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29 de marzo de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

Lecciones de juventud

Metáfora de la vida, las cosas casi nunca salen como se pretende. El plan de Galtieri de salir de las Malvinas como el héroe que echó a los ingleses concluyó haciendo de Margaret Thatcher, que pasaba un momento de muy baja popularidad, una heroína que ganaría cuatro elecciones

Actualizada 01:30

Esta semana, el 14 de junio, se han cumplido 40 años desde el final de la Guerra de las Malvinas por la rendición de los argentinos. Probablemente, sea difícil para los jóvenes españoles comprender con qué pasión se vivió aquel conflicto en España. El archipiélago de las Malvinas está frente a Argentina, pero ha sido inglés prácticamente siempre y está poblado por británicos. Argentina mantenía una inveterada reivindicación de soberanía sobre las islas que permanecía adormecida. En 1982 la junta militar argentina que encabezaba el general Leopoldo Fortunato Galtieri decidió ocupar las islas como forma de afianzar su posición política doméstica. En España muchos vieron a Galtieri como un héroe que había hecho en las Malvinas lo que nosotros deberíamos hacer en Gibraltar. Las alabanzas al general eran infinitas.
Yo viví el conflicto de manera bastante singular: desde el colegio inglés en el que estudiaba, Downside, adscrito a la abadía benedictina del mismo nombre. Huelga decir que había un sentimiento nacional en alza entre los alumnos, bien encauzado por los profesores: recuperar lo que se había robado era una cuestión de principio que no admitía discusión. Cuando una guerra empieza nunca se sabe cuándo va a acabar –como estamos viendo en Ucrania–. Las Malvinas estaban en el fin del mundo y ofrecían pocos puntos de avituallamiento. Con 16 años de edad, mis compañeros de curso veían aquella guerra como una obligación para el país a la que podían verse arrastrados muy pronto si el conflicto se prolongaba.
Por las noches yo conseguía escuchar la señal de Radio Nacional de España y una vez a la semana me llegaba la edición internacional de ABC, un resumen de 36 páginas del diario en el que se seleccionaba lo más importante del mismo en los últimos siete días e imprimía en una edición en papel biblia. Ahí apareció una alegoría a doble página de Torcuato Luca de Tena que con su pluma brillante hacía una encendida defensa de la dictadura argentina. Y los medios españoles en general se mofaban de que la flota que enviaba el Reino Unido de verdad fuese a entrar en combate llevando abordo al Príncipe Andrés, hoy caído en desgracia. Pero de allí volvió con una hoja de servicios muy lucida.
Aquellas crónicas iban teniendo una cierta influencia en mi pensamiento cuando el 2 de mayo se produjo el mayor incidente bélico del conflicto: el hundimiento del crucero argentino General Belgrano, causando 232 muertos. Dos días después los argentinos alcanzaron el destructor Sheffield, causando 20 muertos. El barco no fue hundido y se puso en marcha su remolque rumbo al Reino Unido, aunque zozobró por el camino. Recuerdo que cuando saltó la noticia de que el Sheffield había sido alcanzado a mí se me escapó un irracional Good! lo que desencadenó una paliza que me dieron mis compañeros de curso tirado sobre mi cama. Nada grave.
Metáfora de la vida, las cosas casi nunca salen como se pretende. El plan de Galtieri de salir de las Malvinas como el héroe que echó a los ingleses concluyó haciendo de Margaret Thatcher, que pasaba un momento de muy baja popularidad, una heroína que ganaría cuatro elecciones.
A lo largo de los dos meses y medio que duró el conflicto que nosotros llamábamos «Guerra de las Malvinas» y los británicos «Battle of the Falklands» aprendí cómo los británicos inculcaban a sus hijos el amor a la patria y la necesidad de dar la vida por ella. Cómo unos compañeros de 16 años que nunca habían pensado en seguir la carrera de las armas estaban orgullosos de plantear el jugarse la vida por la Reina. Es decir, por el país. Incluso una muy querida amiga mía, de mi misma edad, creó un grupo musical con sus hermanas y fueron a cantar a las tropas tanto en los navíos como en tierra una vez los argentinos fueron desalojados. En esa época no había mujeres en el Ejército.
Yo solía ir a Misa todos los días a las 7:30 de la mañana antes de desayunar. Recuerdo perfectamente la mañana del 15 de junio. Los argentinos se habían rendido la noche anterior y por la diferencia horaria nos habíamos dormido sin conocer la noticia. Al salir al patio del colegio que debía cruzar camino de la abadía, bajo un sol resplandeciente, ondeaba la bandera británica y, a su lado, la de Downside. En mis dos años en el colegio nunca las había visto ondear juntas en esos mástiles contiguos. Para mí fue una gran lección de lo que es un país serio, orgulloso de sus caídos.
Un país que añoro, porque en la hora presente, no lo reconozco.
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