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29 de abril de 2024

El observadorFlorentino Portero

La guerra económica

Colaborar con Rusia puede acarrearle pérdida de prestigio a China e, incluso, nuevas sanciones por parte de Estados Unidos. Al final, ni China puede permitirse el lujo de dañar su crecimiento ni Estados Unidos seguir de manera indefinida imponiendo sanciones a diestro y siniestro

Actualizada 03:51

Rusia invadió Ucrania ante la negativa de Estados Unidos a modificar de manera radical el sistema de seguridad europeo. Una negativa que contó con el apoyo de los socios del Viejo Continente. La invasión puso de manifiesto la ausencia de una estrategia realista de la Alianza Atlántica para contener a Rusia, un rival que planteaba una amenaza irresponsablemente minusvalorada. Tras la entrada de tropas rusas en Ucrania resultaba evidente que ya era tarde para actuar, salvo que estuviéramos dispuestos a asumir el riesgo de elevar la crisis al estadio nuclear. Se repetía la historia de Hungría en 1956 o de Checoslovaquia en 1968. Si la apuesta rusa estaba en el guion, por mucho que las clases dirigentes y la opinión pública europeas se empeñaran en mirar en otra dirección, lo que de verdad nos ha sorprendido a todos, lo que no estaba en el guion, ha sido la reacción de Estados Unidos.
El presidente Biden, un superviviente de la Guerra Fría, era perfectamente consciente del daño que a la imagen de Estados Unidos habían hecho sus fracasos en Irak, Afganistán y Siria. Del mismo modo, no se le ocultaba la responsabilidad de su país al haber enviado señales inadecuadas a Rusia –de nuevo el síndrome de Múnich– con sus tibias respuestas a las crisis de Moldavia, Georgia, Dombás y Crimea. Estados Unidos no se podía permitir un ridículo más cuando sus rivales planteaban directamente una rectificación en profundidad del marco de valores, principios e instituciones del orden liberal.
Pero el régimen de sanciones a Rusia por iniciativa de Estados Unidos ha resultado ser una improvisación que apenas tendrá efectos sobre la guerra de Ucrania. Ni sus consecuencias han sido correctamente estudiadas ni su finalidad pasa por detener la invasión. Europa pagará un alto precio por ellas, pero lo que resulta evidente es que la respuesta ha logrado despertar a la Alianza Atlántica, una entidad en «parálisis cerebral», en acertada imagen de Macron.
Si la invasión de Ucrania era la respuesta rusa a la negativa atlántica a revisar el sistema de seguridad europeo, un baluarte del orden liberal, el régimen brutal de sanciones es la respuesta norteamericana al intento sino-ruso de subvertir dicho orden. Conviene destacar la intuición del equipo de Biden de que, si no había una respuesta proporcional a la agresión, el prestigio norteamericano se desmoronaría.
Las sanciones van mucho más allá del conflicto ucraniano y sitúan a China en el centro del escenario. En la última década del siglo pasado el maestro Luttwak adelantó el peso que en el futuro tendría la economía en el sistema internacional. Comenzó a hablar de «geo-economía», provocando entonces cierto estupor. El tiempo le ha dado la razón. La relación entre las grandes potencias gira de manera creciente en torno a la generación de riqueza, de ahí que las reglas del juego económico pasen a tener una importancia crítica.
Rusia cuenta con el respaldo chino, por mucha incomodidad que en Pekín provoquen las acciones de su aliado. Confía en su apoyo diplomático, militar y, sobre todo, económico. El papel que la banca china vaya a jugar en el futuro, salvando la presión del régimen de sanciones al conjunto de estados castigados por Estados Unidos, va a ser crucial para vislumbrar el futuro del sistema internacional. En el corto plazo Estados Unidos tiene la sartén por el mango, pero está por ver que cuente con la fuerza necesaria para mantener su control en el medio y largo plazo. China está ante un momento crítico, ante opciones de gran calado estratégico. No puede consentir que Rusia fracase en su pulso con Estados Unidos, por mucho que le incomode la brutalidad de su actuación, la violación de la soberanía o la intromisión en los asuntos internos de otro estado. Pero colaborar con Rusia puede acarrearle pérdida de prestigio e, incluso, nuevas sanciones por parte de Estados Unidos. Al final, ni China puede permitirse el lujo de dañar su crecimiento ni Estados Unidos seguir de manera indefinida imponiendo sanciones a diestro y siniestro. De cómo reaccione China puede depender la consolidación de un nuevo pilar financiero en torno al remimbi y con él una auténtica área de influencia china.
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