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28 de marzo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Aguirre y Gallardón a palos (el «remake»)

No había necesidad alguna de rodar la segunda parte de una película de egos que nunca funcionó en taquilla

Actualizada 08:28

Rodar nuevas versiones de grandes clásicos es faena de riesgo. Por las plataformas circulan remakes que destrozan obras maestras, como una Rebecca de la batidora Netflix que machaca todo el inquietante encanto de la original de Hitchcock. A veces algún genio logra igualar el arte de la primera versión (como el gran Billy Wilder, que con su En bandeja de plata revisitó con éxito Luna Nueva, la comedia negra del magnífico Howard Hawks de 1940). Pero en general eso que los cinéfilos llaman un remake no suele ser una buena idea.
En Madrid se está rodando la segunda parte de Agárralo como puedas (y nos referimos al poder). Es la versión actualizada de un rocambolesco culebrón de comienzos de siglo, titulado «Espe y Alberto, a palos». También conocido por el respetable como «¡Joder, qué tropa!», exclamación del viejo Mariano –citando a Romanones– en un comité nacional del PP de marzo de 2008. Acababa Rajoy de perder por segunda vez unas elecciones frente a Zapatero y los suyos ya se posicionaban para moverle su tambaleante sillón de Génova (con Gallardón y Aguirre muy atentos a la caída de la fruta madura).
Aguirre se movió para desbancar a Mariano. Pero amagó y no dio, lo cual en política siempre constituye un error. En un sonado discurso, titulado «No me resigno», La Lideresa reprochó a Rajoy su renuncia «a dar la batalla ideológica frente al PSOE» (lo cual albergaba una verdad, pues durante su etapa se centró en lo económico, mientras que en los asuntos morales y culturales vino a transigir con la ingeniería social «progresista»). Pero una vez llegado el sonado congreso del PP en Valencia, en junio de 2008, Aguirre no se atrevió a dar el paso final de presentarse. Rajoy, con su largura gallega, había toreado a su opositora interna. Ganó aquel congreso y tres años después lograría la mayoría absoluta (probando la inefable capacidad del pedrojotismo y aledaños de marrar en todas sus apuestas y pronósticos políticos). Con todo, aquellas desavenencias tuvieron un precio. Erosionaron la unidad de la derecha española y sembraron la primera semilla de lo que un día sería Vox.
Una vez que Rajoy salvó su sillón, Gallardón y Aguirre, y viceversa, siguieron repartiéndose mandobles durante lustros, principalmente a través de sus escuderos, Manolo Cobo e Ignacio González. La animadversión de Espe y Alberto era tan notoria que a veces Gallardón, que gasta un fino sentido del humor, se la tomaba ya a chufla. Estando ambos en un acto en Copenhague en 2009, Aguirre trastabilló al bajar del escenario. Alberto la sujetó, pero no pudo evitar soltar chistecillo en público: «Esperanza, he estado a punto de dejarte caer».
Gallardón y Aguirre lo hicieron muy bien. Su larga hegemonía facilitó el despegue de Madrid, al ahorrarle paralizantes experimentos de izquierdas. Gallardón renovó las comunicaciones y bruñó la metrópoli. Aguirre implantó el sello liberal, una marca de libertad social y económica que todavía hoy vivifica a la región; aunque falló en la vigilancia de algunos de sus estrechos colaboradores, que andaban en los peores pasos. Pero contemplado su enfrentamiento con el poso de tranquilidad que otorga el tiempo, podemos concluir que en realidad tan dilatada pelea no sirvió de nada. Fue una pérdida de tiempo y esfuerzo. Luchaban por posicionarse de cara al liderazgo nacional. Era una cruda lucha por el poder basada en una ilusión personalista que nunca se cumplió: elevarse a la cúpula del PP y disputar la presidencia de España.
«Agárralo como puedas 2» tiene idéntico guion, aunque con un reparto de actores más jóvenes. Como en la época del viejo Mariano se parte también ahora de una premisa equivocada: el sueño de una aspirante, al que su gurú de cabecera ha calentado los cascos, de que puede desbancar al actual líder de su partido (que además en este caso ha sido además su valedor, el hombre que la promovió). Pero la verdad es que no existe ahora mismo cauce para sustituir a Casado, como bien ha entendido Feijoo, ya resignado en sus cuarteles norteños tras dejar pasar en su día el tren. Ocurra lo que ocurra, Casado será el candidato del PP en las próximas elecciones, y con crecientes posibilidades de llegar al poder junto a Vox, porque el calentón de la inflación y los problemas energéticos y de desabastecimientos de materias primas y componentes a nivel mundial van a dificultarle mucho la vida a Sánchez el año que viene (y lo pagará en la intención de voto).
Puede que sea cierto el cálculo de la aspirante que quiere hacerse fuerte en Madrid y del círculo que la rodea. La presunción de que con ella como cabeza de cartel nacional, el PP lograría mejor resultado que con el titular actual. Pero eso en estos momentos son solo cuentas de la lechera escritas sobre una barra de hielo. Casado debería cerrar el cine con un golpe de autoridad y poner fin a esta mala película. La desunión interna frente a un rival hoy tan atribulado y débil como Sánchez supone tener unas insólitas ganas de dispararse en el pie. O en la urna.
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