Los caminos de la corrupción en Venezuela y la pregunta del millón: ¿a qué país se parece?
Lo que comenzó como lo que algunos podrían considerar «bagatelas», pronto se convirtió en un sistema de desfalco masivo, diseñado no solo para el enriquecimiento ilícito, sino también para subvertir las instituciones y consolidar el control del poder
Pedro Sánchez y Nicolás Maduro
El cáncer de la corrupción, una enfermedad que carcome las bases de cualquier nación, ha avanzado de manera implacable en Venezuela, primero bajo el mando de Hugo Chávez y luego con Nicolás Maduro. Lo que comenzó como lo que algunos podrían considerar «bagatelas», pronto se convirtió en un sistema de desfalco masivo, diseñado no solo para el enriquecimiento ilícito, sino también para subvertir las instituciones y consolidar el control del poder.
El germen de esta enfermedad se sembró con el Plan Bolívar 2000, un programa supuestamente social manejado por militares. Este fue el epicentro de las primeras corruptelas. Si bien las cifras robadas en ese momento podrían parecer modestas en comparación con lo que vendría después, la verdadera tragedia fue la tolerancia a los síntomas de corrupción.
Más allá del desfalco económico, Chávez buscaba involucrar a los efectivos militares en irregularidades, siguiendo un manual de control castrista desde La Habana. El objetivo era claro: erosionar la institucionalidad de la Fuerza Armada y así garantizar su lealtad, no a la nación, sino al régimen.
El general Cruz Weffer, jefe de este plan, se vio envuelto en escándalos, incluso sentimentales con una reina de belleza venezolana, lo que ya prefiguraba la impunidad que acompañaría estas prácticas. Ese sainete de «amigas» y «amigos» que fraguaron colosales fortunas por las vías más torcidas lo expone la periodista Ibéyise Pacheco en uno de sus más recientes libros, titulado Las Muñecas de La Corona, obra en la que desmenuza los crímenes y perversiones del chavismo en el poder.
Dejaban abandonados contenedores repletos de comida que terminaron pudriéndose en los puertos
La corrupción, lejos de ser un hecho aislado, fue mutando y escalando. Luego llegaron los tristemente célebres casos de PUDREVAL (PDVAL), relacionados con la compra de alimentos. Los operadores, con licencias de importación obtenidas a precios de dólar preferencial, dejaban abandonados contenedores repletos de comida que terminaron pudriéndose en los puertos. El verdadero interés no era abastecer al pueblo, sino enriquecerse con los dólares protegidos que otorgaba discrecionalmente Chávez. Millones de toneladas de alimentos se perdieron, mientras la población sufría escasez y hambre.
Posteriormente, la corrupción se ramificó hacia el sector financiero con la compra fraudulenta de bancos, utilizada para realizar operaciones ilícitas. A esto le siguió el escándalo de la compra de deuda argentina, los llamados «papeles de la deuda», que generaron ganancias colosales para sus operadores y pérdidas incalculables para la República venezolana.
Más de mil millones de dólares para Chávez
Las negociaciones desde la Tesorería del Estado venezolano también se convirtieron en un nido de irregularidades, destacando el caso del llamado «Tuerto Andrade», extesorero de la República, protegido y consentido de Hugo Chávez, quien confesó haber entregado más de mil millones de dólares en jugadas corruptas amparadas directamente por Chávez.
Todas estas operaciones se realizaban en una intrincada red que involucraba al Banco Central, la empresa Petróleos de Venezuela (PDVSA), la Comisión de Administración de Divisas (CADIVI) y personas relacionadas con el régimen, obteniendo ganancias colosales.
No hay ferrocarril, pero sí la banda del Tren de Aragua
La desidia y el desfalco también se manifestaron en la no ejecución de decenas de obras contratadas y pagadas, como el ambicioso proyecto de varios tramos del Ferrocarril de Venezuela, prometido tanto por Chávez como por Maduro, y que nunca llegó a materializarse. No hay ferrocarril, pero sí la banda del Tren de Aragua. Recomiendo leer otro libro titulado El Tren de Aragua: la banda que revolucionó el crimen organizado en América Latina; en este caso, la autora es la periodista Ronna Rísquez, quien logra hacer una acuciosa investigación que ha sido laureada por instituciones internacionales.
Numerosos planes, como el Plan Sucre, que involucraba proyectos en Ecuador y Colombia, entre otros, estuvieron plagados de fraudes, desviando fondos que debieron haber servido para el desarrollo de la región. Este historial de corrupción, paso a paso, describe la metástasis de un cáncer que ha devastado la economía y la moral de Venezuela.
Asalto a las instituciones
Simultáneamente, Hugo Chávez iba escalando en su plan de apoderarse de todas las instituciones que en una democracia deben ser absolutamente autónomas. Pero en Venezuela ese principio fue demolido por el maleficio del populismo.
Chávez impuso un Contralor General que no controlaba al Ejecutivo, sino que era más bien manipulado como un títere con los hilos que movía a su antojo Chávez, desde el Palacio Presidencial.
La Fiscalía General de la República fue desde entonces sitiada por mequetrefes que actúan como sicarios al servicio del poder; lo mismo ha ocurrido con el Tribunal Supremo de Justicia, integrado por falsos jueces que, según las órdenes que reciben de Chávez y ahora de Maduro, se limitan a redactar sentencias para condenar a inocentes o absolver a culpables. Otro objetivo fue la toma de los medios de comunicación —televisoras, radios o prensa escrita— mediante el asalto a sus licencias e instalaciones, o «comprándolos» con dinero reciclado en sus sórdidas operaciones financieras.
Cada vez que se les ha imputado esas trapisondas, tanto Chávez como Maduro coinciden en defenderse alegando «que no sabían nada de eso» o echando mano del trillado argumento de que esas acusaciones responden «a maniobras del imperio o artificios de la derecha».
Para consumar esa ocupación de las instituciones con fines absolutistas, Chávez buscó el apoyo de varias fuerzas partidistas que se rindieron a sus pies. Esas organizaciones se postraron entonces y hoy permanecen postradas, habiendo mordido el polvo de la traición, pulverizadas por el afán de Maduro —sin disimulo— de adueñarse de todos los espacios.
Quien encuentre algún parecido con la realidad venezolana seguramente no estará equivocado; tengan en cuenta que los venezolanos venimos del futuro, tiempo al que llegamos por desatender, ingenuamente, las advertencias que solidariamente nos hacían al pedirnos cautela, porque todo indicaba que terminaríamos convirtiéndonos en algo peor que Cuba.