El submarino nuclear ruso Kursk
25 años de la peor catástrofe naval en la Rusia postsoviética que avergonzó a Putin
El Kremlin reconoció que el submarino tenía «equipos de mala calidad, obsoletos y mal mantenidos»
Después del final de la Unión Soviética en 1991, Rusia tenía que demostrar al mundo que su etapa de grandeza no había finalizado, tan solo mutado. Dispuestos a mostrarlo, el submarino Kursk, un K-141 de 154 metros de elora y cuatro pisos de altura, con dos reactores nucleares y armadado con 24 misiles, calificado como «indestructible», era la joya de la corona del poderío naval ruso.
Nueve años después, en el agosto del 2000, Rusia decidió vanagloriarse y organizó una serie de ejercicios navales, los más grandes desde la caída de la URSS, donde el submarino Kursk tendría su espacio para brillar. El primer día, el 11 de agosto de aquel año, así lo hizo. A la mañana siguiente, el capitán del submarino, Gennady Petrovich Lyachin, dio la orden rutinaria de disparar dos torpedos. Fue el fin. Una fuga de peróxido de hidrógeno en un misil defectuoso provocó un incendio que causó dos explosiones que sacudieron el mar de Barents y se sintieron hasta en los Estados Unidos.
La onda expansiva de la primera explosión mató a siete personas e hirió a 36, pero, apenas dos minutos después, otra explosión mucho mayor causó el desastre. Los reactores nucleares se desactivaron solos como medida para evitar un desastre mayúsculo, pero para ese entonces ya se había abierto un agujero de más de dos metros cuadrados en el casco del navío. Hasta 90.000 litros de agua entraron en los compartimentos, acabando con la tripulación.
Al poco tiempo, el Gobierno ruso, liderado por un Vladimir Putin que había sido investido apenas tres meses antes, confirmó la muerte de toda la tripulación. Un día después emitieron un informe donde decían que el navío se encontraba «en el fondo del mar». Sin embargo, no fue hasta el día 16, cinco jornadas después de la tragedia, cuando Putin se abrió a aceptar ayuda extranjera. El día 19, un buque noruego con 27 buzos especialistas confirmó que no había supervivientes.
No los había en ese momento, ya más de una semana después de la explosión, pero una investigación sacó a la luz que, si bien muchos murieron en el momento de la explosión, hasta 23 personas de la tripulación se refugiaron en las partes estancas de la popa, esperando una ayuda que nunca llegó. Algunas teorías estiman que esos tripulantes sobrevivieron apenas unas horas, mientras que otras creen que pudieron aguantar hasta dos días. De ninguna manera se acercan a las ocho jornadas que tardó en llegar alguien al lugar de los hechos.
Lo que quedó del submarino Kursk
El capitán teniente, Dmitri Kolésnikov, una de las personas que sobrevivió de primeras a las explosiones, dejó una nota que se pudo recuperar donde afirmaba: «Toda la tripulación de los compartimientos sexto, séptimo y octavo pasó al noveno. Aquí hay 23 personas. Tomamos la decisión debido al accidente. Ninguno de nosotros puede llegar a la superficie. Escribo esto con la visión totalmente nublada». Mientras él escribía eso, en Moscú ya se comunicaba que nadie había sobrevivido.
El navío no fue recuperado hasta octubre de 2001, gracias a un equipo neerlandés. Fueron recuperados los cuerpos sin vida de 115 de los 118 tripulantes, mientras que se supone que los otros tres se perdieron en el mar.
El mes siguiente de la tragedia, Putin concedió una entrevista al medio estadounidense CNN y, cuando fue preguntado por el suceso, simplemente respondió que «se hundió». El año siguiente, el propio Kremlin emitió un informe reconociendo «flagrantes infracciones disciplinarias, equipos de mala calidad, obsoletos y mal mantenidos, así como negligencia, incompetencia y mala administración». Un cuarto de siglo después del suceso, nadie ha ido en prisión ni se ha responsabilizado por lo ocurrido.