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05 de mayo de 2024

Mohamed Al Fayed

Mohamed Al FayedGTRES

Mohamed Al Fayed (1929-2023)

Éxito empresarial, fracaso social

Obtuvo pingües beneficios en todos sus negocios, pero el establishment británico le cerró todas sus puertas; por sus teorías conspirativas sobre la muerte de Diana de Gales y su hijo «Dodi»

Mandatory Credit: Photo by Mark Large/Shutterstock (936498a)
Mohamed Al Fayed - Harrods Boss Mohamed Al Fayed Speaks To The Press Outside The High Court On The Strand London After Winning An Extraordinary Victory Over The Way The Inquests Into The Deaths Of His Son Dodi And Diana Princess Of Wales Are To Be Conducted. In An Unprecedented Legal Action Mr Al Fayed Won A Ruling Overturning Deputy Royal Coroner Lady Butler-sloss's Decision That She Would Sit Alone Without A Jury. Harrods Boss Mohamed Al Fayed At The High Court After Having Won A Ruling Overturning Deputy Royal Coroner Baroness Butler-sloss's Decision That She Would Sit Alone. A Jury Should Hear The Inquests Into The Deaths Of Princess Diana And Dodi Al Fayed The High Court Has Ruled. 
Mohamed Al Fayed - Harrods Boss Mohamed Al Fayed Speaks To The Press Outside The High Court On The Strand London After Winning An Extraordinary Victory Over The Way The Inquests Into The Deaths Of His Son Dodi And Diana Princess Of Wales Are To Be Co
Nació en Alejandría el 27 de enero de 1929 y falleció en Londres el 31 de agosto de 2023.

Mohamed Al Fayed

Industrial de almacenes y hostelería, fue dueño, entre otras conocidas marcas, de Harrod’s, del Hotel Ritz de París y del club de fútbol Fulham, del que quiso hacer el «Manchester United» del sur de Inglaterra.

La muerte de la Princesa Diana de Gales y de su compañero sentimental Emad «Dodi» Al Fayed proyectó al padre de este último, el magnate egipcio Mohamed Al Fayed al centro de la atención mediática internacional. Utilizó la oportunidad para predicar teorías conspirativas que, según él, explicarían la tragedia. La más descabellada fue, sin duda, el intento de señalar, sin aportar prueba alguna, al Duque de Edimburgo como su principal inspirador, por un supuesto deseo suyo de eliminar a su antigua nuera, convertida en un estorbo para la Corona.
La realidad es que no necesitaba ese periodo de protagonismo mediático para amasar una fortuna o adquirir influencia. Sencillamente, ya disponía de ambas, proporcionadas por un indiscutible olfato para negocios de postín.
El activo más visible de su conglomerado fueron los conocidos almacenes Harrod’s, con cuyo control se hizo a mediados de los ochenta tras una dura pugna, al final dirimida por el Gobierno de Margaret Thatcher, con Roland «Tiny» Rowland, otro tipo desprovisto de escrúpulos en el universo empresarial británico de la segunda mitad del siglo XX. El enfrentamiento entre ambos llegó incluso al terreno personal cuando el derrotado acusó a su rival de haber hecho desaparecer pertenencias suyas de la caja fuerte que conservaba en Harrod’s.
Al Fayed se había afincado en el Reino Unido a mediados de los sesenta tras sus inicios en su país natal y una notoria chapuza petrolífera con el régimen del sátrapa haitiano François Duvalier. Decisión acertada: el uso de su país de acogida como trampolín para establecer sólidas alianzas empresariales con jeques y emires le permitió hacerse un nombre en altas esferas. Creyó que los apreciables beneficios obtenidos -y no solo en la vertiente dineraria- le permitirían alcanzar su siguiente objetivo: ser aceptado por el establishment empresarial y social británico como uno más.
Lo menos que se puede decir es que no escatimó en medios: en Escocia compró el castillo de Baigowan -que restauró para convertirlo en exitosa atracción turística - y 5 hectáreas, que al cabo de unos años ya eran 65.000. Sin embargo, el haberse convertido en poderoso terrateniente al igual que, pongamos por caso, el duque de Buccleuch y Queensberry, no implicó que este último le considerase un igual. Es más: cuando Al Fayed pretendió seguir exhibiendo en el portón de entrada del castillo los atributos heráldicos de su anterior propietario -el jefe del clan Ross-, el Rey de Armas de Escocia se lo prohibió expresamente. El egipcio acató.
Tampoco el patrocinio por parte de Harrod’s del Show Ecuestre de Windsor -donde aparecía todos los años junto a Isabel II- sirvió para hacerse un hueco entre la élite. Ni siquiera sus aventuras de prestigio en Francia, simbolizadas por la compra del Ritz de París o la explotación -concedida por el ayuntamiento de la capital gala- del antiguo palacete de los Duques de Windsor le permitieron ser admitido en los círculos más selectos, si bien en ninguno de estos embates jamás perdió un centavo.
El fracaso social también puede explicarse por sus prácticas fraudulentas. La más famosa fue el pago de notables cantidades a políticos de alto nivel para que formulasen preguntas parlamentarias vinculadas a sus intereses. Cuando reveló el nombre de los beneficiarios, todos se vieron abocados a la dimisión. El establishment le cobró la osadía negándole la nacionalidad británica. Por eso, la venta de Harrod’s al Emirato de Qatar en 2010 fue interpretada como su renuncia definitiva a la vida pública en el Reino Unido. Eso sí, con un buen par de billones en el bolsillo.
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