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El primer ministro polaco Donald Tusk

El primer ministro polaco Donald TuskAFP

Donald Tusk, el gran perdedor en Polonia: ¿podría convocar nuevas elecciones parlamentarias?

Con Karol Nawrocki como presidente, el Ejecutivo de Tusk seguirá enfrentándose a un veto sistemático que complica su agenda reformista

La derrota del liberal Rafał Trzaskowski en las elecciones presidenciales de Polonia, por un estrechísimo margen frente al conservador Karol Nawrocki, no solo frustra el acceso de la coalición de Gobierno a la jefatura del Estado. También supone un duro golpe para el primer ministro Donald Tusk, que había apostado abiertamente por su victoria como llave para desbloquear una legislatura paralizada.

Con Nawrocki en la presidencia y el PiS en la oposición, el riesgo de bloqueo político se dispara. Y con él, empieza a sobrevolar una pregunta: ¿puede Tusk forzar nuevas elecciones parlamentarias para romper el estancamiento?

Técnicamente, el primer ministro no tiene la facultad directa de disolver el Parlamento. La Constitución polaca reserva esa competencia al presidente de la República, aunque existen vías indirectas —como la imposibilidad de aprobar los presupuestos en plazo o la falta de mayoría para sostener un Gobierno— que podrían abrir la puerta a una convocatoria anticipada. Ninguno de esos escenarios está hoy sobre la mesa. Pero la correlación de fuerzas y el desgaste del Ejecutivo auguran una legislatura inestable.

Tusk lidera una coalición amplia, desde el centro-derecha hasta la izquierda progresista, que logró desalojar al PiS del poder en las legislativas de 2023. Su Gobierno llegó con la promesa de restaurar el Estado de derecho, despolitizar la justicia, relanzar la agenda de derechos civiles y recuperar la sintonía con Bruselas. Pero la presidencia de Andrzej Duda ha bloqueado sistemáticamente buena parte de ese programa. La esperanza del oficialismo era que una victoria de Trzaskowski desbloqueara el camino legislativo. No ha sido así.

Con Karol Nawrocki como presidente, el Ejecutivo de Tusk seguirá enfrentándose a un veto sistemático. El nuevo jefe de Estado, afín al PiS y cercano a los sectores más conservadores del país, ya ha anunciado que ejercerá sus competencias constitucionales con firmeza. Sin mayoría suficiente para superar los vetos (se requiere una mayoría de tres quintos), Tusk podría ver comprometida toda su agenda. Y con ella, su capacidad de gobernar de forma efectiva.

El candidato Rafal Trzaskowski

El candidato Rafal TrzaskowskiAFP

La frustración dentro de la coalición es evidente. Algunos socios menores ya se preguntan si tiene sentido seguir en un Ejecutivo que no puede legislar. Otros, más pragmáticos, temen que un adelanto electoral devuelva al PiS al poder, capitalizando la victoria simbólica de Nawrocki y el desgaste del Gobierno. Las encuestas más recientes siguen mostrando una sociedad dividida en dos bloques casi equivalentes, sin mayoría clara para ninguno.

Desde Bruselas, la inquietud también crece. La Unión Europea había apostado fuerte por el regreso de Tusk como garante de la normalización institucional en Polonia. Con su llegada se desbloquearon fondos europeos paralizados durante el mandato del PiS. Pero la promesa de reformas estructurales, especialmente en el ámbito judicial, queda ahora en el aire. Algunos observadores temen que sin avances legislativos concretos, la Comisión Europea tenga que reconsiderar el desembolso de futuras partidas.

En este clima, la posibilidad de una convocatoria anticipada gana peso como herramienta política, más que jurídica. Tusk podría tratar de provocar una crisis parlamentaria —por ejemplo, forzando votos sobre cuestiones clave que fracturen la coalición o que el presidente vete de manera reiterada— para justificar ante la opinión pública la necesidad de volver a las urnas. Es una estrategia arriesgada, que podría salirle cara. Pero también podría ser su única salida si el bloqueo institucional se convierte en crónico.

El propio Tusk, por ahora, ha evitado hablar de elecciones anticipadas. Tras los comicios presidenciales, admitió que el resultado era una «tarjeta amarilla» para su Gobierno, pero también defendió su legitimidad parlamentaria. Sin embargo, en privado, según medios polacos, varios líderes de su partido —Plataforma Cívica— ya analizan distintos escenarios para recuperar la iniciativa política.

En cualquier caso, el horizonte hasta las legislativas de 2027 se presenta complicado. Nawrocki no solo vetará leyes, sino que podrá enviar proyectos al Tribunal Constitucional, todavía controlado por jueces designados por el PiS. Además, tendrá un papel destacado en la política exterior, la seguridad nacional y la designación de altos cargos, lo que refuerza su capacidad para condicionar al Gobierno. La convivencia entre ambos poderes se perfila como una constante colisión.

Tusk, que regresó a Polonia tras años en la alta política europea con el propósito de «reparar» el Estado, se enfrenta ahora a su mayor desafío: gobernar sin el respaldo del presidente, con una mayoría frágil y con el populismo conservador revitalizado. Si decide seguir sin alteraciones, deberá resignarse a gobernar a golpe de decreto, dentro de los márgenes que le permite la ley. Si apuesta por cambiar el tablero, deberá encontrar la manera —institucional o política— de convocar nuevas elecciones que le devuelvan el control perdido.

De momento, lo único seguro es que el resultado de las presidenciales no cierra un ciclo, sino que abre una etapa de tensión prolongada. Y que, tras la derrota de Trzaskowski, el verdadero derrotado es Donald Tusk, cuya autoridad como líder reformista queda en entredicho tanto dentro como fuera de Polonia.

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