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La central nuclear de Zaporiyia está ocupada por las fuerzas rusas desde el inicio de la guerra

La central nuclear de Zaporiyia está ocupada por las fuerzas rusas desde el inicio de la guerraAFP

Por qué la central nuclear de Zaporiyia es la joya de la corona de Ucrania con la que todos se quieren quedar

En disputa desde 2022, la central nuclear más grande de Europa sigue siendo un botín valiosísimo, con más de 2.200 toneladas de material nuclear

Durante décadas, la central nuclear de Zaporiyia fue un gran motivo de orgullo para Ucrania. Ubicada en el sur del país, con seis reactores alineados frente al río Dniéper, generaba el 20 % de toda la electricidad nacional. Exportaba energía a Europa, impulsaba la industria local y simbolizaba, como pocas cosas, la soberanía tecnológica y económica de un país que miraba cada vez más hacia Occidente.

Hoy, la misma instalación es una fuente de angustia global. Desde que Rusia la ocupó militarmente en marzo de 2022, se transformó en una bomba de tiempo con implicancias que van mucho más allá del conflicto entre Moscú y Kiev. La planta no solo dejó de operar, sino que ahora forma parte de una zona militarizada, dentro de un territorio ocupado, en la frontera de fuego de una guerra a gran escala.

La Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA) ha pedido repetidas veces la creación de una zona de seguridad alrededor de la planta. Zaporiyia contiene miles de toneladas de material nuclear activo, incluyendo Uranio-235 con una vida media de más de 700 millones de años. Aunque los reactores están en frío, necesitan un sistema constante de refrigeración. Sin energía eléctrica —ya sea por bombardeos, sabotajes o fallos logísticos— los sistemas de bombeo fallarían, y entonces comenzaría un proceso de sobrecalentamiento que podría acabar en fusión del núcleo. Una repetición, con nuevas variantes, del desastre de Chernóbil.

Además del peligro técnico, hay una dimensión más silenciosa, y tal vez más inquietante: la de la seguridad internacional. Porque el control de una instalación de este tipo no es solo una cuestión energética o industrial, también una palanca geopolítica de alto calibre. Quien tenga la planta de Zaporiyia en sus manos, tiene también una ficha más en la mesa de negociación internacional.

Moscú lo entendió desde el inicio. Por eso envió unidades militares especializadas y técnicos nucleares para controlar la operación de la planta. Formalizó la anexión del territorio donde se encuentra y aseguró, por decreto, que la central es ahora parte del sistema energético ruso. En la práctica, esto significa que utiliza a Zaporiyia como escudo militar, como recurso energético latente y, sobre todo, como ficha de presión. Cada vez que se menciona la posibilidad de una ofensiva ucraniana en la región, aparece el espectro del «accidente nuclear» como argumento disuasivo.

La central nuclear ucraniana de Zaporiyia ha vuelto a ser objeto de un ataque

La central nuclear ucraniana de ZaporiyiaAFP

Kiev, por su parte, no cede en su postura de que la planta es propiedad estatal ucraniana, un activo irrenunciable, clave para cualquier estrategia de reconstrucción nacional. Cederla —aunque fuera de forma temporal o parcial— implicaría asumir la pérdida de soberanía sobre una infraestructura crítica. Y, peor aún, abrir un precedente peligroso en una guerra que ya ha redibujado los mapas políticos de Europa.

En este tablero tan tenso, sorprendió la declaración de Donald Trump, quien sugirió que Estados Unidos debería controlar la planta. La propuesta, que se enmarca dentro de su discurso más general de «poner orden» en el conflicto y cobrase las deudas que ha estado prestando en los últimos años, genera incomodidad en Kiev. Porque si bien la ayuda de Washington ha sido crucial para la resistencia ucraniana, la idea de que un actor extranjero pueda tomar el control de uno de los principales recursos del país, plantea nuevas preguntas sobre soberanía, dependencia y futuros acuerdos de posguerra.

La propuesta también hace visible algo que ya circula en voz baja entre diplomáticos y analistas: la guerra en Ucrania no solo se juega en el frente militar, sino también en la reconfiguración del poder económico y energético del continente. Europa necesita estabilidad energética. Ucrania necesita reconstruirse. Y Estados Unidos quiere asegurarse de que Rusia no salga excesivamente reforzada del conflicto. En ese esquema, la central de Zaporiyia es una pieza demasiado valiosa como para dejarla fuera de cualquier cálculo.

La situación se vuelve todavía más crítica si se tiene en cuenta el componente simbólico. A diferencia de Chernóbil —que representó el fracaso de una era—, Zaporiyia fue pensada como un modelo de eficiencia en tiempos modernos. Su caída en manos rusas es, para muchos, una humillación nacional que Kiev quiere revertir. Pero intentar recuperarla por la fuerza es una operación de altísimo riesgo.

Mientras tanto, la planta continúa allí: detenida, vulnerable, y peligrosamente cerca del fuego cruzado. Nadie parece tener una solución definitiva. Rusia no la piensa devolver. Ucrania no la puede recuperar sin disparar una posible tragedia. Y la comunidad internacional, aunque preocupada, se muestra cada vez más dividida entre el cansancio bélico y los cálculos estratégicos.

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