Fundado en 1910

El asesinato de Charlie Kirk: cuando la bala mata al argumento

La democracia es libertad, pero bajo unas reglas compartidas. Y en el centro de esa ecuación está la libertad de opinión, de religión, de expresión y de asociación

Act. 12 sep. 2025 - 18:44

Homenaje a Charlie Kirk en Estados Unidos

Homenaje a Charlie Kirk en Estados UnidosAFP

Este miércoles, un francotirador asesinó de un balazo al carismático líder republicano Charlie Kirk. Más allá de lo que uno opine de sus ideas, su muerte representa un valle de inmoralidad que debería hacernos reflexionar. No va de si el personaje caía bien o mal. Me importa un comino si alguien discrepa de todas y cada una de sus posiciones. Está en su derecho. Otro momento habrá para analizarlo. Pero cuando una sociedad llega al punto de matar a alguien por pensar distinto, es la sociedad entera la que tiene un problema.

Y sin embargo, los aplausos no se hicieron esperar. «Se lo ha ganado a pulso», «eso le pasa por nazi», o la vergonzosa frase del todólogo de MSNBC, Matthew Dodd: «Uno no puede tener pensamientos horrorosos, decir palabras horrorosas y no esperar que ocurran acciones horrorosas». O la aún más abyecta Gretchen Felfer-Martin, que escribió en sus redes: «Mis oraciones y pensamientos, tu p**a nazi. Espero que la bala esté bien después de tocar a Charlie Kirk». Triste pero cierto: estas frases reflejan el sentir de una parte significativa de la izquierda americana. Me recuerda demasiado a cierto rincón de España donde, tras cada asesinato, se murmuraba con sorna: «algo habrá hecho».

Para ser justos, también hubo voces más decentes en la izquierda. El gobernador Gavin Newsom —quien entrevistó a Kirk en su primer pódcast— o el senador socialista Bernie Sanders, lamentaron el asesinato y llamaron a bajar los decibelios. Pero en muchos medios progresistas, la línea argumental dominante es otra: Kirk recogió lo que sembró. «No es un mártir», decía un usuario en X. «Es víctima de la violencia que él mismo incitó».

¿Quién era Charlie Kirk?

Conviene elevar la mirada por encima del ruido y preguntarse: ¿quién era Kirk? Era la cara visible del movimiento republicano entre los jóvenes. Desde los 18 años, decidió no ir a la universidad y dedicarse a defender con uñas y dientes sus ideas: profundamente cristianas (la defensa de la familia tradicional), republicanas (la Segunda Enmienda) y trumpistas (anti-woke, oposición a la participación de atletas trans en competiciones femeninas).

Dedicó su vida al debate. En la boca del lobo: los campus universitarios. Bajo una carpa con un cartel que decía «Prove me Wrong», se sentaba con un micrófono y debatía con cualquiera sobre cualquier tema. Su «peligro» no era lo que decía, sino cómo lo defendía: con memoria fotográfica, datos en cascada y una efectividad demoledora. Fue una de las piezas clave en revertir la izquierdización de la juventud y en movilizar a un ejército de jóvenes a votar por Trump en estados decisivos. Eso, para muchos, fue imperdonable.

La deshumanización del contrario

La democracia es libertad, pero bajo unas reglas compartidas. Y en el centro de esa ecuación está la libertad de opinión, de religión, de expresión y de asociación. El día que aceptamos amedrentar y deshumanizar al adversario, el asesinato deja de ser impensable y pasa a ser justificable.

El activista juvenil, Charlie Kirk

El activista juvenil, Charlie Kirk

Hoy vivimos en una cultura donde, a derecha e izquierda, los activistas se erigen en vigilantes morales. Hemos convertido la fragilidad emocional en valor cívico, y etiquetado al adversario como infrahumano: nazi, fascista, dictador. Cuando todo el que piensa distinto es «Hitler», la palabra pierde su sentido y cualquier agresión se vuelve moralmente legítima. En el caso de Kirk, la ironía es grotesca: estaba muy próximo a líderes judíos en EE.UU. Pero esa sutileza no cabe en un hashtag.

Mientras tanto, términos como comunista, terrorista o totalitario apenas se usan para describir a quienes sí encajan en ellos. Lo mismo ocurre en Europa con «genocidio» o «negacionismo»: se vacían de sentido, pero sirven para justificar cualquier acción contra Israel o contra el discrepante de turno de la verdad única «ecolojeta».

El precio de silenciar el debate

Charlie Kirk encarnaba la esencia de la democracia: debatir ideas y dejar que cada uno saque sus conclusiones. Su asesinato es quizá más grave que los magnicidios clásicos de la historia de EE.UU., porque no era un presidente ni juez, ni gobernador, ni congresista. No que la violencia en esos casos esté justificada. Pero Charlie Kirk era un simple activista que debatía. Efectivo a rabiar. Y por ende, peligroso. Por ello su asesinato es una advertencia para la democracia americana: si logran que la gente tema opinar, la democracia ha muerto.

Y para los gringo-fóbicos europeos que creen que esto es cosa de los locos yanquis, un aviso: aquí también ocurre. No se mata, de momento. Pero el rebaño europeo siempre ha sido más proclive a aceptar guardarraíles impuestos desde arriba, en aras de la supuesta convivencia. La libertad de expresión en Europa siempre ha sido más un derecho relativo que absoluto. Y por tanto, se legisla para silenciar. En Inglaterra se encarcela a quienes publican opiniones «ofensivas» en redes. En España se controla el relato con censura y publicidad institucional.

En ambos casos, el resultado es el mismo: el debate público se estrecha, la pluralidad se marchita, y con ello, nuestra democracia muere. Tenemos que hacérnoslo mirar.

comentarios
tracking

Compartir

Herramientas