Trump y los «todólogos» mediáticos
Su verdadero pecado no es el tono ni el peinado: es atreverse a tocar el sagrado «orden mundial» nacido tras la Segunda Guerra Mundial, un sistema que los «todólogos» defienden como si fuera el Santo Grial
Trabajadores cuelgan una foto del presidente estadounidense, Donald Trump, junto a una bandera en Washington, DC
De vuelta a mi rincón en la soleada Florida, he retomado mi vicio matutino de sintonizar podcasts y programas europeos, donde una legión de «todólogos» –esos sabios autoproclamados que opinan sobre todo con la seguridad de un oráculo– pontifican sobre la guerra en Ucrania, el cambio climático, la biomasa de los bosques o, el plato fuerte, Donald Trump. Su supina ignorancia sobre Estados Unidos, su política y su sociedad es tan monumental como la certeza con la que nos transmiten sus conclusiones. Escucharlos es tan divertido como ver a un turista perdido en Miami sentando cátedra sobre la cultura americana porque probó un «burger» en un «diner» y le sacó una foto a una pick-up.
Cuando la ignorancia pontifica
Tomemos un ejemplo reciente: en el programa matutino, creo que, de Onda Cero, una comentarista afirmó con tono grave que la economía estadounidense está en caída libre porque, atención, el hijo de la vecina de una amiga fue despedido de Voice of America (VoA). Según ella, este despido, junto con «miles» más, era prueba irrefutable del colapso económico bajo Trump. Olvidó mencionar que VoA no ha cerrado –aunque Trump impuso recortes a su matriz, la Agencia de Medios Globales de EE.UU., que, por cierto, prometió en campaña–, y que la economía estadounidense está creciendo al 3 % o que tiene un desempleo del 4,2 %. Probablemente, porque no tenía ni idea. De una anécdota personal, esta «todóloga» extrajo una narrativa apocalíptica, ignorando datos y contexto. Según su lógica, si despiden al camarero del Starbucks de Georgetown, la Reserva Federal debería entrar en pánico monetario.
Bienvenida al club de los que opinan sin saber. No es un caso aislado. En programas como Today de BBC Radio 4 o Le 7/9 de France Inter, los tertulianos se deleitan caricaturizando a Trump como un bufón autoritario. En un episodio reciente de Today, un comentarista sugirió que Trump está «destrozando la democracia» al cuestionar la financiación de la OTAN, sin mencionar que Bush, Barack Obama y Biden también pidieron a Europa aumentar su gasto en defensa desde el 2010. En Le 7/9, otro «experto» afirmó que Trump «entrega Ucrania a Putin» por negociar un alto al fuego, ignorando que el 65 % de los ucranianos, según una encuesta reciente de Gallup, ve con optimismo la posibilidad de que Trump facilite la paz, incluso a cambio de territorios. Los «todólogos» patrios son más simples y directos: autócrata, golpista, o directamente loco, nuestras cabezas parlantes no se molestan en analizar, sino que pasan directamente a la mofa.
Entonces decidí adentrarme en el mundo de los «todólogos» e intentar categorizar sus opiniones sobre el monstruo naranja. Primero hay que separar los que critican las formas de los que lo intentan hacer del fondo. De los segundos, están los ignorantes y los rabiosos. Entre los primeros, no cabe duda de que el presidente les da gasolina para alimentar sus mofas. La personalidad histriónica de Trump, combinada con el hecho de que Melania no le retira el móvil a la hora de dormir, ayuda. Quizás esa sería una temática más apropiada para el horario de late night, pero no deja de ser gracioso.
Entre los segundos, con la salvedad de los expertos en política internacional, que son los menos, me sorprende el grado de ignorancia que existe sobre la realidad de Estados Unidos, una realidad que desconocen, o como mucho, conocen indirectamente mediante viajes turísticos, o siguiendo a la masa de opinión unificada. Y los que no son ignorantes, rabian porque se les acabó el chollo.
La religión del nuevo orden mundial
Entre los que entran al trapo y pontifican sobre las políticas de Trump, los ataques son universales, desde comentaristas de derecha radical hasta los eco-comunistas. Da igual de que se hable, el republicano está rompiendo el mundo, es muy malo….. y además tonto. Pero su verdadero pecado no es el tono ni el peinado: es atreverse a tocar el sagrado «orden mundial» nacido tras la Segunda Guerra Mundial, un sistema que los «todólogos» defienden como si fuera el Santo Grial.
Su verdadero pecado no es el tono ni el peinado: es atreverse a tocar el sagrado «orden mundial» nacido tras la Segunda Guerra Mundial
Ese orden mundial era muy cómodo. Una utopía de cooperación global donde EE.UU. pagaba la factura de la seguridad europea y ponía los muertos en las guerras mientras Europa exportaba alegremente sus bienes sin aranceles, que ella si imponía así como barreras no arancelarias a productos estadounidenses. EE.UU. hacía la vista gorda a las trampas comerciales de países como la India o Vietnam, porque «están en desarrollo».
Y nosotros, los europeos, con derecho verbal de pernada, nos permitíamos llamar a los americanos brutos e ignorantes, como si les hubiéramos cocinado a medias, pero todavía les faltara una hora de horno. Cómodo, ¿verdad? Pues ese chollo se acabó.
El votante americano se cansó de pagar la fiesta
Guste o no, Trump, con su estilo de elefante en cacharrería, prometió desmantelar este edificio. Su plan busca reducir el poder de las agencias federales no electas, que los conservadores acusan de ser herramientas de la élite progresista para imponer agendas woke. También busca que esa Europa empiece a pagar sus facturas en defensa y abra su mercado de una vez por todas. Y, si hay que poner muertos, que ponga su cuota. Busca eliminar la corrección política impuesta desde los medios y la academia bajo amenaza de cancelación. Busca cerrar las fronteras a la inmigración ilegal. Y busca desmontar un orden internacional donde Cuba puede presidir un comité de derechos humanos, o un dictador africano robar el dinero norteamericano para la educación, para poner a su querida de embajadora en la UNESCO.
Busca desmontar un orden internacional donde Cuba puede presidir un comité de derechos humanos
Para los «todólogos», cualquier recorte a estas vacas sagradas es un atentado contra la democracia, aunque nunca expliquen por qué los contribuyentes estadounidenses deben financiarlas. Este estado administrativo globalista, que defienden con fervor religioso, es un entramado de regulaciones, agencias y organismos internacionales que operan por encima de, y a espaldas de, los ciudadanos. Los votantes americanos, eligiendo a Trump, ¡dijeron basta ya! Nadie les engañó. Tras su versión 1.0, sabían lo que elegían. Imagínense lo que tenía en frente para que esto fuera preferible.
Europa, celosa y subvencionada
La crítica a Trump no es solo de los ignorantes; los más sabios lo que tienen es rabia de que se acabó la fiesta. Los conservadores europeos añoran los días en que EE.UU. pagaba la defensa de Europa, permitiendo a los gobiernos del Viejo Continente construir un estado del bienestar «cristiano-socialista» con el dinero ahorrado que les ha permitido mantener una cohesión social subvencionada. Los progresistas, por su parte, temen que el desmantelamiento del estado administrativo en EE.UU. revele la fragilidad de su propio modelo, donde burócratas no electos controlan la vida de los ciudadanos desde Bruselas, y el tonto americano les financia, a través de USAID, la ONU, o la UNESCO, el chollo en una ONG o comisión interministerial para sobrevivir los años que no están en el Gobierno. No es casualidad que en Bruselas el café sea gratis: lo paga siempre otro.
Los conservadores europeos añoran los días en que EE.UU. pagaba la defensa de Europa
Y nuestros «todólogos» no lo soportan. Todas las mañanas nos repiten el mantra que parece ser lo único que realmente nos une a los europeos: nuestro odio a Trump. Y me sorprende. Porque al personaje y a su administración sí que se le puede criticar desde la ecuanimidad y la objetividad. Su errática política arancelaria, su falta de respeto por el federalismo, copiando a Roosevelt (Franklin), o su perfeccionamiento del lawfare que le aplicaron a él los demócratas contra todos sus enemigos, son políticas objetivamente criticables. Pero para eso hay que conocer Estados Unidos. Y leer antes de hablar.
El futuro ya no pide permiso
Trump no es un político refinado. Su estilo, digno de una disputa de bar, lo convierte en una caricatura fácil para los «todólogos». Pero su fuerza no está en sus palabras, sino en lo que representa: un desafío al nuevo orden mundial donde las élites burocráticas –desde la UE hasta las agencias federales estadounidenses– imponen su visión sin rendir cuentas. Los periodistas europeos, cómodos en su burbuja de tertulias, subestiman este movimiento a su propio riesgo. Si quieren ver su futuro, solo tienen que mirar a EE.UU. donde Fox News duplica desde hace años en audiencia a la totalidad de los otros canales de noticias, incluida la venerada (en Europa) CNN, y todos ellos son una gota de agua en el océano de podcasts y canales de Youtube, en lo que se refiere a audiencias.
Reducir a Trump a un error histórico, y esperar que pase el tsunami en cuatro años, es un disparate
El tsunami atlántico ya está aquí: Italia se subió al carro con Giorgia Meloni, Friedrich Merz, en Alemania, parece haber empezado a escuchar al jilguero, mientras los franceses, como siempre, perdidos en su propio laberinto, pero aun así corren el riesgo de elegir a la versión hembra de Trump, esta vez, como buena francesa, con ramalazos estatistas.
Reducir a Trump a un error histórico, y esperar que pase el tsunami en cuatro años, es un disparate. Gane quien gane en el 2028, el escenario político americano ha cambiado a largo plazo. Es como la revolución de Reagan, o en sentido contrario, la que lideró FDR. Son presidencias sísmicas que cambian el tablero durante una generación. Trump es el resultado de 60 años de élites arrogantes llevando al pueblo a un lugar donde no quiere ir. Cada vez que un comentarista europeo lo llama «loco» desde un estudio, refuerza la narrativa que lo llevó al poder: la desconexión entre las élites y los ciudadanos. Si los «todólogos» quieren seguir pontificando, que se bajen del púlpito y escuchen a los votantes que, en EE.UU. y Europa, están diciendo «basta» al nuevo orden mundial y su burocracia intocable. Guste en Madrid o no, el mundo está cambiando. Y Trump, con todos sus defectos, es solo el mensajero. Matar al mensajero nunca ha detenido la llegada del mensaje.