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Eduardo Zalovich
CrónicaEduardo ZalovichTel Aviv

¿Por qué los palestinos siguen siendo los eternos refugiados?

Fueron registrados por la ONU en una agencia especial, la UNRWA, creada en 1949. Ellos y sus descendientes, unos cinco millones, mantienen el estatus de refugiados en el mundo, a menudo viviendo en campamentos que ahora son barrios normales

Alegría de los palestinos tras el regreso de sus prisioneros

Una multitud de palestinos celebra en Cisjordania el regreso de los presos que estaban encarcelados en IsraelEFE

A comienzos del siglo XX, Palestina era parte del Imperio Otomano. Una provincia atrasada y pobre. El nombre fue impuesto por Roma tras derrotar la rebelión macabea del 135 DC. En las colinas de Jerusalén, las huertas de Jaffa y los olivares de Hebrón convivían musulmanes, cristianos y judíos. En 1917, Londres aprobó la Declaración Balfour, respaldando así la idea de un «hogar nacional judío», aunque su cumplimiento fue dudoso.

Tras la Primera Guerra Mundial (1914-18), el Imperio Otomano se derrumbó y Gran Bretaña obtuvo el control de la zona por mandato de la Sociedad de Naciones. Cuando el antisemitismo europeo alcanzó niveles insoportables –pogromos en Rusia, discriminación en Europa–, tomó fuerza la ideología sionista. El moderno sionismo, nacido a fines del siglo XIX, comenzó a promover la inmigración a Palestina soñando con crear un estado judío, en la bíblica tierra de Israel.

Mapa propuesto por EE. U como solución al conflicto palestino israelí

Mapa propuesto por EE. U como solución al conflicto palestino israelí

En las oraciones y canciones hebreas, la referencia a Sión era  permanente. Vale destacar la transparencia del objetivo sionista, en estos meses cuando tantos ignorantes lo usan como insulto. Los hebreos eran minoría, pero su vínculo con la tierra era milenario, como también el de los cristianos. Su población a principios de siglo alcanzaba 60 mil personas, frente a medio millón de árabes. Los judíos comenzaron a llegar en oleadas. Compraban tierras, a menudo a precios altos a terratenientes árabes, las trabajaban y hacían progresar.

El Gran Muftí Haj Amin al-Husseini, un aliado de Hitler (tío de Yasser Arafat), llamó a la rebelión

Los árabes locales vieron aquel renacimiento con recelo. Temían ser desplazados, y su líder el Gran Muftí Haj Amin al-Husseini, un aliado de Hitler (tío de Yasser Arafat), llamó a la rebelión. Entre 1920 y 1939, hubo masacres, ataques a comunidades judías y también represalias. El sueño sionista seguía en pie, pero su precio sería muy alto.

Entre 1939 y 1945 Europa cayó en la más profunda oscuridad. Una guerra como nunca hubo, con más de 60 millones de muertos, seis de ellos asesinados sólo por ser judíos. La increíble teoría racial nazi consideraba judío a cualquiera que tuviera un abuelo de ese origen, y así fueron asesinados incluso religiosos cristianos.

Un caso famoso fue la hermana Edith Stein, alemana convertida al catolicismo y beatificada por el Papa Juan Pablo II. La tragedia del Holocausto cambió todo: la idea de un Estado hebreo pasó de ser un sueño político a una necesidad vital. Al mismo tiempo, la causa árabe quedó marginada en un mundo centrado en reparar la catástrofe europea, que causó millones de desplazados y cambios de fronteras.

«Todo o nada», el error árabe

En 1947, Londres aceptó que la violencia era incontrolable, y la ONU votó dividir Palestina en dos estados: uno judío y otro árabe, con Jerusalén bajo administración internacional. Los judíos aceptaron el plan; los árabes lo rechazaron. La superficie total del territorio sumaba apenas 27.000 km2, algo mayor que la Comunidad Valenciana. La resolución se aprobó con 57 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones. Tanto Washington como Moscú la apoyaron, mientras España se abstuvo.

En 1948 David Ben-Gurión proclamó la independencia del Estado de Israel. Horas después, cinco ejércitos árabes invadieron el país. La guerra fue cruel. Contra todo pronóstico, terminó con la victoria israelí.

Israel tras rechazar la invasión árabe aumentó el territorio previsto por la ONU

Casi 700.000 palestinos huyeron de sus hogares, hecho que llamaron Nakba («catástrofe»). Israel, por su parte, tras rechazar la invasión aumentó el territorio previsto por la ONU. Jerusalén quedó dividida entre Israel y Jordania, y las regiones destinadas al estado árabe pasaron a manos de Egipto (Gaza) y Jordania (margen occidental del rio Jordán).

En paralelo, otro drama ocurrió en sentido inverso: unos 850.000 judíos fueron expulsados de países árabes, siendo recibidos por Israel. Así, dos pueblos quedaron marcados: los palestinos como refugiados en naciones musulmanas que se negaron a integrarlos; los judíos como ciudadanos israelíes.

Los palestinos fueron registrados por la ONU en una agencia especial, la UNRWA, creada en 1949. Sus descendientes, unos cinco millones, mantienen el estatus de refugiados, a menudo viviendo en campamentos que ahora son barrios normales. El drama de ambos pueblos se refleja en su identidad nacional. Para los palestinos, la experiencia del exilio define su nación. Su relato histórico omite el hecho de que si hubieran aceptado la propuesta de 1947 tendrían su estado al igual que Israel. Para los israelíes, su historia milenaria, las persecuciones y la necesidad de refugio legitiman su soberanía. A lo largo de los años, diversos intentos de paz (Oslo 1993, Camp David 2000, Annapolis 2007) han fracasado.

Israel-Palestina, durante el primer mandato de Trump

Muchos árabes se marcharon por miedo, otros porque sus líderes les prometieron que volverían tras la derrota de los judíos. Esa derrota nunca llegó. Así nació la tragedia palestina, la Nakba, que desde entonces es parte central de su identidad. La diferencia entre ambos éxodos es abismal.

Los refugiados palestinos fueron mantenidos en campamentos por sus propios hermanos árabes. Los países que los acogieron –excepto Jordania– les negaron la ciudadanía, esperando que su miseria sirviera como arma política contra Israel. La UNRWA se encargó de ellos, pero en lugar de integrarlos, perpetuó el concepto de «refugiado hereditario», algo único en el mundo: los hijos, nietos y bisnietos siguen siendo considerados refugiados.

En cambio, los refugiados judíos de países árabes fueron absorbidos por Israel. No hubo una agencia internacional, ni campamentos permanentes, ni subsidios eternos. En una generación eran maestros, médicos, periodistas, militares y políticos.

En Israel conviven judíos de cien orígenes junto a ciudadanos árabes y cristianos con plenos derecho

Hoy, casi ocho décadas después, las heridas siguen abiertas. Los palestinos reclaman el «derecho al retorno», algo que Israel no puede aceptar sin renunciar a su identidad judía. Mientras tanto, se ha convertido en una democracia sólida, donde conviven judíos de cien orígenes junto a ciudadanos árabes y cristianos con plenos derechos.

El mundo árabe, lentamente, ha comenzado a reconocer que ya no puede cambiar esta realidad. Los Acuerdos de Abraham  entre Israel y varios países musulmanes mostraron que la reconciliación es posible cuando se apunta al futuro.

El sufrimiento puede ser una cárcel o un motor. Israel eligió que fuera un motor

La historia de los refugiados judíos y palestinos es diametralmente opuesta. Es inevitable distinguir entre quienes fueron víctimas del odio, pero levantaron un país, y quienes eternizaron su tragedia recurriendo al terrorismo. La lección es de enfoque: el sufrimiento puede ser una cárcel o un motor. Israel eligió que fuera un motor, y de allí la diferencia.

Habrá que seguir buscando la fórmula para que los palestinos se autogobiernen, logrando a su vez paz y fronteras seguras para Israel. Quizás la actual tregua, tras dos terribles años de guerra, permita encontrar la solución.

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