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Miembros armados de las fuerzas especiales de la policía iraní vigilan una zona durante una manifestación antiisraelí para condenar los ataques de Israel contra Irán, tras las oraciones del viernes en Teherán

Miembros armados de las fuerzas especiales de la Policía iraní durante una manifestación antiisraelí, en TeheránNurPhoto via AFP

Sabotaje, ciberguerra, asesinato y diplomacia secreta: así ha neutralizado Israel a Irán

El libro Target Tehran relata la guerra soterrada, iniciada en 2002, del Mosad contra el régimen de los ayatolás

Escriben los ensayistas Yonah Jeremy Bob e Ilan Evyatar en Target Tehran (Objetivo Teherán) cómo «un equipo de agentes bajo el mando del Mosad, el famoso servicio de Inteligencia israelí, llevó a cabo una de las hazañas más espectaculares de la historia del espionaje la noche del 31 de enero de 2018. Tras horas de meticulosa planificación, interminables horas de sofisticada vigilancia electrónica y la arriesgada infiltración de agentes israelíes en Irán, el equipo del Mosad irrumpió en el almacén secreto donde se guardaba el archivo nuclear de la República Islámica, que contenía los registros completos de sus esfuerzos por convertirse en una potencia con armas nucleares».

A las 22:31 horas precisas, desde la sede central del Mosad en Tel Aviv, su director, Yosso Cohen dio la orden de ejecutar la operación, enunciando cuidadosamente cada una de las sílabas del aquel verbo. Ya podían intervenir los agentes en aquellos depósitos de Shirobad, una barriada a las afueras de Teherán elegida por su banalidad e insignificancia para almacenar los archivos del programa nuclear iraní.

Inmediatamente, dos docenas de agentes del Mosad –israelíes, obviamente, en su mayoría, pero también algún que otro iraní reclutado entre la disidencia– irrumpieron en uno de los almacenes, usaron sopletes de alta temperatura para penetrar una serie de bóvedas de acero y comenzaron a extraer archivos, físicos y electrónicos, que contenían el expediente completo. El equipo tenía exactamente seis horas y media –Shirobad no estaba vigilado por la noche, craso error iraní– para encontrar la gran cantidad de material que necesitaban, cargarlo en camiones y escapar.

De haber fracasado la operación hubieran acabado todos los agentes atrapados en las garras de la implacable Justicia iraní. Pero por fortuna, todos pudieron cruzar Irán sin ser descubiertos hasta llegar a la frontera con Azerbaiyán, el mejor aliado de Israel en el mundo chií. El rastreo a gran escala puesto en marcha por Teherán nada más descubrir el «atraco» fue vano. Es más: no solo los agentes israelíes encontraron toda la documentación deseada, sino que también incautaron más de un centenar de CDs, con 55.000 archivos y vídeos suplementarios, así como fotografías de experimentos completamente secretos.

Esta «cosecha» fue tan excepcional que, transgrediendo sus propias reglas de seguridad, los israelíes la publicitaron al cabo de tres meses; eso sí, después de que Benjamin Netanyahu comunicara los hallazgos a Donald Trump, que por esas fechas disfrutaba de su primera estancia en la Casa Blanca. Sostienen Bob y Evyatar en su libro que lo transmitido por el israelí al norteamericano convenció a este último de retirarse del acuerdo suscrito por su antecesor, Barack Obama, con el régimen iraní en 2015: levantamiento de sanciones económicas a cambio de renuncia a la vertiente militar del programa nuclear. Lo incautado por el Mosad dejaba al descubierto las mentiras iraníes: sí, el país persa llevaba años diseñando su bomba atómica.

Israel utilizaría todos los medios a su alcance para impedir que cualquier Estado de la región amenazase su seguridad poseyendo la bomba atómica

Israel, por su parte, escribía un nuevo capítulo de su plan ininterrumpido, agresivo y sin restricciones, hecho de sabotaje, asesinatos y ciberataques que ha estado llevando a cabo contra el programa nuclear de Irán durante años. Aunque la primera operación de este tipo fue el bombardeo de la central nuclear de Osirak, en Irak, en junio de 1981. El episodio supuso el nacimiento de la «doctrina Begin», así llamada por apellido del primer ministro de entonces: Israel utilizaría todos los medios a su alcance para impedir que cualquier Estado de la región amenazase su seguridad poseyendo la bomba atómica.

El principal objetivo era, pues, Irán. Durante los años en que el guía supremo de la Revolución Islámica era el ayatolá Ruhollah Jomeini, el país no pensó en la bomba atómica, que el carismático y sanguinario líder consideraba incompatible con el islam. Sin embargo, su sucesor desde 1989, el ayatolá Alí Jamenei, nunca ha tenido las mismas prevenciones. Israel lo entendió a partir de 1996, año en que dos agentes del Mosad, supuestamente turistas, comprobaron in situ la existencia de huellas nucleares al extraer muestras de suelo.

Mas fue en 2002 cuando saltaron las alarmas al descubrirse la existencia de una planta de agua pesada en Natanz, primer paso para el enriquecimiento de uranio. La primera reacción israelí consistió en amenazar por correo postal de «graves consecuencias» al ciudadano alemán Gotthard Lerch si se empeñaba en seguir entregando a Irán proyectos de centrifugadoras. El destinatario de la carta entendió el mensaje.

No así el coronel iraní Ali Mahmidi Mimand, ingeniero del programa de misiles, que poco después apareció muerto en su despacho de un tiro en la cabeza. De esta forma se iniciaron las llamadas «intervenciones divinas», es decir, el asesinato selectivo, perpetrado por el Mosad, de personalidades vinculadas al programa nuclear iraní. Así cayeron –la lista no es en absoluto exhaustiva– Ardeshir Hosseinpour, en 2007, y Masusd Ali Mohammadi, en 2010.

Otro acierto de Israel es su capacidad para romper las cadenas de abastecimiento (nuclear) de Irán. Las tácticas del Mosad se basaban en la necesidad de los iraníes de mantener su programa nuclear en secreto, lo que a menudo les obligaba a comprar equipos en el mercado negro. Les bastó, en colaboración con otros servicios de espionaje occidental, con identificar a las empresas que participaban en el sistema.

La vertiente diplomática fue tejida durante años a través de una paciente labor de contactos con las monarquías del Golfo enemigas de Irán, empezando por los Emiratos Árabes Unidos, siguiendo con Arabia Saudí –fue el caso más complejo– y usando a Omán de intermediario en más de una ocasión. En cuanto a la ciberguerra, fue desarrollada por medio de sabotajes a programas informáticos.

El resultado de la labor de zapa ha sido el esperado: en 2018, año de la incautación del Mosad, Irán era la potencia más influyente de Oriente Medio, con sus milicias sosteniendo a Bashar al-Asad, en Siria, controlando parte del Líbano y desestabilizando Yemen. Hoy, el régimen iraní está más aislado que nunca.

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