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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Ceniza

En España, y especialmente en Andalucía, la gafancia se paga con mucha dureza. Noche triste para un club que merecía un premio. En el Gobierno y su oscuro entorno hay gafes, pero son más los sinvergüenzas

En España, en general, pero con mucha más repercusión social en Andalucía, ser gafe es catastrófico. Más aún si el cenizo o la ceniza, la mala sombra, acompaña a una vicepresidente del Gobierno y futura candidata a la presidencia de la tierra de María Santísima. Marisú Demóstenes se ha lucido, y mucho me temo –falso temor, por mi parte–, que ha perdido en menos de cinco minutos los votos del 80% de los béticos que votaban al partido socialista. Marisú voló a Wroclav a presenciar la final de la Conference League que disputaron el Betis y el Chelsea. El primer tiempo del Betis fue primoroso, y los jugadores se fueron a descansar con una victoria parcial y justa por un gol a cero a su favor. Postrado en mi lecho del dolor, cómodamente acoplado a un sillón mecánico que todavía no domino –me quiero sentar y el sillón me tumba, y deseo tumbarme y el sillón me sienta–, disfruté del primer tiempo con el juego impetuoso, valiente y decidido del Betis, y celebré su gol como si lo hubiera marcado el Real Madrid. Durante el descanso, el funcionario pelota de Movistar, entrevistó a la vicepresidente del Gobierno, la sevillana, locuaz y elegante Marisú Demóstenes, que se presentó en Wroclav disfrazada de bética, con un traje de chaqueta con los colores del Betis, probablemente diseñado por un modista partidario del Sevilla. Verde y blanco a cuadritos del tamaño de las láminas de chocolates Lindt. Muy feo, a mi modo de entender la fealdad.

Cuando en una final europea de fútbol se vence por uno a cero en el descanso, hay que atarse muy bien los machos, como Gallardo y David Azagra. Fue cuando la ceniza de Marisú perdió la final, anunciando, no sólo el triunfo bético, sino la seguridad de que el Real Betis Balompié metería más goles. Hasta el vestuario del Betis llegó la noticia de la mala sombra. De la euforia parcial se pasó a la pesadumbre. La Torre del Oro, en Sevilla, añadió una 'elle' a su denominación y pasó a llamarse la Torre del Lloro. Las calles de Sevilla, desiertas, y el Guadalquivir comentando en su corriente hacia Sanlúcar la faena de Morante en Las Ventas, algo memorable, que el presidente –con toda seguridad primo de Cerdán–, no quiso premiar a sabiendas de las simpatías políticas del genio de La Puebla. Pero el río, siempre sabio, el que se detenía a su paso por la Real Maestranza cuando toreaba don Franciso –Curro-, Romero, a sabiendas de las declaraciones de la señora Demóstenes, renunció a hablar del partido de fútbol. Sólo se sabe que un pez le susurró a otro pez que nadaba en su carcanía: –Ahora nos meten cuatro–. Y los ingleses metieron cuatro goles como cuatro soles, consecuencia directa y científicamente demostrada de la gafancia de Marisú.

El Betis del primer tiempo desapareció. Las piernas pesaban y las cabezas perdieron su ágil inteligencia. No había manera de parar a los británicos del exclusivo y elegante barrio londinense. Y Marisú no sabía donde meterse después de haber chafado con su mala sombra y su traje horrible lo que hubiera sido la primera victoria continental del bravo equipo de la Avenida de La Palmera.

Mucho tiene que remar para alcanzar el embarcadero de los votos.

En España, y especialmente en Andalucía, la gafancia se paga con mucha dureza. Noche triste para un club que merecía un premio. En el Gobierno y su oscuro entorno hay gafes, pero son más los sinvergüenzas. Si la mafia de Sánchez se hubiera unido, con Marisú, a la banda de Al Capone, nos habríamos quedado sin la película de Los Intocables.

Ganó el modista sevillista que diseñó esos trapos. Y la lengua frenética de la gran ceniza.

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