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28 de marzo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Sanchismo de piel de melocotón

A Casado le sobró el «coño» populachero, pero una izquierda ultra faltona no está para dar lecciones de cortesía parlamentaria

Actualizada 14:51

En la sonada sesión de control del miércoles, Casado le afeó a Sánchez cuatro casos en que los socialistas han dejado desprotegidos a menores: 1. –El evidente abandono de la niña de cinco años acosada junto a su familia en Canet por querer estudiar un 25 % en español, como fija la ley. 2.–Los abusos sexuales a menores tutelados por el Gobierno de Baleares, que las autoridades socialistas no investigan. 3.–Los abusos a una menor por parte del ex marido de Mónica Oltra, vicepresidenta nacionalista del Gobierno del PSOE en Valencia; un caso en el que la justicia ha afeado su pasividad a la Consejería de Igualdad, cuya titular es Oltra. 4.–Por último, Casado reprochó a Sánchez su indulto a Juana Rivas, porque la justicia sostiene que esa madre ocultó abusos sexuales a uno de sus hijos de corta edad.
Casado contrapuso esos cuatro casos a la santurronería e ingeniería social del sanchismo, que mientras ignora los problemas reales de los menores organiza «huelgas de juguetes» y otras iniciativas de aleccionamiento doctrinario. Por último, cerró su intervención parafraseando unas toscas palabras de Sánchez en 2015, cuando dijo ante unas riadas: «¿Qué coño tiene que pasar en este país para que Rajoy pise la ribera del Ebro?». Casado reformuló la cita: «¿Qué coño tiene que pasar en España para que usted asuma alguna responsabilidad?».
En mi modesta opinión, a Casado le sobró la chabacanería del «coño», porque un mal jamás justifica otro mal y el Parlamento no es un bar. Se notó además que añadía esas gotas de estridencia para intentar chupar algo de foco ahora que su figura está opacada por los líos con Ayuso. Pero al margen del estilo zafio, ¿dijo la verdad o no? Sus cuatro acusaciones eran ciertas. Y por supuesto está en todo su derecho a criticar al Ejecutivo con dureza en el Parlamento. De lo contrario no viviríamos en una democracia, sino en una satrapía, con Sánchez ejerciendo de sumo autócrata (algo hacia lo que tal vez ya navegamos, porque van aflorando los peores instintos).
La sorpresa ha llegado con el teatro de los ofendidos, con la hiperbólica reacción de PSOE y Podemos a costa del famoso «coño». Sánchez, jefe y socio de políticos que salen a insulto diario contra sus oponentes, compareciendo con ojos de cordero degollado y pidiendo «educación y respeto» con un estudiado tono quedo. Hasta Nadia Calviño, la flemática vicepresidenta económica, le ha reprochado enojadísima sus palabras a Casado. En un acto público, con el Rey frente a ellos, le espetó que se sentía «descompuesta» por su intervención en el Congreso (el PP insiste en que de hecho dijo «asqueada» y que le ha llamado «desequilibrado»).
Arribamos a lo de siempre: el doble rasero, la bula perpetua del «progresismo». El PSOE ha llegado a acusar a PP y Vox en sede parlamentaria de algo tan grave como «preparar un golpe de Estado» (lo soltó el año pasado Adriana Lastra, por entonces número dos de los socialistas). Sánchez se ha aburrido de insultar a sus adversarios llamándoles «ultras». La coletilla «fascista» no se les apea de la boca para referirse a partidos democráticos que defienden el orden constitucional y la unidad de España. Los ministros de Podemos, que por razón de cargo tienen el deber de defender la Constitución, intrigan contra la monarquía parlamentaria y fustigan a la Corona. Sánchez se encargó personalmente de señalarle el camino del destierro al Rey que trajo la democracia, sin que mediase cargo alguno cerrado en su contra. El PSOE y sus socios acosan a los jueces con invectivas constantes. Rufián, el socio preferente, personaje de apropiado apellido, ha mancillado todas las normas de cortesía parlamentaria, en un mero afán de que su grosería de arrabal le diese el eco que no le aportan sus neuronas.
Socialistas y comunistas se rasgan ahora las vestiduras como si fuesen los más serenísimos observantes de la pompa y circunstancia. En fin… Esto es como si Bustamante acusase a Tony Bennett de desafinar.
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