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Juan Rodríguez Garat
Análisis MilitarJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

Nueve de mayo en la Plaza Roja: la parada de los monstruos

Sonriendo ante el paso de los misiles balísticos que quizá unos días después siembren la muerte en Ucrania, podremos ver en la Plaza Roja de Moscú a algunos de los liberticidas más conspicuos de la comunidad internacional junto a algunos tontos útiles

Actualizada 04:30

Fotomontaje de algunos de los líderes mundiales que acompaña al presidente de Rusia, Vladimir Putin, en el Día de la Victoria

Fotomontaje de algunos de los líderes mundiales que acompaña al presidente ruso, Vladimir Putin, en el Día de la VictoriaFotomontaje con inteligencia artificial

Como imaginará el lector, no tengo nada contra las paradas militares. Al contrario, son parte del oficio. Los soldados de todos los tiempos han celebrado ruidosamente sus victorias, marchando bajo sus banderas desplegadas y rodeados por sus compañeros, quizá la mejor forma de evitar echar de menos a los ausentes.

Además de esta necesidad que podríamos calificar de natural, los actos militares sirven también para otros fines. En la España que yo he vivido, los desfiles por las calles de nuestras ciudades, más que celebrar victorias ya alejadas en el tiempo, daban una oportunidad a los españoles para aplaudir a sus Ejércitos —no podría expresar con palabras lo que yo sentía cuando, con muchos años menos, desfilaba por la Castellana llevando la bandera de la Escuela Naval entre los aplausos de los madrileños— y, recíprocamente, para que los militares agradeciéramos el apoyo de nuestros paisanos.

En otros tiempos y en otros lugares, los militares de todo el mundo también han desfilado —y siguen haciéndolo— con un propósito muy diferente: el de enseñar los dientes a los demás. Y vaya por delante que no hay nada ominoso en enseñar los dientes, al fin y al cabo instrumentos de la política. El problema está en hacerlo con fines ilegítimos, como ocurre en Rusia desde que, en algún momento quizá del año 2008, Putin decidió apuntalar su régimen apostando por un nacionalismo supremacista que, en sus aspectos ideológicos —no conviene banalizar el mal y, en esa escala, no son muchos los que pueden acercarse a Adolf Hitler— no se diferencia mucho del nazismo alemán.

Unos dientes mellados

Desde aquel momento, y como ya había ocurrido en los tiempos del comunismo, en la Plaza Roja de Moscú se enseñan los dientes al mundo cada 9 de mayo, día en que se celebra la victoria rusa sobre Alemania —allí nadie concede mucho crédito a los aliados— en la Segunda Guerra Mundial. Entre las unidades que desfilan, ocupan siempre un lugar especial los últimos adelantos de la tecnología militar rusa, elementos clave de su propaganda militar y, quizá todavía más, comercial. No se debe olvidar que, hasta que comenzó la guerra de Ucrania, Rusia era uno de los mayores exportadores de armas del mundo.

No se debe olvidar que, hasta que comenzó la guerra de Ucrania, Rusia era uno de los mayores exportadores de armas del mundo.

El problema hoy es que, después de tres años de guerra, los dientes de la Rusia de Putin aparecen mellados. Quizá no se note en las unidades que desfilan, perfectas en su presentación; pero será difícil impedir que, cuando vean los aviones militares de elegantes líneas —si fuera por estética, los cazas rusos estarían en la primera división global— sobrevolando las calles de Moscú, algunos espectadores se pregunten por qué no vuelan sobre Ucrania. O, si eso no es posible, por qué al menos no defienden los cielos de Rusia de los drones enemigos.

También será difícil impedir que algunos rusos se pregunten, aunque solo sea en algún rincón oscuro de su mente, por qué los carros de combate que desfilan por sus calles —las imágenes de los ensayos sugieren que este año, al contrario que los anteriores, no estará solo el T-34 de la Gran Guerra Patria— no contribuyen a romper el frente en algún lugar próximo a Pokrovsk.

¿Por qué las tropas que desfilan no relevan a quienes están a punto de cumplir tres años en el frente?

Aunque nadie se atreva a decirlo en voz alta, será difícil impedir que los familiares de los soldados movilizados de forma forzosa en el otoño de 2022 se pregunten por qué las tropas que desfilan no relevan a quienes están a punto de cumplir tres años en el frente. Sí, son reclutas en su mayoría, pero tampoco querían ir a la guerra sus seres queridos y allí siguen, sin que nadie les dé esperanzas de volver a sus hogares.

Los monstruos, en las tribunas

Con todo, este año el espectáculo no estará en las calles, sino en las tribunas. Allí, según anuncia el Kremlin, estarán 29 jefes de Estado o de Gobierno: una verdadera parada de los monstruos en la que casi todos tienen las manos manchadas de sangre. Y el resto, si no las manos, al menos la conciencia.

Sonriendo ante el paso de los misiles balísticos que quizá solo unos pocos días después siembren la muerte en las ciudades de Ucrania, podremos ver en la Plaza Roja de Moscú a algunos de los liberticidas más conspicuos de la comunidad internacional al lado de algunos tontos útiles, uno de los pocos conceptos que merece la pena rescatar de los tiempos del comunismo. A los pies de Putin y Xi Jinping, y rodeados de tiranos del corte de Lukashenko, Maduro, Díaz Canel y Obiang, se sentarán dos políticos tan diferentes como Lula da Silva y Fico —el primero se dice de izquierdas, el segundo de derechas— unidos por algo que para ellos está por encima de toda ideología: el cálculo electoral.

Ni miedo ni complacencia

¿Qué cabe interpretar de las repletas tribunas de la Plaza Roja? ¿Que existe un frente unido contra la democracia? ¿Una internacional del mal? En absoluto. También Hitler y Stalin parecían amigos hasta que el primero dejó ver su verdaderas intenciones. Como ocurre en la película cuyo título ha inspirado el de este artículo —quizá demasiado antigua para que muchos lectores la recuerden— no hay amistad entre los malvados. Si acaso, complicidad, y solo mientras les convenga. Todos están dispuestos a engañar a los demás. Lo único que merece la pena que nos preguntemos es quién hará el papel del enano rico, quién el de la seductora trapecista, quién el del forzudo de circo y quiénes serán los actores secundarios de una trama oscura que probablemente acabará en tragedia.

Mientras Hitler tomó París en nueve días, Putin presume de que sus tropas llevan 15 meses acercándose a Pokrovsk

A nosotros, en cualquier caso, no debieran darnos demasiado miedo los monstruos de la parada de Moscú. La humanidad tuvo motivos sobrados para temer a Hitler, Stalin, Mao Tse-tung o Pol Pot. Pero los monstruos del presente están muy lejos de aquellos en la escala del mal. Mientras Hitler tomó París en nueve días, Putin presume de que sus tropas llevan quince meses acercándose a Pokrovsk.

Mientras Stalin movilizó a más de 30 millones de rusos para combatir al nazismo, Putin se las ve y se las desea para reponer, muchas veces con mercenarios extranjeros, las bajas de los 600.000 hombres que tiene desplegados en Ucrania.

Mientras Mao Tse Tung no dudó en asumir la responsabilidad del sacrificio de decenas de millones de campesinos para hacer realidad su gran salto hacia delante, Putin prefiere intentar convencernos de que el avión de Prigozhin, el líder de la Wagner, se cayó solo.

Mientras a Pol Pot no se le movió un músculo cuando ordenó asesinar a una cuarta parte de los camboyanos, Putin se avergüenza de los crímenes de Bucha. Solo por eso trata de ocultarlos.

No hay, pues, lugar para el miedo; pero menos lo hay para la complacencia. Es momento de cerrar filas con nuestros aliados y arrimar el hombro a la tarea de fortalecer España y Europa. Así lo entienden ya la mayoría de los españoles. Es una lástima que, en este preciso momento, las matemáticas electorales —y también, por qué no decirlo, la falta de ética de nuestra clase política— hayan permitido que el Gobierno de España sea rehén de quienes tienen entre sus principales aspiraciones la de llegar a casa solos y borrachos. Así, ¿cómo vamos a inspirar respeto a los monstruos de la parada de Moscú?

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