Jean-Luc Melenchon líder de la izquierdista La Francia Insumisa
La extrema izquierda francesa funciona como una secta al servicio de una sola persona: Mélenchon
El Debate ha leído La Manada, el libro que desmenuza a La Francia Insumisa y su funcionamiento totalitario
«Es eso la insumisión, hay una ira profunda. Y si no se hace ruido y furor, uno no existe». La frase está atribuida a la temible -y temida- Sophia Chikirou, especialista en Comunicación Política, actual diputada de La Francia Insumisa (Lfi) y compañera sentimental -aunque ambos lo nieguen con vehemencia, amenazando con demandar a quién tenga la osadía de evocarlo- de Jean-Luc Mélenchon, líder natural de la poderosa formación de la extrema izquierda francesa.
La frase rezuma una forma muy particular de entender la acción política. Aparece en el primer capítulo de La Meute, La Manada, el documentado libro que acaban de publicar los periodistas Charlotte Benaïch y Oliver Pérou sobre el funcionamiento interno del singular partido.
La Manada, pues. El título elegido por los autores, que hace referencia a la naturaleza gregaria y la brutalidad del clan tal y como se describe ampliamente a lo largo de las aproximadamente 346 páginas, otro título surge espontáneamente al leerlo: la secta. Como una inquietante cantinela, este campo léxico aparece con frecuencia en los testimonios de los numerosos antiguos mélenchonistas entrevistados, e incluso en las declaraciones de aquellos que siguen formando parte de la aventura.
El carácter clánico de Lfi se debe principalmente a la personalidad de Mélenchon. Hay que decir que, en el retrato que se traza de su líder, aparecen rasgos bien conocidos por el gran público, para bien y para mal: una inteligencia, una cultura y un sentido retórico que magnetizan; pero también un temperamento irascible y colérico que puede aterrorizar.
Dentro de su movimiento, el fundador no deja de manejar el palo y la zanahoria, distribuyendo violentos anatemas por mensajería encriptada, creando un clima de miedo, como cuenta un parlamentario insumiso citado en el libro: «Cuando le respondes, incluso sobre algo insignificante, siempre piensas: ‘Coño, ¿qué he dicho? No quiero que me expulsen’». «Todo el mundo sabe que no hay que discutir con Jean-Luc, porque si no, estás muerto. La gente tiene un nudo en el estómago».
Los autores, en cierta medida, también: han optado por abandonar temporalmente las redes sociales, conocedores de la violencia de la que es capaz la maquinaria digital de Lfi. De nada sirve que ambos presten sus servicios en dos diarios de izquierda: Libération en el caso de Belaïch, Le Monde en el de Pérou. Una precaución que se ha hecho extensiva, como era de esperar a los interlocutores que han ofrecido su testimonio de cara a la redacción del libro, muchos de ellos optando por colocarse de espaldas a la pared en las cafeterías donde tenían lugar las entrevistas.
De nuevo, la peculiar personalidad de Mélenchon: influenciado por el trotskismo de tendencia lambertista -Pierre Boussel Lambert fue un militante experto en penetrar organizaciones rivales dentro de la izquierda-, el tercer hombre de las últimas elecciones presidenciales ha convertido la purga en su método habitual. Incluso en las altas esferas de su organización.
La lista de víctimas es larga: Charlotte Girard- brillante profesora de Derecho, cerebro jurídico del primer mélenchonismo-, François Cocq, Alexis Corbière -antiguo fiel entre los fieles-, Raquel Garrido, de ascendencia chilena, pareja de Corbière y tertuliana tan eficaz como agresiva- o Danielle Simonnet, antigua líder del partido en París. La lista no es exhaustiva. Obviamente. Sin contar a aquellos que han sido atormentados de forma más solapada mediante procedimientos que recuerdan más al patio del colegio que al escenario político, como el aún diputado y ex miembro de Lfi, François Ruffin, una de las figuras más populares de la izquierda radical francesa El libro relata con todo lujo de detalles esta proscripción erigida en sistema de gobierno, donde reinan el miedo y sus tormentos.
La base militante de Lfi tampoco es ajena a estos métodos expeditivos. Según se pudo ver en un reportaje de investigación de la cadena pública France 2, se habría creado un fichero de militantes. Los firmantes de un texto que condena a Adrien Quatennens -de la guardia pretoriana de Mélenchon y condenado por violencias conyugales- serán fichados en un documento de cinco páginas que llegará a los integrantes de la cúpula insumisa. En él se enumeran los nombres y apellidos de los interesados, sus adscripciones sindicales y antecedentes políticos, sus posts en redes sociales, sus allegados, familiares o amigos, todo ello acompañado de algunas fotos suyas, según France 2.
El corolario de este control exhaustivo es la confianza ciega puesta en una joven guardia que ha crecido, en algunos casos desde la adolescencia, entregada a la causa de Mélenchon. Una actitud cuya consecuencia se plasma en el principal punto común que el antiguo diputado socialista Emmanuel Maurel -uno de los pocos que ha aceptado hablar a cara descubierta- percibe entre Mélenchon y Jean-Marie Le Pen: «es un tribuno del pueblo, no quiere el poder». El mismo líder lo reconoce de forma más sutil: «Me dirijo a la conciencia de la gente. Nada más. No estoy aquí para gestionar una ciudad». ¿Por qué entonces haber fagocitado al Partido Socialista, hasta convertirlo en irrelevante?