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25 de abril de 2024

GaleanaEdurne Uriarte

La nación española

España es una democracia avanzada y descentralizada, pero con una tarea pendiente: la superación definitiva de la mentira nacionalista

Actualizada 02:27

Si Elías Bendodo hubiera definido a España como «un Estado plurinacional» en una reunión de sociólogos y politólogos, no habría habido polémica alguna. Por la sencilla razón de que España es, en efecto, un Estado plurinacional o multinacional, como yo misma he escrito alguna vez en mis trabajos politológicos, es decir, un país con diferencias culturales en sus territorios, muy especialmente, varios idiomas. Y eso no significa, como pretenden los nacionalistas, que haya territorios con derecho a la independencia, sino, simplemente, que hay naciones en el sentido puramente cultural, pero no político. Porque en el mundo hay 7.097 idiomas, pero tan solo 193 Estados, precisamente por eso, porque las meras diferencias culturales no fundamentan ningún derecho a la independencia ni constituyen una nación en su sentido político, y no solo cultural. Y eso es lo que es España, una nación política y cultural.
El problema de nuestro país es que los nacionalistas han conseguido no solo condicionar la política nacional, sino también dominar el lenguaje político, y aquí estamos todos bailando al son de los significados y manipulaciones que han impuesto. Y lo más extraordinario es que lo han conseguido en el seno de una de las democracias más descentralizadas del mundo como es la nuestra, donde se ha llegado incluso al absurdo de que casi todo el mundo hable, por ejemplo, de la «lengua propia» de País Vasco o Cataluña, dando por supuesto que es el euskera o el catalán, cuando el español es tan lengua propia, o más en términos numéricos, de ambas comunidades. Por ejemplo, el 100 por cien de los vascos conoce y habla el español, pero menos de la mitad de los vascos somos bilingües. Lo que significa, entre otras cosas, que el País Vasco no solo es parte de la nación política que es España, sino también de la nación española en su sentido cultural.
Pero lo más grave de la manipulación nacionalista es que han logrado hacer pasar por centralista e impositivo a uno de los Estados del mundo más descentralizados y respetuosos de la diversidad como es España, mientras llaman democracia y derecho a la identidad a los ataques a esa diversidad que ellos mismos protagonizan allí donde gobiernan. La resistencia de la Generalitat a cumplir la sentencia del 25 por ciento de español en la enseñanza es tan solo el último ejemplo. Y algunas reacciones en otros países europeos a las sentencias del Supremo contra los culpables de sedición dan una idea de hasta qué punto han tenido éxito en esa manipulación.
La nación española no solo es una de las más antiguas del mundo, sino que, además, ha logrado construir un sistema democrático avanzado y plenamente descentralizado. A diferencia de Francia, por ejemplo, otro Estado plurinacional, como la inmensa mayoría de Estados del mundo, pero con un sistema democrático centralizado. Y sin que nacionalistas vascos y catalanes se hayan atrevido allí, gran hipocresía mediante, a montar las campañas de manipulación que despliegan aquí. Porque, según sus varas de medir para España, deberían estar denunciando a Francia como poco menos que una dictadura en todos los organismos internacionales.
España es una nación política, con ciudadanos unidos alrededor de sus instituciones y su sólido patriotismo constitucional. Es también una nación cultural que, entre otros rasgos, se diferencia por el idioma español que hablamos todos los españoles. Y es una democracia avanzada y descentralizada, pero con una tarea pendiente: la superación definitiva de la mentira nacionalista.
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