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Antonio Ledezma
Antonio LedezmaEl Debate en América

Maduro, el fascista eres tú

Al mismo estilo orwelliano hablan de resguardar la convivencia, los mismos gobernantes que llevan 25 años glorificando los fallidos golpes de estado encabezados por Hugo Chávez los días 4 de febrero y 27 de noviembre de 1992

Actualizada 04:30

La gente camina frente a una enorme pancarta que representa al presidente venezolano, Nicolás Maduro, en Caracas

La gente camina frente a una enorme pancarta que representa al presidente venezolano, Nicolás Maduro, en CaracasAFP

De los mismos creadores del Socialismo del Siglo XXI, de los mismos patrocinadores de los Círculos Bolivarianos, de los Colectivos armados y de los Patriotas Cooperantes, surge ahora la «ley contra el fascismo». Encuadernada, con cuatro capítulos y 30 artículos, los mismos promotores de la ley contra el odio que establece penas hasta de 20 años a los que promuevan protestas contra el régimen y articula una amenaza abierta contra los partidos políticos opositores, hoy en su mayoría judicializados.

La norma coloca en su mira persecutoria a los languidecidos medios de comunicación y regula a las redes sociales, lleva a su maniatada Asamblea Nacional la proposición de aplicar, sin miramientos, un nuevo instrumento legal para justificar lo que de hecho ya vienen haciendo, so pretexto de «preservar la convivencia pacífica, la tranquilidad pública, el ejercicio democrático de la voluntad popular, el reconocimiento de la diversidad, la tolerancia y el respeto recíproco, frente a agresiones de orden fascista».

Bien podría llamarse ese nuevo revoltijo legalista la «ley del cinismo». Al mismo estilo orwelliano hablan de resguardar la convivencia, los mismos gobernantes que llevan 25 años glorificando los fallidos golpes de Estado encabezados por Hugo Chávez los días 4 de febrero y 27 de noviembre de 1992. Son los responsables del deslave humano más grande de la historia de nuestro continente. Son propiciadores de odios sociales, los que adiestran a sus conmilitones a mirar y tratar a los disidentes, no como adversarios, sino como «enemigos a los que hay que perseguir a muerte». Son los que patrocinan asaltos a la propiedad privada, además de apresar, torturar y asesinar a los divergentes políticos (acciones de perpetración de crímenes de lesa humanidad), los que se llenan la boca pronunciando exclamaciones a favor de la «tranquilidad pública» y presentándose como exponentes de «la tolerancia».

Si, esos mismos personajes que cierran medios de comunicación y acorralan universidades, pero que son muy eficientes inaugurando y poblando cárceles como La Tumba, Ramo Verde o el Helicoide. Charlatanes y populistas desfachatados que se presentan con toda la procacidad del mundo, como los defensores de los derechos humanos y de la paz, al mismo tiempo que tienen al «poeta de la revolución» actuando más bien como «el poeta de la tortura», montando expedientes a diestra y siniestra para reducir a prisión a todo aquel que ose desdecir de los designios del dictador Nicolás Maduro.

La Ley contra el Fascismo, Neofascismo y Expresiones Similares en su artículo 22 señala que «toda persona que solicite, invoque, promueva o ejecute acciones violentas como medio o vía para el ejercicio de los derechos políticos será sancionado con prisión de ocho a doce años e inhabilitación política por el tiempo de la condena». La verdad tenebrosa, en el día a día de Venezuela, es que sin que medie dispositivo legal alguno a María Corina Machado la inhabilitan caprichosamente, a la historiadora Corina Yoris le boicotean su derecho a inscribirse como candidata presidencial de la unidad, a más de una docena de dirigentes relacionados con su comando de campaña los secuestran por promover «elecciones libres» y mientras escribo esta crónica, sabemos de millones de venezolanos pugnando por ejercer su derecho al sufragio, cerrando filas a las puertas de los consulados de Venezuela cuyos encargados obstaculizan esos trámites.

Los medios de comunicación que, a duras penas sobreviven en el territorio nacional, los pretenden acorralar, más de lo que ya están, amenazándolos con «la revocatoria de la concesión», y direccionar severas sanciones a «medios electrónicos o impresos» con multas de entre «50.000 y 100.000 veces el tipo de cambio de mayor valor publicado por el Banco Central», equivalentes hasta a 100.000 dólares; además, se prohíben las reuniones o manifestaciones, así como «organizaciones políticas» donde se considere que existe una «apología» al fascismo. O sea, lo que son ellos mismos. ¡Que cinismo!

Nicolás Maduro forma parte de un movimiento insurreccional liderado originalmente por Hugo Chávez, ambos, desde que se propusieron tomar el dominio en Venezuela, venían con la maquinación de hacerse con todos los poderes del Estado, hasta convertirlo en totalitario, sin disimular avasallar con mecanismos de fuerza a todas las esferas de la sociedad con su cantaleta revolucionaria, buscando siniestramente inocular su enfoque ideológico. Son los mismos que en medio de vocinglerías se hacen sentir como nacionalistas encolerizados, sancionando a la carrera leyes «para anexarse un territorio» que no han sabido proteger, mientras en convenida perfidia con los hermanos Fidel y Raúl Castro, permitían que los mandatarios de Guyana fueran avanzando en el control de nuestro territorio Esequibo.

Maduro es consciente que se mantiene en el solio presidencial adoleciendo de sustento popular

Lo cierto es que el dictador Maduro pretende silenciar definitivamente las voces disidentes mientras se apoya en un culto militar y en unos núcleos civiles integrados por irascibles activistas identificados con el «carnet de la patria» y acicalados con indumentaria «roja, rojita»; eso sí, Maduro acusa la insolvencia del carisma del que hacía gala su mentor Chávez. Maduro es consciente que se mantiene en el solio presidencial adoleciendo de sustento popular. Adolorido, sigue «sentado sobre bayonetas», ya que ese poder que usurpa sobrevive a punta de crueldades y disparates judiciales barnizados de revolucionarios. No tiene apoyo en las masas y de allí que apele a esos despropósitos legales para contener y debilitar a la fuerza ciudadana que lo repudia.

En la cabeza de Maduro escasea una filosofía y solo depende de una verborrea o palabrería que lo mantiene encerrado en un círculo vicioso de una retórica agotada. En materia religiosa se sabe que no es un ateo comprometido, pero con reconcomio anticristiano y mostrándose como seguidor del gurú hindú Sathya Sai Baba. Ha confesado ser descendiente de judíos, pero no oculta ni cuestiona a sus funcionarios que emprenden ataques con pasiones de antisemitismo. Maduro nada tiene de tolerante, por eso asedia ¡hasta a sus propios compañeros de «sueños revolucionarios»! Y la prueba está en la cascada de pioneros originarios del chavismo que han terminado liquidados por instrucciones suyas. Como en todo régimen fascista el poder legislativo ha sido reducido a una ficción y desde el poder Ejecutivo que encabeza procede como titiritero a distancia de las instancias judiciales y electorales.

En conclusión, Maduro piensa, habla y actúa como un fascista, por lo tanto, no cabe duda de que es un redomado fascista y, tal como lo contextualizo en vida Humberto Eco, para los fascistas «pensar es una forma de castración. Por eso, la cultura es sospechosa en la medida en que se la identifica con actitudes críticas. Desde la declaración atribuida a Goebbels («Cuando oigo la palabra cultura, busco mi pistola») hasta el uso frecuente de expresiones como «intelectuales degenerados», «universidad, guarida de comunistas», la sospecha hacia el mundo intelectual ha sido siempre un síntoma de Ur-Fascismo. El mayor empeño de los intelectuales fascistas oficiales consistía en acusar a la cultura moderna y la intelligentsia liberal de haber abandonado los valores tradicionales».

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