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20 de abril de 2024

El observadorFlorentino Portero

Los conflictos del siglo XXI

El despliegue muestra la voluntad rusa, qué duda cabe, y genera en la comunidad atlántica pánico por miedo a que la crisis pueda generalizarse y provocar una guerra mayor. Los efectos que genera, sin duda buscados, se convierten en el marco de referencia del proceso negociador

Actualizada 03:22

Si los conflictos de hoy no se gestionan como los de ayer, no tiene ningún sentido analizarlos como si estuviéramos en los años 80 del siglo pasado. Partiendo de que la iniciativa rusa no tiene como objetivo Ucrania, sino el vínculo de Estados Unidos con la seguridad europea, idea que ya hemos comentado con anterioridad, conviene tener en cuenta el efecto que sobre la dirección de estos conflictos tiene el hecho histórico de que ya no nos encontramos en un entorno caracterizado por la existencia de tres dominios -tierra, mar y aire- sino de seis, los anteriores más espacio, ciber y cognitivo. No estamos ante una mera agregación, donde en cada caso se opta por uno. Tampoco ante una cooperación, sino frente a una visión integrada en la que, además, defensa, inteligencia, diplomacia y comercio actúan conjuntamente al compás de una estrategia.
Podemos pensar, lo leemos todos los días, que el formidable despliegue militar ruso en torno a Ucrania tiene como objetivo demostrar su voluntad para, si la vía diplomática fracasa, resolver la situación ocupando parte o todo el territorio ucraniano. La realidad es otra, algo más compleja.
El despliegue – tierra, mar y aire- muestra la voluntad rusa, qué duda cabe, y genera en la comunidad atlántica pánico -cognitivo- por miedo a que la crisis pueda generalizarse y provocar una guerra mayor. Los efectos que genera, sin duda buscados, se convierten en el marco de referencia del proceso negociador.
Al enfrentarse a la amenaza la cohesión en la Alianza Atlántica se quebranta –las críticas contra Alemania son algo más que contundentes, tanto en Estados Unidos como en el ámbito eslavo- así como en el seno de algunos gobiernos, los ejemplos de Alemania y España son paradigmáticos. La economía ucraniana sufre el lógico retraimiento de la inversión ante el riesgo de que en un tiempo breve se desaten las hostilidades.
Esta sensación de debilidad se alimenta mediante contundentes ataques cibernéticos, como los que está sufriendo Ucrania y ha padecido recientemente Polonia, y el recordatorio de que irresponsablemente hemos hecho depender nuestro acceso a la energía de estados cuyos intereses son claramente contradictorios con los nuestros.
Constatamos, pues, los efectos de un mero despliegue, bien lubricado desde el dominio cognitivo, con la inestimable colaboración de los medios de comunicación y las plataformas digitales en beneficio de los auténticos objetivos rusos: romper la cohesión atlántica.
Según pasan los días el espectáculo de la descomposición de la comunidad atlántica se hace más evidente, favoreciendo el margen de maniobra diplomática rusa. Más allá de las declaraciones de dirigentes y altos funcionarios, Estados Unidos, Francia y Alemania están negociando, planteando concesiones que pasarán a formar parte del nuevo Concepto Estratégico de la OTAN, aunque no aparezcan en su articulado. Estamos viviendo tiempos históricos en los que Rusia está aprovechando nuestra debilidad para recuperar, una vez más, posiciones perdidas. Sigue un plan bien planificado acorde con las nuevas doctrinas militares. Vivir tiempos históricos puede ser emocionante, pero en absoluto tranquilizador. 
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