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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Estoril

Vuelta a la infancia y la juventud, con los pocos amigos de su edad que aún le quedan. Estará como en su casa, porque fue su casa. Portugal es una España más educada y menos envidiosa. Y con decencia de austeridad política

Desde el injusto, incalificable y caprichoso exilio del Rey Juan Carlos I, según voces muy allegadas a su persona, se ha comentado que el viejo Rey ha cambiado de planes. Su destierro ilegal y bochornoso, se ha excedido de castigo, y quien devolvió la libertad y los Derechos humanos a los españoles, ha sentido la tristeza de la lejanía. Y según se ha publicado, podría ser que habría tomado la decisión de volver a su infancia y juventud instalándose en Estoril «para estar más cerca de España, como hizo mi padre». El Rey ha cumplido los 87 años, y Estoril es un consuelo, pero no la reivindicación que merece su Reinado. El sitio del Rey Juan Carlos es Madrid, pero de continuar el exilio como consecuencia de unas denuncias sin fundamento, mejor Portugal –una nación que quiere y respeta a la Familia Real Española–, que la lejanía de Abu Dhabi, el tostón de Suiza o la hospitalidad de Londres, ofrecida por el Rey británico sin condiciones.

No podrá vivir en Villa Giralda en la «Rúa de Inglaterra». Se intentó crear una fundación para mantener la casa de quien fuera el Jefe de la Casa Real Española y heredero de Alfonso XIII, Don Juan, pero los patrones de la efímera fundación no se pusieron de acuerdo. Sus actuales propietarios, son una pareja de alemanes que han elegido el sol, la armonía, la buena educación y la estabilidad de Portugal para esperar el salto hacia la otra vida. Estuve con el Rey, por última vez, pasando un inolvidable fin de semana en El Horcajuelo de Luis y Graciela de la Peña, mis amigos del alma. El «Horcajuelo» era el campo más hospitalario de España, pero a la muerte de Luis, su yerno más poderoso compró, con poca generosidad, la finca, y al cabo del tiempo todo lo que Luis amaba y cuidaba, ha desaparecido. Hasta el guarda mayor, Emilio Higueras, el más grande de los guardas mayores de Sierra Morena y Andújar. Recuerdo el poema que recitaba el pampeño Larralde, Cosas que Pasan, del cambio de trato a los empleados leales cuando se van los viejos patrones y quedan los hijos.

Y hasta parece mentira,
pero es cosa señalada,
que de una sangre pareja
salga la cría cambiada.

El Rey estaba feliz y optimista. Cazó sin ayuda un formidable muflón. Jugamos al mus –yo de pareja del Rey–, y perdimos por mi culpa, contra mis cuñados, el doctor Javier Hornedo y su hermano mayor José Andrés. Yo soy partidario del mus trepidante y Don Juan Carlos juega bastante «amarrategui». Se movía con torpeza, pero sólo se apoyaba en un bastón. Al despedirnos, ignorábamos lo que iba a suceder meses más tarde con el despreciable Sánchez en el Gobierno. No pude visitarlo en Abu Dhabi, y espero hacerlo cuando él vuelva, ya sea en España, ya sea en Portugal, que para los monárquicos españoles conforman una misma nación.

Como está exiliado por capricho de un Gobierno mafioso, pisará España con mucha más asiduidad que ahora, y recibirá centenares de visitas y encuentros con españoles. Vuelta a la infancia y la juventud, con los pocos amigos de su edad que aún le quedan. Estará como en su casa, porque fue su casa. Portugal es una España más educada y menos envidiosa. Y con decencia de austeridad política. En mi último vuelo de Lisboa a Madrid, compartí en un avión de la TAP que no tenía asientos de primera clase, el viaje junto a Mario Soares, presidente de Portugal y socialista. Distinguirlo de nuestro chulo de billares es tan sencillo como estremecedor.

Que vuelva el Rey Juan Carlos a Portugal es una buena noticia. Estará ahí, respirando el aire de su niñez y con ráfagas de vientos del este, el de su insuperable Reinado de libertad.

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