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29 de marzo de 2024

El Rey Constantino II de Grecia

El Rey Constantino II de GreciaGTRES

Su Majestad el Rey Constantino II de los Helenos (1940-2023)

El fatídico destino del Monarca que todo lo tenía

Sus errores políticos, sumados a la inestabilidad política de Grecia y la endeblez congénita de su Monarquía, pudieron con las grandes esperanzas inicialmente depositadas

Constantino obituario
Nació el 2 de junio de 1940 en Atenas, ciudad en la que falleció el 10 de enero de 2023

Constantino II

Rey de Grecia

Primer hijo varón de los Príncipes herederos Pablo y Federica (nacida Princesa de Hannover), fue proclamado Rey de los Helenos el 5 de marzo de 1964, reinando efectivamente hasta el 13 de diciembre de 1967 y formalmente hasta el 1 de junio de 1973. De su matrimonio con Ana María de Dinamarca nacieron cinco hijos: Alexia, Pavlos –nuevo titular de la Dinastía–, Nikolaos, Teodora y Philippos

El inicio del fin de la Monarquía griega empezó a gestarse el 15 de julio de 1965. Ese día, el joven Rey Constantino II cesó como primer ministro a Yorgos Papandreu, líder de la Unión de Centro y vencedor de los comicios celebrados un año y medio antes. La torpeza del joven monarca fue doble: política, porque el viejo mandatario gozaba de la plena confianza del Parlamento, y en las formas, ya que cuando Papandreu acudió a palacio para verse notificar su destitución, Yorgos Atanasiadis-Novas, el sucesor designado discrecionalmente por el Rey, en contra del procedimiento clásico, se encontraba en una estancia contigua. ¿Por qué, por lo menos, no consultó nombres con Papandreu, jefe de la formación mayoritaria? Una pregunta que aún se hacen historiadores especializados en la materia.
El detonante de este episodio fue la creciente tensión en el seno de las Fuerzas Armadas debido a la agitación provocada por un grupo de oficiales de izquierda –conocidos como Aspida– que tenía como objetivo hacerse con el control de la institución castrense. Una conspiración en la que estaba supuestamente involucrado el sulfúrico Andreas Papandreu, hijo del primer ministro. Sea como fuere, era más de lo que podía soportar el establishment tradicional del país y, sobre todo, un entorno palaciego más bien hostil al reformismo político y sobre el que la Reina Madre Federica ejercía una influencia notable, si bien incumbe a los historiadores determinar con exactitud su grado de implicación política en aquellos tumultuosos años, antes y después del verano de 1965.
Lo comprobado hasta la fecha se debe, entre otros trabajos, a una investigación del historiador Leonidas Kallivretakis. En ella documenta –gracias, en parte, a los archivos del Departamento de Estado norteamericano– cómo Constantino II, seguramente presionado por su entorno, preguntó en diversas ocasiones –la primera en el otoño de 1964– a los embajadores estadounidenses acreditados en Atenas acerca de la reacción de Washington en relación a una hipotética desestabilización preventiva del Gobierno de Papandreu.
El cese de este último fue el detonante de un periodo de inestabilidad política –cinco primeros ministros en menos de dos años, ninguno de los cuales logró afianzarse plenamente– que Constantino II se mostró incapaz de reconducir. El desenlace tenía que haber sido las elecciones convocadas, para el 28 de mayo de 1967, en las que la izquierda partía como clara favorita. Pero desde hacía varios meses un grupo de oficiales de rango medio planificaba, totalmente al margen de la Corona, una asonada para frustrar semejante posibilidad.
Eligieron la madrugada del 21 de abril para desplegar sus tropas en los puntos estratégicos de Atenas, entre ellos el palacio de Tatoi, residencia del Rey, y la Villa Psijiko, domicilio de su madre, que en ese tiempo pascual tenía como huéspedes a su hija mayor, la Princesa Sofía, y a sus nietas de corta edad, las infantas Elena y Cristina. Totalmente desprevenido, en un primer momento y a altas horas de la noche, Constantino II llamó a los promotores del golpe para intentar disuadirles de seguir adelante con sus planes. En vano.
Y llegó el primer error fatídico: al día siguiente, no tuvo más remedio que nombrar un Gobierno cuyo jefe, Konstantinos Kollias, era un allegado suyo, pero que estaba rodeado de ministros completamente sometidos a la ya conocida como Junta de los Coroneles. El malestar del Rey se percibe claramente en la fotografía de la toma de posesión de aquel Gobierno, imagen que muchos opositores griegos jamás le perdonaron.
Agravó su caso unas semanas después con otra fotografía, la de los nuevos mandatarios posando en el Palacio Real, en medio de toda la pompa de la Corte griega, con motivo del nacimiento del Príncipe heredero Pavlos. Unas imágenes que tuvieron como consecuencia familiar desagradable la oposición del Gobierno danés a la presencia del Rey de los Helenos en la boda de su cuñada, la entonces Princesa heredera Margarita.
El Soberano era plenamente consciente de su debilidad política, consecuencia de una trampa que él mismo, por su reiterado comportamiento errático, había contribuido a tender. Más estaba empeñado en restaurar el orden democrático. La cuestión era cómo. En Europa era un paria, no tanto en Norteamérica. Por eso aprovechó su anunciada participación en unas regatas en Canadá y la visita al pabellón griego de la Exposición Universal de Montreal para extender su viaje a Estados Unidos. Allí se reunió con el secretario general de Naciones Unidas, U Thant, y por partida doble con el presidente norteamericano, Lyndon Johnson.
Además de infligirle una humillación protocolaria en su segundo encuentro, Johnson optó por no apoyar claramente una restauración democrática impulsada por Constantino II: la posición estratégica de Grecia en plena Guerra Fría, desaconsejaba, a ojos de Washington, embarcarse en una aventura de incierto resultado. Pese al revés, el Rey siguió adelante con su proyecto, en medio de escenas rocambolescas como aquellos actos preparatorios en lugares remotos de la finca de Tatoi –para escapar a la vigilancia de la dictadura–, y decidió ponerlo en marcha el 13 de diciembre de 1967.
Abandonó su residencia de madrugada acompañado de su familia y de sus más estrechos colaboradores y se dirigió al norte de Grecia, a Larissa, desde donde pensaba encauzar su contragolpe, ayudado por fieles generales, que debería culminar, tras haber cruzado el territorio, con su llegada a Atenas. La arriesgada maniobra, en la que se jugaba el Trono, empezó según lo previsto. Sin embargo, según iba avanzando el día, los comandantes de las unidades fieles al Rey eran detenidos por sus propios subordinados. Ante este fracaso sin paliativos, Constantino II voló precipitadamente a Roma donde llegó al alba del 14 de diciembre.
La capital italiana se convertiría, a lo largo de seis años, en la sede de un Rey que seguía como jefe de Estado, pero sin poder ejercer sus prerrogativas. La Junta le mantuvo la asignación presupuestaria, de la que detraía inmediatamente la mayor parte para mantener las residencias reales en Grecia. Como Rey titular de los Helenos asistió a las fastuosas conmemoraciones de Persépolis, invitado por el Sha, y al funeral de su suegro, Federico IX de Dinamarca.

Exilio en Londres

Esta situación ambigua se prolongó hasta mayo de 1973, cuando una insurrección monárquica de la Armada, rápidamente reprimida, brindó a la Junta la oportunidad de abolir una Monarquía que fue sometida a referéndum año y medio después, una vez restaurada la democracia. Una prueba que Constantino afrontó en clara desigualdad: traicionado por Konstantinos Karamanlis, que no respetó su promesa de dejarle volver a Grecia inmediatamente después de la caída de la Junta, el antiguo primer ministro del Rey Pablo tampoco le dejó pisar suelo heleno para hacer campaña.
Solo dispuso de unas cuantas horas en la televisión pública, mediante unos mensajes grabados desde Londres, su nuevo lugar de residencia. Al final, un 30 % de los votantes se pronunció a favor de la Monarquía de los Glücksburg. La posterior aprobación de una Constitución revanchista y mezquina le impuso un largo exilio que solo pudo interrumpir dos veces. La primera, con un fugaz regreso –seis horas pudo estar– en febrero de 1981 para enterrar a la Reina Federica, gracia a una hábil gestión de su cuñado, el Rey Juan Carlos de España; la segunda, doce años más tarde, cuando el Gobierno conservador de Konstantinos Mitsotakis le concedió unos días de vacaciones por la costa, siempre que su comportamiento fuese discreto.
Más la repercusión mediática le obligó a acortar una presencia que devino inoportuna. La victoria electoral socialista de octubre de 1993 se saldó para el Rey Constantino en una venganza de Andreas Papandreu, que confiscó todos sus bienes. El fallo del Tribunal Europeo de Derechos Humanos no se los devolvió, pero obligó al Estado griego a indemnizarle con 12 millones de euros. El antiguo soberano hubo de esperar una década más para poder regresar definitivamente a su tierra: el Rey se afincó en la ciudad costera de Porto Heli.
Fue el desenlace de una vida que empezó en 1940, meses antes de la invasión alemana de Grecia, cuando la Familia Real huyó a Egipto y a Suráfrica, antes de volver en 1946. Al año siguiente, Constantino, con la proclamación de su padre, el Rey Pablo, el único monarca griego que reinó sin interrupciones.
La Guerra Civil de 1946-1949 no afectó a la aparente solidez de la Institución ni a la felicidad de una Dinastía que reinaba sobre una democracia más o menos consolidada. En ese ambiente creció un Constantino, de físico atractivo y mejor deportista, campeón olímpico de vela –clase Dragón– en los Juegos de Roma. Su vuelta a Atenas fue triunfal, consolidando su fama de heredero ideal. El «fenómeno Constantino» sirvió también para tapar las deficiencias de una formación académica y militar superficial.
El diadoco –su título oficial–, pronto olvidó unos romances iniciales –se habló de alguna actriz– y se decantó por su prima tercera Ana María de Dinamarca, la princesa más guapa de su generación. Ambos –él con 24 años, ella con 18– protagonizaron una espectacular boda el 18 de septiembre de 1964.
Para entonces, el Rey llevaba seis meses en el Trono. La temprana e inesperada muerte del Rey Pablo dejó al descubierto la bisoñez de su sucesor, titular, además, de la Corona de un país en el que la Monarquía –edificada a duras penas sobre los primeros escombros del Imperio otomano– fue más una solución circunstancial que una evidencia política. La Historia se ha encargado de demostrarlo.
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