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04 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Que te vote Chapote (y Junqueras)

El PSOE celebra el 40 aniversario de su victoria de 1982, vendiendo a España en el mostrador de los separatistas con una execrable rebaja del delito de sedición

Actualizada 16:59

Hoy se cumplen 40 años de la rotunda victoria con que el PSOE llegó al poder en 1982 de la mano de Felipe González. Ese partido, el mismo que colaboró con la dictadura de Primo de Rivera, apoyó en Barcelona la proclamación independentista de Companys, conspiró contra la II República y ha protagonizado el mayor caso de corrupción de nuestra historia, celebrará este aniversario de la peor manera posible. El Gobierno de Sánchez acaba de anunciar una repugnante traición a España. Va a rebajar el delito de sedición, lo que permitirá que sus socios separatistas lo tengan mucho más fácil en su próximo golpe contra la unidad nacional. Sánchez vende a su país en el mostrador de los independentistas a cambio de que lo mantengan un añito más en la Moncloa. Todo esto sucede en medio del cobarde silencio de los barones e intelectuales socialistas, que a veces parece que amagan, pero que realmente nunca acaban de situar la defensa de su país por encima de sus canonjías partidarias.
En 2017 hubo un intento muy serio y bien meditado de los separatistas catalanes para imponer a la brava la independencia de Cataluña. No fue una «ensoñación», como se escribiría más tarde de manera absurda en la sentencia del Supremo al respecto. Fue un golpe promovido desde el poder autonómico catalán para proclamar una República y romper así España. Sin la reacción del Estado se habrían salido con la suya. La sedición se frenó gracias a un oportuno discurso de Felipe VI, que desperezó por fin a un PP y un PSOE que continuaban remoloneando cuando la amenaza ya nos llegaba a las cejas. También fracasó el golpe gracias a que la diplomacia española funcionó y el desafío separatista no recibió un solo apoyo de una nación importante. Desde entonces los independentistas no han vuelto a intentarlo. ¿Por qué? Pues es obvio: porque a nadie le gusta acabar en la trena y porque descubrieron que el Estado español no era el paquidermo hibernado que pensaban.
Cuando se produzca la próxima intentona, que acabará ocurriendo, pues así lo proclaman sin ambages los propios promotores del golpe de 2017, a España le será mucho más difícil frenarlo. Potencias extranjeras que durante el pulso anterior cerraron filas con nuestro país, se dirán ahora: ¿por qué voy a rechazar yo el desafío separatista catalán y tacharlo de ilegal cuando el propio Gobierno español ha indultado a los promotores del anterior? ¿Por qué voy a dar la cara por un país que ha rebajado el delito de atentar contra su unidad hasta dejarlo en una menudencia?
En segundo lugar, al reducir el castigo por sedición, lo que se logrará es eliminar el efecto disuasorio que tenía una pena contundente de cárcel. Por último, miente Sánchez cuando argumenta que lo que va a hacer es equiparar la sanción a la de otras legislaciones europeas. Para nada es así. Atacar la unidad nacional está penado de manera severísima en países como Francia, Alemania, Italia o Portugal, donde una acción como la de los separatistas catalanes sería calificada de alta traición.
Una vez más, el PSOE, un partido que supone ya un sarcasmo que se apellide «Español», practica la felonía con su país. Es de agradecer que Feijóo haya prometido endurecer las penas por delito de sedición si gana y volver a castigar la convocatoria de consultas. También resulta adecuado que ante este atropello haya suspendido las negociaciones para renovar el Poder Judicial. ¿Qué se puede negociar con el partido de un presidente que quiere utilizar el BOE para debilitar la unidad de España, un principio constitucional básico?
A Sánchez, al que España le importa un comino, ya solo queda espetarle la esclarecedora frase que ha hecho fortuna en las calles: «Que te vote Chapote» (y Junqueras, y Puigdemont, que con la reforma de sus amigos del PSOE volverá a España con alfombra roja desde Waterloo). Qué vergüenza de partido. Qué tragaderas. Qué carencia absoluta del más elemental patriotismo.
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