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Vista de drones almacenados antes de ser transportados al remolque de un camión de gran tonelaje desde el que fueron activados a control remoto y lanzados contra aeródromos militares en cinco regiones rusas

Vista de drones almacenados antes de ser transportados al remolque de un camión de gran tonelaje desde el que fueron activados a control remoto y lanzados contra aeródromos militares en cinco regiones rusasEFE

Drones ocultos en camiones y 18 meses de preparación: así planeó Ucrania su gran golpe contra la aviación rusa

Los ataques alcanzaron bases tan remotas como Belaya, en Siberia, u Olenya, en el Ártico

La guerra en Ucrania ha vivido este domingo un nuevo e importante punto de inflexión. En una operación inédita por su alcance, precisión y simbolismo, Ucrania ha sacudido el corazón de la aviación estratégica rusa. Más de 40 aviones han sido dañados o destruidos en varios aeródromos rusos, incluidos aparatos clave como los bombarderos Tu-95 y Tu-22M3, y los aviones de alerta temprana A-50. Pero más allá del número o del valor económico de los objetivos alcanzados (que el país presidido por Zelenski estima en más de 7.000 millones de dólares), lo que sorprendió fue cómo se llevó a cabo el ataque.

La operación, bautizada como «Telaraña», fue el resultado de 18 meses de planificación minuciosa por parte del Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU), bajo supervisión directa del presidente Volodimir Zelenski y el jefe del SBU, Vasyl Maliuk. El eje de la estrategia fueron pequeños drones de bajo coste escondidos en camiones civiles transformados en caballos de Troya. Estos vehículos, camuflados como transporte ordinario, llevaban en su interior estructuras de madera con techos retráctiles, donde los drones descansaban, ocultos hasta el momento del ataque.

Los ataques alcanzaron bases tan remotas como Belaya, en Siberia, Olenya, en el Ártico, y aeródromos estratégicos en Ivanovo, Riazán e incluso cerca de Moscú. Algunos objetivos estaban a casi 5.000 kilómetros de la frontera ucraniana, lo que desafía por completo la capacidad de reacción de las defensas rusas. Según fuentes del SBU citadas por medios ucranianos, la operación fue ejecutada en el más absoluto secreto, con drones lanzados a escasos metros de los aviones y demasiado cerca para que los sistemas antiaéreos como el S-300 pudieran actuar.

Los drones utilizados eran cuadricópteros comerciales modificados, muchos con un coste inferior a 1.000 euros. Y sin embargo, lograron destruir o inutilizar aparatos diseñados para lanzar misiles de crucero a miles de kilómetros de distancia y con un valor individual de decenas de millones. Solo en Tu-95, se estima que Rusia podría haber perdido más de la mitad de los modelos aún operativos.

La reacción en Moscú ha sido caótica. El Ministerio de Defensa ruso se limitó a denunciar un «ataque terrorista» en varios aeródromos, y reconoció que en Murmansk e Irkutsk «varias aeronaves ardieron en tierra». No hubo víctimas, según la versión oficial, pero la imagen de los bombarderos en llamas ha circulado rápidamente por canales rusos de Telegram.

Para algunos observadores rusos, el ataque es ya el «Pearl Harbor» de su aviación estratégica. Y no solo por los daños materiales, sino por el golpe psicológico, pues, en vísperas de una nueva ronda de negociaciones, Ucrania ha demostrado que puede penetrar profundamente en territorio enemigo, golpear con precisión quirúrgica y salir indemne. Según el SBU, los agentes implicados ya han sido evacuados con éxito.

En términos militares, la operación representa una victoria aérea sin necesidad de aviones. En términos estratégicos, marca un antes y un después en la guerra: Ucrania ha llevado la guerra al corazón del aparato militar ruso, justo cuando Moscú presume de avances en el frente y horas antes de una nueva ronda de negociaciones en Estambul. El momento no es casual.

Ucrania, sin armada, con una aviación obsoleta y sin acceso a tecnología nuclear, ha logrado uno de los mayores golpes a las fuerzas armadas rusas desde el inicio de la invasión.

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