
Imagen aérea del Pentágono
La Operación Telaraña de Ucrania cambia el frente de batalla: ¿está a salvo Estados Unidos de un ataque así?
El pasado domingo 1 de junio, horas antes de una nueva ronda de negociaciones en Estambul —que, una vez realizada, mantiene la perspectiva de paz muy distante—, la guerra entre Ucrania y Rusia dio un vuelco tremendo cuando los primeros, desprovistos de su principal ayuda militar y sin acceso a tecnología nuclear, asestaron un golpe tremendo a los segundos al destruir más de 40 aviones situados en diferentes aeródromos.
Esta increíble misión, denominada la 'Operación Telaraña', parece haber cambiado las reglas del juego en el frente de batalla —y más considerando que, horas después, Ucrania volvió a golpear severamente a Rusia en el puente de Kerch, situado en la península de Crimea—. Como aseguraba el periodista W.J. Hennigan en The New York Times, «la Operación Telaraña fue un nuevo recordatorio para los líderes de los ejércitos más avanzados del mundo de que las amenazas más duras que enfrentan hoy no se limitan a sus rivales habituales con equipos costosos».
Esta operación ucraniana, en un momento bélico donde parecían estar en clara desventaja, fue tan precisa como simbólica. El plan contó con la supervisión directa del presidente del país, Volodimir Zelenski, y el jefe del Servicio de Inteligencia, Vasyl Maliuk, que lo planearon durante 18 meses en el más absoluto secreto, dando como resultado una estrategia de película según la cual camuflaron drones comerciales —modificados con inteligencia artificial— en camiones civiles, escondidos bajo estructuras de madera con techos retráctiles, y que, al llegar a su destino, fueron desplegados a escasos metros de los bombarderos rusos, demasiado cerca como para que los sistemas antiaéreos pudieran intervenir.
A simple vista, la operación ucraniana parece un triunfo táctico contra Rusia y una dura derrota de Moscú, aunque bajo la superficie esconde una gran advertencia para el resto del mundo. Si un país como Ucrania, sin superioridad aérea, naval ni nuclear puede orquestar un ataque quirúrgico con drones de menos de mil euros contra una potencia como Rusia, ¿quién puede sentirse completamente a salvo?
Estados Unidos es el país con el presupuesto militar más alto del planeta y cuenta con la mayor red de bases aéreas en el mundo. A simple vista, nadie querría entrar en guerra con ellos porque tienen todas las de perder, pero, después de lo visto, queda claro que no está exento de un ataque de este tipo. El propio general Gregory M. Guillot, jefe del Comando Norte, ya declaró en febrero ante el Congreso que se habían detectado 350 sobrevuelos de drones sobre más de 100 instalaciones militares estadounidenses solo en el último año. Hasta ahora, esas actividades suponían una simple molestia sin importancia, pero tras la 'Operación Telaraña' se puede convertir en una amenaza real.

Según informó el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU), fueron alcanzados más de 40 aviones en el marco de la operación Telaraña, uno de los grandes logros militares de Ucrania en lo que va de conflicto
Teniendo esto en cuenta, la situación se vuelve todavía más alarmante si se considera que el Pentágono ha invertido miles de millones en sistemas de defensa capaces de interceptar misiles balísticos, hipersónicos y de crucero, pero carece de mecanismos eficaces para detectar y neutralizar drones pequeños, volando a baja altitud y sin emitir señales. «Nuestros radares están diseñados para grandes amenazas visibles. Estos aparatos, en cambio, son invisibles hasta que impactan», señala un oficial retirado de la Fuerza Aérea consultado por Politico.
Hace unas semanas, Donald Trump presentó en el Despacho Oval, junto al secretario de Defensa, Pete Hegseth, el programa ‘Cúpula Dorada’, donde se prevé un gasto de 175.000 millones de dólares para construir un escudo nacional antimisiles. No obstante, este sistema no incluye defensas frente a enjambres de drones comerciales, como los utilizados por Ucrania. Paradójicamente, los fondos federales han servido para financiar el desarrollo de estos sistemas en Ucrania, sin que exista un plan equivalente en suelo estadounidense.
Hace un par de años, en 2023, el Pentágono lanzó el programa Replicator, una iniciativa que tenía como objetivo producir miles de drones autónomos de bajo coste y que estaba inspirada en las lecciones del conflicto ucraniano. Sin embargo, desde que Trump volvió a la Casa Blanca, poco se ha informado sobre sus avances, y algunos expertos temen que haya quedado relegado a un segundo plano frente a las grandes inversiones en armamento convencional.
Paralelamente a estos actos, la Administración Federal de Aviación ha licenciado más de un millón de drones en Estados Unidos y cada mes se notifican cerca de 100 avistamientos de vuelos no autorizados en las inmediaciones de aeropuertos, aunque la gran mayoría no representan una amenaza directa. Pese a todo, lo que ha quedado claro es que el concepto de defensa nacional ha cambiado. Ya no basta con escudos antimisiles, portaaviones o cazas invisibles. La amenaza puede llegar en un camión de reparto con un dron programado con GPS y software libre.
Como apuntaba Hennigan, «el ataque del domingo (la Operación Telaraña) abre un nuevo capítulo en la guerra moderna». Uno en el que no gana quien tiene más músculo militar, sino quien mejor adapta la tecnología a su estrategia. En este nuevo tablero, Estados Unidos tiene mucho que perder si no se adapta con rapidez.