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28 de marzo de 2024

Agua de timónCarmen Martínez Castro

Rita, Juan Carlos y la ejemplaridad

Si algo tienen los inquisidores es que nunca se equivocan y jamás asumen la menor responsabilidad por sus errores o sus excesos

Actualizada 03:30

Esta que acaba ha sido una mala semana para los inquisidores. Han ido de revolcón en revolcón y de disgusto en disgusto. Primero fue la somanta dialéctica de Rajoy a sus interrogadores en la Comisión Kitchen, luego el cierre de las investigaciones en Suiza sobre la supuestas comisiones del AVE que afectaban a Don Juan Carlos y para rematar el archivo del caso del pitufeo que ha tenido en vilo al PP en el Ayuntamiento de Valencia durante cinco años.
Pero si algo tienen los inquisidores es que nunca se equivocan y jamás asumen la menor responsabilidad por sus errores o sus excesos. Así mantienen que la culpa de lo que le ocurrió a Rita no la tienen ellos, sino el Partido Popular, obligado a suspenderla de militancia por la furibunda campaña desatada en su contra. Leer hoy algunas de las cosas que se dijeron y escribieron entonces debería mover al sonrojo de muchos políticos y no menos periodistas. Pero sólo Bieito Rubido ha sido capaz de reconocer el mal trato de la profesión hacia aquella extraordinaria alcaldesa de Valencia.
Lo mismo ha sucedido con Don Juan Carlos: los responsables de su destierro parecen ser sólo él y el Rey Felipe, como si no se hubieran visto obligados a adoptar esa decisión acosados por el Gobierno de Sánchez y por la campaña sistemática de la extrema izquierda política y mediática contra la propia institución.
Cuando estalló el caso del pitufeo que ahora se ha archivado, Pedro Sánchez, entonces en la oposición, exigió a Rita Barberá que dimitiera «por ejemplaridad». Esta semana, ya como presidente del Gobierno, pero igualmente airado y campanudo, lanzó otra andanada contra Don Juan Carlos al que le pide explicaciones por su conducta.
El mismo personaje que se refirió a una sentencia del Supremo como una «venganza» exige explicaciones a quien no tiene ninguna cuenta con la justicia; ha permitido a Oriol Junqueras y el resto de golpistas pasearse por donde quieran después de sacarles de la cárcel, pero mantiene al emérito en el destierro. No se priva de recriminar conductas incívicas a Juan Carlos I quien acaba de nombrar ministro del Gobierno de España a un individuo que participó en el referéndum ilegal del 1 de Octubre. El concepto de ejemplaridad no resiste tanto desafuero.
El clima de opinión que se vivía hace cinco años en España era más propio de la Florencia de Savonarola que de una democracia liberal donde se respetan los derechos fundamentales de las personas. Mucha gente creyó entonces de buena fe que se estaba limpiando la vida pública en España, pero hoy ya no es posible mantener esa ficción ni apelar a la ejemplaridad pública como argumento para liquidar la presunción de inocencia. Y menos después de lo que Sánchez y sus socios han hecho en los últimos tiempos. Hoy sabemos que todo aquello fue una gigantesca operación de demagogia que derivó en terribles injusticias. La de Rita ya no tiene arreglo, pero la de Don Juan Carlos aún se puede reparar.
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