24 horas después de la reunión de Yeda, solo sabemos que esperará a conocer los detalles y que no se dejará presionar— los medios rusos empiezan a confirmar lo que todos sabíamos y algunos se empeñaban en negar: Trump tenía medios para presionar a Zelenski, pero no a Putin. ¿El fin de las sanciones? ¡Qué ingenuidad! El empobrecimiento de su pueblo le importa tanto al autócrata ruso como el de Venezuela a Maduro. Es lo que tiene ser un dictador.
Putin nunca dirá que no al alto el fuego, pero pedirá condiciones imposibles de cumplir
En la mañana del día después de Yeda, los titulares de los principales medios escritos de la Rusia de Putin no podían ser más clarificadores. Si tuviera que hacer un resumen, la tregua sería una trampa en la que no se debería caer. Pero juzgue el lector por sí mismo si hay motivos para el optimismo.

Captura de pantalla del diario Izvestia

Captura de pantalla del diario Komsomólskaya Pravda
Al cabo de unas horas, sin embargo, la propuesta de tregua desapareció del mapa. Como si nunca hubiera existido. Putin sabrá por qué, pero nosotros solo podemos especular. Si fuéramos pesimistas, podríamos achacarlo a que el dictador no quiere que su pueblo sepa que es él, y no Zelenski ni los EE.UU., quien decide que siga la guerra. Pero ¿podría ser que esté preparando una marcha atrás?
No lo creo. Es cierto que Putin es un dictador que tiene en la mano todos los resortes del poder. Como en 1984, la novela de Orwell, es posible que mañana los medios rusos proclamen una nueva verdad y aplaudan la tregua. Pero, hace solo unos días, el dictador ruso se reunió con un grupo de viudas de soldados caídos en el frente. Ellas le pidieron que la sangre de sus maridos no hubiera sido derramada en vano y Putin les prometió que la guerra proseguiría hasta la consecución de todos los objetivos políticos y militares. No repetiré lo publicado hace un mes —tiene el lector la lista completa en el artículo antes citado, de título «Ucrania: aún no ha llegado la paz, pero ya se ha pagado el precio»— pero por el momento no se ha conseguido ninguno.
¿Qué va a pasar entonces? Si tuviera que apostar, lo haría al negro: Putin nunca dirá que no al alto el fuego, pero pedirá condiciones imposibles de cumplir. Mucho me temo que habrá que esperar largo tiempo para la paz. Pero algo sí se ha ganado. Si Trump no tenía decidido de antemano de qué lado está —como parece deducirse del aprieto en el que el acuerdo de Yeda mete a su admirado Putin— tendrá motivos para reconsiderar cuál debe ser la postura de los EE.UU. ante la extemporánea guerra de conquista que, en pleno siglo XXI, se libra en Ucrania. Lo dicho, nunca llovió que no escampara.