
El gran ayatolá Ali Jamenei, líder supremo de Irán
Así es Alí Jamenei, el líder integrista que Trump dice que puede matar en cualquier momento
Irán está regido con puño de hierro desde 1979, año de la Revolución Islámica que derrocó a la Monarquía Pahleví, por el líder supremo. El ayatolá Ruhollah Jomeini acabó con el sah Mohammad Reza Pahleví y dio paso a una rigurosa teocracia que, tras su muerte en 1989 a los 86 años, se perpetuó a manos de su sucesor, Alí Jamenei. El actual líder supremo de la República Islámica, que tiene ahora la misma edad con la que murió su antecesor, no suele dejarse ver demasiado en público. Este último año han sido sonoras sus ausencias en actos de gran relevancia para el país persa, lo que desató todo tipo de rumores sobre su estado de salud y se llegó a insinuar que el ayatolá padecía un severo cáncer.
Su vida está rodeada de un estricto secretismo, así como todo lo que rodea al férreo régimen iraní. Jamenei es la cabeza de la serpiente de la República Islámica; es quien dicta toda la política, tanto interna como exterior, y que, ante todo, tiene la última palabra respecto al programa nuclear iraní –objetivo de los recientes ataques israelíes contra Irán. Jamenei siempre ha defendido –al menos de cara al exterior– que el programa atómico de su país persigue únicamente fines civiles. Aunque el enriquecimiento de uranio al 60 %, cercano al 90 % necesario para la fabricación de un arma nuclear, pone en tela de juicio las declaraciones del líder supremo.
Este mismo lunes, tras tres noches consecutivas de cruce de misiles entre Irán e Israel, el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores del país persa, Esmail Baghaei, anunció que el Parlamento está preparando un proyecto de ley para abandonar el Tratado de No Proliferación Nuclear. Detrás de este cambio de doctrina se encuentra, sin lugar a duda, Jamenei, quien el pasado viernes, cuando el Ejército hebreo lanzó el primer ataque contra suelo iraní, advirtió que «a Israel le espera un destino amargo y doloroso por los ataques».
En esta guerra de amenazas, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, ha apelado directamente al líder supremo de su gran némesis y confesó que el objetivo final de la ofensiva hebrea «podría ser un cambio de régimen en Irán», aunque reconoció que se trataba de una «apuesta muy grande». Para conseguir esta meta, Netanyahu sabe que tiene que acabar con Jamenei y ya tenía un plan concreto para conseguirlo. De hecho, según publicó este domingo la cadena estadounidense CNN, Israel tuvo la oportunidad de acabar con el líder supremo de la República Islámica el pasado fin de semana, pero su gran aliado, Estados Unidos, se opuso al plan.
El presidente norteamericano, Donald Trump, quien hasta esta última escalada bélica en Oriente Medio aspiraba a llegar a un acuerdo nuclear con Teherán, sigue apostando, por ahora, por la vía diplomática para poner fin a las hostilidades. Una decisión que no depende del republicano, sino de Netanyahu y Jamenei, dos líderes con demasiada experiencia que no parecen dispuestos a ceder. Aún así, la paciencia del estadounidense se está agotando y este martes se unió a las amenazas del mandatario israelí y aseguró que sabía perfectamente donde se escondía el líder supremo.
«Sabemos exactamente dónde se esconde el llamado «Líder Supremo». Es un blanco fácil, pero está a salvo allí –No vamos a eliminarlo (¡matarlo!)–, al menos no por ahora. Pero no queremos que se disparen misiles contra civiles ni contra soldados estadounidenses», escribió Trump en su cuenta de Truth Social. Pocos minutos después, y en otro mensaje, instó a Irán a que aceptará una «rendición incondicional».
Por su parte, Jamenei lejos de contener la grave situación elevó el tono y, en un discurso televisado este miércoles, advirtió de «consecuencia irreparables» si Estados Unidos entraba en la guerra . Por sexta noche consecutivos, Irán e Israel protagonizaron un nuevo intercambio de misiles. El líder supremo de Irán nació en el seno de una familia clerical el 19 de abril de 1939 y, como muchos religiosos del islam chií, se formó en los seminarios de las ciudades santas de Mashhad (Irán) y Nayaf (Irak).
Tras finalizar su formación, Jamenei volvió a su país y se instaló en Qom, considerada como una urbe santa para los chiíes. Allí conoció al ayatolá Ruhollah Jomeini, que más tarde encabezaría la Revolución Islámica y se convertiría en el líder supremo. Durante las décadas de 1960 y 1970 participó en actividades encubiertas contra el sah Pahleví, por las que fue detenido y torturado por la temida Policía secreta de la Corona, conocida como SAVAK.
Una vez derrocada la Monarquía en Irán, el clérigo fue ascendiendo rápidamente en las filas de la teocracia recientemente instaurada, asumiendo funciones clave en el Consejo Revolucionario Islámico, además de como legislador y viceministro de Defensa. Antes de ser proclamado líder supremo, se desempeñó como presidente de la República Islámica. Durante este periodo, de 1981 a 1989, su política exterior estuvo condicionada principalmente por la guerra Irán‑Irak. Finalmente, tras la muerte de su antecesor, Jamenei fue nombrado líder supremo, tras la caída en desgracia del gran favorito, el ayatolá Hosein Alí Montazerí.
La gran incógnita: ¿quién sucederá a Jamenei?
El líder supremo de Irán ha sido una figura clave en la vida política, ideológica y religiosa del país persa durante los últimos casi 40 años; por eso, la gran incógnita ahora es quién podría suceder a Jamenei. Algunos expertos apuntan a que, tras la muerte del actual líder supremo, es probable una sucesión dinástica en la que tome el relevo su hijo, Mojtaba Jamenei. En las quinielas también aparecía el nombre del expresidente iraní, Ebrahim Raisi, que falleció en mayo de 2024 en un trágico accidente de helicóptero.
A pesar de los pocos nombres que suenan para suceder a Alí Jamenei, el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI) tendrá la última palabra, dado el enorme poder político y económico que ostenta. Hasta el momento, lo poco que parece estar claro es que Irán no ve con buenos ojos una sucesión dinástica, ya que sería una vuelta a la Monarquía hereditaria del sah, contra la que, precisamente, se rebeló la Revolución Islámica.