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30 de abril de 2024

El observadorFlorentino Portero

La doctrina Breznev

No se quiso ver hasta qué punto se estaba poniendo a prueba nuestra consistencia antes de lanzar campañas mayores. O Rusia es disuadida de actuar de forma creíble o tratará de recuperar sus «fronteras históricas», nos guste o no

Actualizada 04:34

Con la invasión rusa de Ucrania resurgen planteamientos y expresiones característicos de la Guerra Fría. Hablamos con naturalidad de la «doctrina Breznev», haciendo referencia a la renuncia a la plena soberanía de los Estados sometidos al área de influencia soviética. Sus políticas exterior y de defensa, entre otras, quedaban sometidas al interés superior de Moscú. En realidad, no era más que una adaptación del clásico vasallaje a las circunstancias políticas e ideológicas del momento. Lo interesante es la naturalidad con la que vinculamos la doctrina con la Unión Soviética y con su sucesora, la Rusia de Putin, sin caer en la cuenta de que también es parte de nuestra manera de entender y ejercer la política exterior.
Desde el momento en que Putin presentó sus exigencias a Estados Unidos y a la Alianza Atlántica, al tiempo que rodeaba Ucrania con un contingente militar de dimensiones extraordinarias, surgió un debate en Occidente en torno a la pregunta básica ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Para unos era consecuencia de la idiosincrasia rusa, de su historia y singular cultura política. Putin era la continuación de una tradición que entendía Rusia como un imperio llamado a recoger en su seno al conjunto de los pueblos eslavos y a algunos otros condenados a garantizar un glacis de seguridad. Para otros, la Alianza Atlántica no había respetado las legítimas exigencias de seguridad rusas, aceptando la incorporación de Estados que habían formado parte de Rusia o de la Unión Soviética y generando así una previsible sensación de inseguridad en las élites moscovitas.
Para estos últimos lo sensato e inteligente hubiera sido rechazar tanto la ampliación de la Unión Europea como de la Alianza Atlántica. Como resultado se habría formado una franja no alineada, pero sometida a una relación especial con Rusia, una variante de la «finlandización» de los años de la Guerra Fría. En perspectiva histórica, esta posición es perfectamente coherente con las presiones que ejercieron franceses y británicos para que la Unión Soviética reprimiera los intentos de jóvenes demócratas de la Europa del Este por romper su aislamiento y que pese a todo acabaron con el derribo del Muro de Berlín. Lo mismo podemos decir del horror que en muchas cancillerías occidentales produjo la descomposición de la Unión Soviética, convencidas de la inestabilidad que acabaría provocando. La memoria de lo ocurrido tras la I Guerra Mundial estaba demasiado viva.
No podemos negar las similitudes de la doctrina Breznev con la posición de los que critican la ampliación de la Alianza Atlántica y de la Unión Europea. El que dos organizaciones que fundamentan su existencia en la defensa de los valores democráticos, como expresión de una determinada manera de entender la dignidad humana, hubieran promovido la finlandización del eje eslavo-magiar hubiera supuesto una contradicción que hubiera acabado volviéndose contra ellas mismas. De hecho, ese fue el argumento para justificar unas ampliaciones que han generado, como se suponía, graves problemas en ambas organizaciones.
Con indisimulada preocupación, los políticos de aquellos días aceptaron las ampliaciones al ritmo que las circunstancias permitieran. No estaban dispuestos a aplicar la versión occidental de la doctrina Breznev al tiempo que un sentimiento de solidaridad crecía en favor de aquellos europeos a los que les había tocado la peor parte en la reconstrucción del Viejo Continente.
De lo que sí es culpable la clase dirigente es de no haber sido capaz de entender los retos de seguridad que se avecinaban. Nada nuevo para quien tuviera un mínimo conocimiento de historia. La irresponsabilidad con la que se ha actuado en el seno de la Alianza, reduciendo presupuestos y abandonando una perspectiva estratégica medianamente seria, o en la Unión, jugando a actor estratégico desde planteamientos pueriles, están en el origen de la actual situación. No se ha sabido, o no se ha querido, responder a las agresiones previas de Rusia. No se quiso ver hasta qué punto se estaba poniendo a prueba nuestra consistencia antes de lanzar campañas mayores. O Rusia es disuadida de actuar de forma creíble o tratará de recuperar sus «fronteras históricas», nos guste o no.
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